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SEMANA GUADALUPANA
El Mesías debía venir a la tierra para restablecer la amistad entre
los hombres y Dios que se había perdido siglos atrás, el “hilo
primordial” que se había “cortado”. Esta relación del hombre con
Dios, esta amistad que se había roto y es preciso “re-ligar”, es lo
que conocemos como “religión”, palabra que viene precisamente
de “relación” y de “re-ligar”. Jesucristo es el camino que conduce
definitivamente a los hombres nuevamente hacia Dios. Los que
estaban lejos han sido acercados por Jesucristo.
Esta “historia de la humanidad” se repite en cada uno de
nosotros. Al igual que la humanidad, nuestra vida también ha
sido una historia de encuentros y desencuentros con Dios, que
hoy, a partir de su llamada a formar parte de una comunidad,
quiere venir a nuestra vida en la persona de Jesucristo.
Dentro del plan de salvación, María tiene una misión
especial.
La Virgen de Nazaret tuvo una misión única en la historia de
salvación, concibiendo, educando y acompañando a su Hijo
hasta su sacrificio definitivo.
Estando en la cruz, Jesucristo confió a sus discípulos,
representados por Juan, a su madre María: “«Ahí tienes a tu
madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió como
suya” (Jn 19, 27). María nos lleva a Jesús y nos acompaña con su
amor de Madre. Esto ocurrió de manera muy especial con el
acontecimiento guadalupano en el que María vino a estas tierras
para mostrarnos al verdadero Dios y a su Hijo Jesucristo.
Desde 1531, nuestros antepasados escucharon el siguiente relato
de viva voz, contado por Juan Diego Cuauhtlatoatzin, que ahora
nosotros leemos en comunidad:
Ten la bondad de enterarte, por favor, pon en tu corazón, hijito
mío, el más amado, que yo soy la perfecta siempre Virgen Santa
María, y tengo el privilegio de ser Madre del verdaderísimo Dios,
de Ipalnemohuani, (Aquel por quien se vive), de Teyocoyani (del
Creador de las personas), de Tloque Nahuaque (del Dueño del
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