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SEMANA GUADALUPANA
La Virgen encuentra a Juan Diego y le dice:
“¿Qué hay, Hijo mío el más pequeño? ¿A dónde vas? ¿A dónde
vas a ver?” En su presencia se postró, con gran respeto la saludó,
tuvo el honor de decirle: “Mi Virgencita, Hija mía la más amada,
mi Reina, ojalá estés contenta; ¿Cómo amaneciste? ¿Estás bien
de salud, Señora mía, mi Niñita adorada?”.
“Causaré pena a tu venerado rostro, a tu amado corazón: Por favor,
toma en cuenta, Virgencita mía, que está gravísimo un criadito
tuyo, tío mío. Una gran enfermedad en él se ha asentado, por lo
que no tardará en morir. Así que ahora tengo que ir urgentemente
a tu casita de México, a llamar a alguno de los amados de nuestro
Señor, de nuestros sacerdotes, para que tenga la bondad de
confesarlo, de prepararlo. Puesto que en verdad para esto hemos
nacido: vinimos a esperar el tributo de nuestra muerte”.
“Pero, aunque voy a ejecutar esto, apenas termine, de inmediato
regresaré aquí para ir a llevar tu venerable aliento, tu amada
palabra, Señora, Virgencita mía. Por favor, ten la bondad de
perdonarme, de tenerme toda paciencia. De ninguna manera en
esto te engaño, Hija mía la más pequeña, mi adorada Princesita,
porque lo primero que haré mañana será venir a toda prisa”.
Y tan pronto como hubo escuchado la palabra de Juan Diego, tuvo
la gentileza de responderle la venerable y piadosísima Virgen: “Por
favor presta atención a esto, ojalá que quede muy grabado en tu
corazón, Hijo mío el más querido: No es nada lo que te espantó, te
afligió, que no se altere tu rostro, tu corazón. Por favor no temas
esta enfermedad, ni en ningún modo a enfermedad otra alguna
o dolor entristecedor. ¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el
honor de ser tu madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra, bajo mi
amparo? ¿Acaso no soy yo la fuente de tu alegría? ¿Qué no estás
en mi regazo, en el cruce de mis brazos? ¿Por ventura aún tienes
necesidad de cosa otra alguna?”
“Por favor, que ya ninguna otra cosa te angustie, te perturbe, ojalá
que no te angustie la enfermedad de tu honorable tío, de ninguna
manera morirá ahora por ella. Te doy la plena seguridad de que
ya sanó”. (Y luego, exactamente entonces, sanó su honorable tío,
como después se supo). Y Juan Diego, apenas oyó el venerable
aliento, la amada palabra de la Reina del Cielo, muchísimo con
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