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26/01/2025
DOMINGO DE LA PALABRA
La Palabra de Dios es irresistible y como un fuego devorador que hace
arder el corazón sin consumirlo, como lo afirma el profeta Amós: “Ruge
el león, ¿quién no temerá? Habla el Señor Yahvé, ¿quién no profetizará’”
(3,8) y lo prefigura el pasaje de la teofanía en la zarza ardiendo (Éxodo
3).
La Palabra es el alimento y baluarte del creyente para enfrentar las
vicisitudes de la vida; es fuerza, inspiración, luz que ilumina los senderos
de la historia. Sin la Palabra, los hijos de Dios no pueden caminar en pos
de su Maestro.
San Jerónimo afirma que “El que desconoce la Escritura desconoce a
Cristo”, es decir, a Cristo se le conoce, en primer lugar, por el testimonio
que de él presenta la Sagrada Escritura. Pero, además, la sentencia del
santo permite una segunda línea de interpretación: ignorar culpablemente
la Biblia es hacer caso omiso de Cristo. Es sencillo (y terrible) imaginar
las consecuencias de tal actitud.
Es por eso por lo que la Iglesia, siempre preocupada por llevar el mensaje
salutífero de la Palabra, a través de su actual pontífice, el santo Padre
Francisco, ha instituido el “Domingo de la Palabra” en el III Domingo
Ordinario.
Es un espacio litúrgico y un tiempo propicio para privilegiar la Palabra,
entronizarla en el corazón y en el espacio celebrativo para hacer hincapié
en la centralidad que debe ocupar en la espiritualidad del cristiano y
catapultar una actitud permanente de cercanía a la Escritura, no solo en
el nivel del estudio sistemático, sino también a nivel de la cercanía
afectiva, de la familiaridad orante.
El Génesis nos ofrece, por una parte, en un relato extraordinario, en su
capítulo 2, la imagen del jardín primigenio en cuyo centro está el árbol
del conocimiento del bien y del mal (la sabiduría) que lleva a la Vida. Y,
por otro lado, en el capítulo 3 nos relata, con imágenes plásticas llenas
de colorido, la dramaticidad del pecado.

