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b. Una iglesia rejuvenecida
156. La Iglesia está llamada a renovarse y rejuvenecerse.
Los obispos nos han invitado a emprender juntos un esfuer-
zo por la nueva evangelización, nueva en sus formas, en sus
métodos y expresiones. Ante una Iglesia con una brecha ge-
neracional difícil de superar, es necesario hacer el esfuerzo
por dejarnos actualizar por la voz de los jóvenes.
157. El papa Francisco ofrece algunas guías para el reju-
venecimiento de la Iglesia:
Pidamos al Señor que libere a la Iglesia de los que quie-
ren avejentarla, esclerotizarla en el pasado, detenerla, volverla
inmóvil. También pidamos que la libere de otra tentación:
creer que es joven porque cede a todo lo que el mundo le
ofrece, creer que se renueva porque esconde su mensaje y se
mimetiza con los demás. No. Es joven cuando es ella misma,
cuando recibe la fuerza siempre nueva de la Palabra de Dios,
de la Eucaristía, de la presencia de Cristo y de la fuerza de su
Espíritu cada día. Es joven cuando es capaz de volver una y
otra vez a su fuente (Christus vivit 35).
158. Rejuvenecer a la Iglesia no significa ceder ante cual-
quier impulso de la modernidad, sino asegurar un auténtico
encuentro con Cristo, sin miedo a transformar esquemas y
estructuras que ya no favorezcan ese encuentro y atreviéndose
a innovar formas y expresiones que sí lo hagan. Para hacer
posible esta transformación es indispensable la presencia y
el entusiasmo de los jóvenes:
Son precisamente los jóvenes quienes pueden ayudarle
a mantenerse joven, a no caer en la corrupción, a no quedarse,
a no enorgullecerse, a no convertirse en secta, a ser más po-
bre y testimonial, a estar cerca de los últimos y descartados, a
luchar por la justicia, a dejarse interpelar con humildad. Ellos
pueden aportar a la Iglesia la belleza de la juventud cuando
estimulan la capacidad de alegrarse con lo que comienza, de
darse sin recompensa, de renovarse y de partir de nuevo para
nuevas conquistas» (Christus vivit 37).