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Un pueblo que ha perdido la esperanza
“Escucha, hijo mío, el menor, ¿a dónde te diriges?” (Nican
Mopohua n.23) Estas palabras que abren el diálogo entre la
Virgen de Guadalupe y el indio Juan Diego, muestran la manera
en la que Dios se acerca a la historia de un pueblo que ha vivido
el drama de la conquista y la pérdida de la esperanza.
Todo encuentro con Dios nace en una realidad histórica concreta,
personal, colectiva o comunitaria, en muchas ocasiones asociada
al sufrimiento. Dios siente el dolor de los seres humanos y
manifiesta el deseo de liberarlos y salvarlos. Así les ocurrió a
nuestros antepasados que vivieron el drama de la conquista
en donde murieron miles de familias, mujeres y niños, en una
guerra despiadada que ocasionó la caída de su imperio. Esta
conquista no sólo ocasionó el sometimiento y la esclavitud, sino
también la destrucción de su identidad más profunda asociada
a una arraigada cosmovisión religiosa.
El derrumbe de un mundo religioso
Es difícil comprender el sufrimiento que vivieron nuestros
antepasados al ser despojados de todo lo que por siglos habían
mantenido: su origen, su historia, su identidad religiosa que
los obligaba a mantener el orden del universo a través de los
sacrificios humanos que hacían diariamente. Terminada la
conquista, llegó el fin de los sacrificios y, por ende, el comienzo
del caos en el universo que, según la cosmovisión indígena,
estaba a punto de colapsarse. Sin la sangre de los corazones
ofrecidos en sacrificio, el sol iba perdiendo su fuerza para vivir. El
hambre, la enfermedad y la muerte eran el único horizonte sin
retorno que pronto pondría el fin a su historia.
En este valle de sombras es donde deslumbra el acontecimiento
que levantó la vida de una nación.
Era el año de 1531, habían pasado tan sólo diez años de una de las
matanzas más grandes que conociera la historia, en un imperio
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NOVENA INTERCONTINENTAL
GUADALUPANA
































































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