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El amor de Aquél es, sin lugar a dudas, el motor de todo lo que va
a suceder en este relato; ella se siente de tal forma ligada a este
Amor, que su maternidad divina es una participación del amor
de Dios. Y por eso, cuando ella ama, es Dios quien ama en ella.
Nos lo dice con sus palabras en esta secuencia, al afirmar que
Él estará en todo su amor personal, en su mirada compasiva, en
su auxilio, en su salvación. Es por Él que ella quiere esta casita
sagrada, donde lo mostrará, lo ensalzará, lo dará a conocer en sus
propias acciones maternales. La Virgen se presenta como madre
compasiva de todos los hombres y mujeres y de todos los que en
ella confíen.
Pero María no podía hacerlo sola, requiere de la participación
de Juan Diego, a quien se le pidió poner esfuerzo y su voluntad
para construir juntos este nuevo hogar cósmico, templo, “casita
sagrada”, podemos decir, Iglesia católica, centrada en el inmenso
y verdadero amor de Dios para toda la humanidad.
Esto evoca el salmo 8, 2-5:
Oh Señor, nuestro Dios, ¡qué glorioso es tu Nombre por toda la
tierra! Tu gloria por encima de los cielos [...] al ver tus cielos, obra
de tus dedos, la luna y las estrellas que fijaste, ¿quién es el hombre
para que te acuerdes de él, el hijo de Adán para que de él cuides?
TERCER MOMENTO
Proponer a partir de Cristo
y de Santa María de Guadalupe
Hoy entendemos la casita sagrada no solo como el espacio
físico, sino como la comunidad que Dios quiere que seamos, una
comunidad en la que se viva la comunión, la fraternidad y la paz. Es
por ello que, así como le pidió ayuda a Juan Diego para construir
esta ermita, a cada uno de nosotros nos pide reconstruir la casita
sagrada de nuestro país, de nuestros pueblos y ciudades para
hacer de ellos lugares en los que se dignifique el ser humano.
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NOVENA INTERCONTINENTAL
GUADALUPANA