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II. LA EXPERIENCIA DE FE QUE SOSTIENE NUESTRA ESPERANZA
1. Cristo sigue caminando entre nosotros
45. Al final del Evangelio de Lucas encontramos el pa-
saje de los discípulos de Emaús (cfr. Lc 24, 13-35). El día de la
Resurrección, mientras conversaban y discutían, “el mismo
Jesús se acercó y siguió caminando con ellos” (Lc 24, 15), aun-
que no lo reconocieron. Al resucitar, Jesucristo trasciende el
tiempo y el espacio y desde ese momento sigue caminando
entre nosotros de manera misteriosa, haciéndose presente
en todo momento de nuestra historia personal y comunitaria.
46. La presencia de Cristo podemos reconocerla en un
sinnúmero de personas, pertenecientes a culturas diversas,
que, en esta ciudad, colmada de desafíos y marcada por el
sufrimiento, la pobreza y la injusticia, se esfuerzan por poner
en práctica sus enseñanzas (cfr. Mt 7, 24). Reconocemos su
presencia también en aquellos que siguen su ejemplo de
humildad, servicio y sacrificio (cfr. Mt 11, 29; 20, 26-27; Jn 13,
15-17) y saliendo de su zona de confort, sirven a Jesús en el
hambriento, en el sediento, el forastero o el encarcelado (Mt
25, 35). Él está presente en quienes proclaman su mensaje
de amor y redención (cfr. Mt 28, 19-20), recordando a todos la
importancia de la empatía y de la compasión, especialmente
hacia nuestros prójimos (cfr. Lc 10, 25-37).
47. Para poderlo reconocer en la ciudad, primero nos
encontramos con Cristo, Pan de vida que alimenta y guía a
su Iglesia, en el sacramento de la Eucaristía. De este modo
nunca peregrinamos sin su compañía ni su guía amorosa;
sin duda, Él está con nosotros “todos los días hasta el fin del
mundo” (Mt 28, 20).





































































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