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d. Crisis de espiritualidad
112. Quizá, el punto de partida de la falta de capacidad
de la Iglesia para atraer y convocar es la deficiencia en la vida
espiritual, es decir, en la apertura al Espíritu que nos moldea
y configura con Jesús. Vivimos como miembros de la Iglesia
sin asumir las actitudes que Jesús vivió y enseñó. Incluso le
quitamos su lugar para ostentarnos como dueños del Evan-
gelio, de la misión y de las comunidades. Sin afán de culpar o
sentirnos malos seguidores de Jesús, nos hacemos conscien-
tes de la necesidad de procesos de formación y espiritualidad
a través de los que emprendamos caminos de maduración
discipular y pastoral.
2. Voz de nuestros pastores, magisterio
a. El Señor nos envía como mensajeros del
Evangelio
113. La Iglesia recibió del Señor Jesús el mandato del
anuncio evangélico (Lumen Gentium 17), tarea cada vez más
urgente. El deber de anunciar el Evangelio es responsabilidad
de todos: los pastores de la Iglesia, las personas consagradas,
y todos los miembros de la Iglesia, quienes, en virtud del bau-
tismo, son constituidos discípulos y misioneros, y cada uno,
desde su propia vocación y condición de vida, está llamado a
ser protagonista de la evangelización. Porque hoy son muchos
los bautizados que no viven las exigencias del bautismo, “no
tienen una pertenencia cordial a la Iglesia y ya no experimen-
tan el consuelo de la fe” (Evangelii Gaudium 14). Ellos son
hoy interlocutores prioritarios de la acción evangelizadora, y
somos enviados para salir a su encuentro.
b. Configurarnos con Jesús para transmitir su vida
114. Para que la acción evangelizadora sea eficaz y fe-
cunda, debe originarse en el encuentro con el Señor, en una
relación personal de amor, en una fe fuerte y firme, y soste-


































































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