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nerse a lo largo de un proceso de configuración con él, de
manera que genere en nosotros la convicción de seguirlo y
podamos asumir sus criterios y estilo de vida (cfr. Documento
de Aparecida 134-142).
115. El Papa señala que carecer de este itinerario de for-
mación y maduración espiritual provoca que los agentes evan-
gelizadores presenten actitudes que obstaculizan su labor,
desde una apariencia poco afable con cara de funeral o de
vinagre (Evangelii Gaudium 80), hasta el temor, los activis-
mos sin sentido y proyectos sin ruta clara, el afán de control
de los trabajos y de sus resultados que desembocan en la
acedia pastoral y el pesimismo ante los desafíos del mundo.
La vida espiritual no debe centrarse en prácticas religiosas
incapaces de animar a salir de sí mismos y, por el contrario,
debe alentar el compromiso y la pasión evangelizadora (cfr.
Evangelii Gaudium 77-78).
c. A vino nuevo, odres nuevos
116. Consciente de los cambios socioculturales de nuestra
época, la Iglesia asume la necesidad de cumplir su misión,
escrutando los signos de los tiempos a la luz de la Palabra
de Dios. La predicación del Evangelio hoy se hace en lugares,
entornos y contextos nuevos que, sin estar más allá de las
fronteras geográficas, se convierten en los nuevos países de
misión (cfr. Redemptoris missio 32), lo que exige implementar
métodos adecuados para hacer llegar la palabra y la vida del
Señor Jesús al corazón de las personas.
117. Es un imperativo renovar las actitudes y las estruc-
turas eclesiales, priorizando una proclamación que incida en
la vida de las personas, con sus luces y heridas. Dicha renova-
ción pone a la Iglesia en clave de salida, optando por formas
nuevas, sin temor a equivocarse, sin ceñirse a lo que ya ha
demostrado ser ineficaz.


































































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