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¿Cómo obtenemos la comunión con Dios? – Homilía del Cardenal Carlos Aguiar, 16 de Junio de 2024

«Yo tomaré un renuevo de la copa de un gran cedro, de su más alta rama cortaré un retoño”.

Con estas palabras, el profeta Ezequiel, en la primera lectura, explica la figura del hombre de fe y elige, como figura uno de los árboles más fuertes: el cedro. El texto dice: «Yo tomaré un renuevo de la copa de un gran cedro«. Esto significa que el árbol ya ha dado señales claras de que tiene buenas raíces para poder generar otros árboles tan fuertes o más fuertes que el mismo cedro.

Así debe ser todo Papá: con la conciencia y experiencia de dar el máximo de sí mismo. ¿Para qué? Aquí el ejemplo del profeta afirma: “para que en él aniden y descansen toda clase de pájaros al abrigo de sus ramas”. Es decir, hay que crear un hogar donde sea posible estar cómodo, contento y satisfecho. Esta figura la aplico a un hogar de una familia, con un padre, con una madre y con hijos. Y también es un ejemplo propicio para la Iglesia.

La Iglesia debe ser como una familia. La gran ventaja en la Iglesia es que ya tenemos ese cedro, que es Jesucristo. El cedro figura de Jesucristo y de la Iglesia, aplicado a lo que expresa San Pablo a los Corintios, nos guía por la fe, sin ver todavía, pero llenos de confianza y preferimos dejar las atracciones de nuestro cuerpo para vivir con el Señor. Esto es caminar guiados por la fe, guiados por nuestro cedro, de la misma manera que un niño camina con certeza y seguridad, sintiéndose feliz de estar en su hogar porque cuenta con un buen padre y/o una buena madre.

Entonces, así debe ser también nuestra confianza en quien ha dado su vida hasta la muerte en la cruz. Es un sacrificio increíble que el Hijo de Dios haya vivido este padecimiento por nosotros. Con ese hecho de habiéndolo entregado todo y resucitado, se ha convertido en nuestro cedro. Por eso debemos confiar plenamente en Él y caminar guiados por las enseñanzas de Jesús.

¿Cuáles son estas enseñanzas? Hoy Jesús lo explica en el Evangelio mediante la semilla de mostaza, que es de las más pequeñas que hay. El árbol no es muy grande, pero es suficiente para dar fruto y generar la mostaza. Ese árbol está lleno de ramitas, es muy hermoso.

Así, dice Jesús, es el Reino de Dios. En el hay de todo: pequeños, medianos y grandes, pero todos a producir algo. A producir, como dice Él, cuando ya llega el tiempo de la cosecha, el hombre echa mano de la hoz. Ha llegado el tiempo de la cosecha porque ya están maduros los granos.

Todo tiene su tiempo, y ésta es la habilidad que debemos recoger como enseñanza de estas parábolas. No le podemos pedir a un niño hacer lo que solamente un joven puede hacer, ni a un joven lo que solo una persona mayor puede. Así es el Reino de Dios, así debe ser el hogar en la familia, así debe ser también la Iglesia.

Por eso, dice Jesús, que el Reino de Dios se compara con esa semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas, pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos, y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden anidar en ellas. Termina diciendo el evangelista que, con otras muchas parábolas semejantes, les estuvo exponiendo su mensaje. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.

Esto es lo que hacemos nosotros los sacerdotes en las homilías: explicarles a Ustedes. No se lo decimos a todo el mundo, pero sí a Ustedes, los discípulos de Cristo, los hijos de Dios por el bautismo. Explicamos la aplicación y el sentido de las parábolas que dejó Jesús en sus enseñanzas.

Por eso, pues, podemos también entender la indispensable comunión con Dios que debemos generar a la luz de sus enseñanzas. Seguir por medio de la fe, ser guiados por ella en nuestra vida, es la clave para nuestro desarrollo espiritual.

¿Cómo obtenemos la comunión con Dios? A través de la oración personal e individual, comunitaria, en casa, en pequeñas comunidades, pero sobre todo aquí en la Eucaristía del día domingo. De ahí la importancia, como Ustedes lo hacen, al venir aquí a escuchar la Palabra de Dios, a dejar que se anide en su corazón y pedirle a Dios que dé fruto en el tiempo debido.

Así, pidámosle a nuestra Madre, María de Guadalupe, en un breve silencio. Nos ponemos de pie y le presentamos la situación de nuestro hogar, de nuestros papás y mamás, de nuestros hijos, para que ella nos ayude a entendernos y a poder encauzarlos conforme a la fe.

Tu Madre querida, eres un ejemplo y fuerte testimonio del amor del “verdadero Dios por quien se vive”. Intercede por nosotros ante tu Hijo Jesús, para que envíe el Espíritu Santo y nos guíe, nos acompañe, y nos ilumine para que caminemos siempre bajo la luz de la Fe hacia la casa del Padre.

Ayúdanos para ser capaces de interpretar los signos de los tiempos y responder adecuadamente a los contextos socio-culturales que vivimos, y auxiliar especialmente a los niños, adolescentes y jóvenes a descubrir el proyecto, que en ellos ha sembrado Dios, Nuestro Padre.

Por eso Madre querida pedimos tu ayuda, especialmente hoy en este día del Padre, para que todos los Papás vivan acordes a la lógica del amor y de la libertad, que aprendan de tu esposo San José, quien fue capaz de amar, de una forma verdaderamente libre. Nunca se puso en el centro. Supo cómo descentrarse, para ponerte a tí y a Jesús en el centro de su vida.

Por eso, Madre, necesitamos tu auxilio para continuar abriendo nuestro corazón a la luz de la Palabra de Dios, y compartir en familia o en pequeña comunidad, las enseñanzas de tu Hijo Jesús, logrando ser como la semilla de mostaza, pequeños y limitados, pero siempre creciendo y transmitiendo la hermosa experiencia de ser miembros de la Iglesia Católica.

Todos los fieles aquí presentes nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María de Guadalupe! Amén. 

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