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El Arzobispo Carlos Aguiar Presidió La Misa De Medianoche Desde La Basílica De Guadalupe.

Homilía en la Solemnidad de la Virgen de Guadalupe- 12/12/21

“Los que me coman seguirán teniendo hambre de mí, los que me beban seguirán teniendo sed de mí”.

La sabiduría es como un árbol de hermosos y atractivos frutos, sacia y agrada, invita y ofrece, y quien los prueba y saborea queda satisfecho, pero a la vez surge la atracción para seguir acudiendo a esos frutos, que produce el árbol.

La dialéctica de la sabiduría es saciar y producir hambre; es decir, genera satisfacción, pero también surge el gusto y apetito por continuar recibiendo ese alimento. Es un deseo satisfecho, pero a la vez insaciable. Lo cual significa que es un camino de constante crecimiento, que en esta vida no quedará plenamente saciado, pero cada paso dado para adquirir la sabiduría va satisfaciendo y conduciendo a continuar cada vez con mayor convicción del beneficio recibido. Es un camino de gradual y eterno crecimiento, que da satisfacción y nuevo apetito para seguirla buscando.

La creación misma mediante el conocimiento de la ecología sustentable, que produce fruto y al mismo tiempo que se consume, no se agota, y sigue produciendo debido a la interconexión de una vida que da fruto y una muerte que renace permanentemente. Eso sí, mientras se respetan los ciclos de la naturaleza. Es una expresión de la vida eterna y un testimonio de la sabiduría de Dios Creador del Universo.

Es bueno preguntarnos hoy, en esta noche, ¿cómo puedo encontrar el árbol de la sabiduría, caminar alimentado por sus frutos, y conocer al verdadero Dios, por quien se vive?

La Virgen María aprendió de su Hijo Jesucristo, a descubrir en Él la fuente y expresión de la Sabiduría. Como buena discípula vivió lo que contempló en su hijo y se convirtió en la primera criatura en ser también como Él, expresión de la sabiduría, y lo transmite a través de la ternura y el amor de Madre.

De ella podemos expresar, que manifiesta la afirmación: “Yo soy como una vid de fragantes hojas y mis flores son producto de gloria y de riqueza. Yo soy la madre del amor, del temor, del conocimiento y de la santa esperanza. En mí está toda la gracia del camino y de la verdad, toda esperanza de vida y de virtud”.

Así comprenderemos mejor por qué vino como misionera de su Hijo Jesús a manifestarse a los pueblos originarios, que estaban sumidos en las sombras, que vivían por la conquista y por la consecuente pérdida de su autonomía, que generó la decepción y frustración de sus creencias religiosas.

Con el testimonio de San Juan Diego recuperaron su propia dignidad al conocer las palabras de María: “Escucha, ponlo en tu corazón hijo mío el menor, que no es nada lo que espantó, lo que te afligió, que no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad, ni ninguna otra cosa punzante, aflictiva. ¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?

Quienes escuchan el testimonio de San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, y se acercan a ella, expresándole sus tristezas y angustias experimentarán a través del amor y la ternura de María de Guadalupe, las palabras de la primera lectura: “Vengan a mí, ustedes, los que me aman y aliméntense de mis frutos. Porque mis palabras son más dulces que la miel y mi heredad, mejor que los panales”.

Así nos reconoceremos como hijos, al ser amados entrañablemente por ella, y comprenderemos la afirmación: “los que me escuchan no tendrán de qué avergonzarse y los que se dejan guiar por mí no pecarán. Los que me honran tendrán una vida eterna”.

En efecto, como afirma San Pablo en la segunda lectura: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de hacernos hijos suyos

El amor que se alcanza mediante la sabiduría, libera al ser humano de sentir como una carga o una presión moral, que condiciona el cumplimiento de la ley, de los diez mandamientos, y de las leyes de la Iglesia. Porque estas leyes son indicadores de lo que debemos hacer, pero la fortaleza que ayuda a nuestra voluntad para cumplirlas es el amor, y el camino para alcanzar el amor es la sabiduría, que viene de la relación con quien me ama.

De aquí procede la necesidad de la oración, concebida como la practicó Jesucristo, momento para relacionarse con Dios Padre, para descubrir su voluntad, y para pedirle nos conceda la gracia necesaria para cumplirla.

Para generar esa confianza con Dios Padre, hagamos nuestra la afirmación de San Pablo: “Puesto que ya son ustedes hijos, Dios envió a sus corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá¡, es decir, ¡Padre! Así que ya no eres siervo, sino hijo; y siendo hijo, eres también heredero por voluntad de Dios”.

Por este camino de oración a Dios Padre seremos capaces de expresar ante el auxilio divino la afirmación de la Virgen María: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava”.

Si alguno tiene dudas sobre su capacidad para transformarse en discípulo de Jesús y unirse a la comunidad de discípulos, que es la Iglesia, para ser su apóstol y mensajero en su contexto de vida, diríjase a Nuestra querida Madre, María de Guadalupe, y escuchará en su interior: “que no se perturbe tu rostro, tu corazón: ¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre?”.

En un breve momento de silencio, ¡abramos nuestro corazón a nuestra madre!

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, ayúdanos a ser conscientes de que nuestra casa común no sólo nos pertenece a nosotros, sino también a todas las criaturas y a todas las generaciones futuras, y que es nuestra responsabilidad preservarla.

Mueve nuestro corazón para promover que cada persona cuente con la alimentación y los demás recursos que necesita. Hazte presente entre los necesitados en estos tiempos difíciles, especialmente los más pobres y los que corren más riesgo de ser abandonados.

Trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que podamos experimentar una verdadera conversión del corazón.

Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

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