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Arzobispo Carlos Aguiar Retes En La Basílica De Guadalupe. Foto: Cortesía INBG

Homilía- Necesitamos hacer nuestro el testimonio de María- 19/12/21

De ti, Belén de Éfrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel… Él se levantará para pastorear a su pueblo con la fuerza y la majestad del Señor, su Dios. Ellos habitarán tranquilos, porque la grandeza del que ha de nacer llenará la tierra y él mismo será la paz”.

Esta profecía del envío de un pastor, que hará presente la fuerza y la majestad de Dios, se ha cumplido cabalmente en la persona de Jesucristo, incluso superando la expectativa generada de la llegada del Mesías, ya que Dios mismo en la persona del Hijo tomó cuerpo en el seno de María; uniendo así la divinidad con la humanidad, misterio, que sobrepasa la mente humana, pero hecho realidad en Jesucristo.

Desde este acontecimiento el autor de la carta a los Hebreos, en la segunda lectura ha manifestado el cambio radical de la relación del hombre con Dios: “No quisiste víctimas ni ofrendas; en cambio, me has dado un cuerpo. No te agradan los holocaustos ni los sacrificios por el pecado; entonces dije – porque a mí se refiere la Escritura –: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”.

En el Antiguo Testamento se consideró que el pueblo de Israel debía cumplir las normas y los ritos establecidos para agradar y obtener de Dios respuesta a sus necesidades materiales y espirituales, mientras que, a partir de la vida, pasión, muerte y resurrección, Jesús se ofreció a sí mismo para obtener el perdón de nuestros pecados, y garantizar con su entrega el camino de la vida y la esperanza de la eternidad: “Cristo suprime los antiguos sacrificios, para establecer el nuevo. Y en virtud de esta voluntad, todos quedamos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez por todas”.

En la Celebración de cada Eucaristía se actualiza en beneficio de sus participantes el perdón y la reconciliación con Dios; y para todos aquellos que presentan en el ofertorio su ofrenda existencial, sus buenos propósitos, sus obras de caridad y sus esfuerzos de vivir como buenos discípulos de Cristo, con el pan y vino que serán consagrados como signo de la presencia de Cristo, reciben el auxilio del Espíritu Santo, que los fortalece para continuar en el camino de esta vida de la mano de Dios, Nuestro Padre.

De esta manera en cada Eucaristía que participamos, no solo encontramos a Jesucristo, sino a cada una de las tres personas divinas:

Al Padre al descubrir mediante la luz de la Palabra de Dios lo que espera de nosotros, y luego se prolonga dicho encuentro al cumplir su voluntad.

Al Hijo en el signo sacramental de su cuerpo y de su sangre mediante el pan y el vino consagrado en su memoria.

Al Espíritu Santo cuando le damos cabida a las inquietudes que se mueven en nuestro interior y abrimos nuestro corazón a la escucha de la Palabra y a la respuesta que dentro de nosotros suscita su presencia, y en consecuencia el Espíritu Santo nos fortalece para llevar a la práctica sus inspiraciones.

¿Qué necesitamos para recorrer este camino? Seguir el ejemplo de Nuestra Madre María: Creer lo que celebramos y escuchamos, compartir lo que vivimos con los que integramos nuestra comunidad sea la familia, sea los amigos y/o los vecinos, sea con la comunidad de creyentes en la misma fe.

Recordemos el camino de María: Al anuncio del Arcángel Gabriel que sería la madre del Salvador, ella respondió: “Yo soy la esclava del Señor; que se cumpla en mí lo que me has dicho”. Al compartir su experiencia con su prima Isabel, la confirmó en su fe: “Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.

Creer es causa de alegría, de la dicha de comprobar no solamente la veracidad de lo anunciado y prometido, sino del gozo que causa vivirlo, y a través de la experiencia descubrir el amor, de quien nos ha creado y regalado la vida.

María es la discípula fiel y ejemplar de Jesucristo, fiel porque mantuvo en todo momento su fe y su confianza en Dios, incluida en la pasión y muerte injusta de su amado Hijo. La contemplamos dolorosa, pero de pie acompañando hasta el final a su querido Hijo. Nos muestra así el camino de quien tiene fe y confianza, de quien se sabe elegida y amada por Dios, su Padre y su Creador.

La visita de María a su prima Isabel, y sus positivos efectos del encuentro, son una expresión de la conveniencia y aún más de la necesidad de compartir nuestra vida interior entre quienes confesamos la misma fe. Así se fortalece el caminar de los cristianos, y ésta es la razón de integrar y formar parte de un grupo de meditación y reflexión de la Palabra de Dios.

Esta experiencia conducirá a los miembros de la comunidad a desarrollar fuertes lazos de amistad y a reconocerse hermanos solidarios, no solo con los mismos miembros, sino con los demás que profesamos la misma fe en Jesucristo, dando por consecuencia el ejercicio habitual de la responsabilidad social.

De la mano de Nuestra Madre, María de Guadalupe, elevemos nuestra oración a Dios Nuestro Padre, como lo proclamábamos en el Salmo responsorial: “Escúchanos, Pastor de Israel;… manifiéstate; despierta tu poder y ven a salvarnos. Que tu diestra defienda al que elegiste, al hombre que has fortalecido. Ya no nos alejaremos de ti; consérvanos la vida y alabaremos tu poder. Señor, muéstranos tu favor y sálvanos”.

Hoy más que ayer, dados los nuevos y acelerados cambios sociales, necesitamos recordar el testimonio de María para hacerlos nuestros y renovar nuestra querida Iglesia; y al imitarla, no solamente descubriremos la causa de nuestra alegría, y la esperanza fundada de la vida eterna; sino también daremos testimonio en nuestra sociedad, de que es posible promover y vivir la fraternidad y la solidaridad como hermanos y miembros de la familia de Dios, Nuestro Creador y Redentor. En este Adviento pidámosle a Nuestra Madre, que nos acompañe para seguir su ejemplo.

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, en la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, con plena confianza, mueve nuestro corazón para promover que cada persona cuente con la alimentación y los demás recursos que necesita.

Que podamos sentir ahora más que nunca que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, permítenos escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.

Madre de Dios y Madre nuestra, buscamos refugio bajo tu protección. Trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que podamos experimentar una verdadera conversión del corazón.

Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

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