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El Arzobispo Carlos Aguiar Preside La Misa Dominical. Foto: INBG/Cortesía

Homilía. ¿Cómo es la evangelización que nos pide Jesús? 19/02/22

 

La escritura dice que el primer hombre,  Adán,  fue un ser que tuvo vida; el último Adán es Espíritu que da la vida.

Con estas palabras explica San Pablo a la comunidad de Corinto, el proceso de la conciencia humana y de su desarrollo. Es decir, que primero nos damos cuenta de nuestro cuerpo y de nuestro ser personal y distinto a las demás personas, con quienes comenzamos a coexistir; posteriormente poco a poco, y dependiendo del contexto cultural en que nacemos, despierta nuestra conciencia a descubrir, que somos más que un cuerpo, y que ese cuerpo vive gracias a que posee un espíritu.

San Pablo en efecto afirma: “Sin embargo, no existe primero lo vivificado por el Espíritu, sino lo puramente humano; lo vivificado por el Espíritu viene después”. Y añade inmediatamente, acorde con el relato del Génesis, que el primer hombre, hecho de tierra, es terreno; el segundo, refiriéndose a Cristo, viene del cielo: “Como fue el primer hombre terreno, así son los hombres terrenos; como es el hombre celestial, así serán los celestiales. Y del mismo modo que fuimos semejantes al hombre terreno, seremos también semejantes al hombre celestial”.

Con ello explica que la vida de todo ser humano inicia desarrollándose a partir de los instintos y tendencias que surgen en el incipiente espíritu, que Dios infundió en cada individuo, pero que el camino y desarrollo de la vida espiritual, que es la que debe regir toda conducta humana, llega a su plenitud gracias a Jesucristo, a quien San Pablo lo describe como el hombre celestial.

Si reconocemos que todo ser humano está llamado a conducir su vida regido por el espíritu que habita en él, y ser guiado por el perfecto hombre celestial, comprenderemos lo que Jesús pide a sus discípulos: «Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difaman. Al que te golpee en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica. Al que te pida, dale; y al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames”.

El hombre celestial, llamado a participar eternamente de la vida de Dios, debe aprender, desde esta vida, a imitar la naturaleza de Dios. En efecto Jesús afirma: “Traten a los demás como quieran que los traten a ustedes; porque si aman sólo a los que los aman,  ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores aman a quienes los aman. Si hacen el bien sólo a los que les hacen el bien,  ¿qué tiene de extraordinario? Lo mismo hacen los pecadores”.

Que esto es factible y está a nuestro alcance, lo vemos en la primera lectura en la actitud de David, que no cae en la tentación, que le sugiere Abisay, su fiel escudero: “Dios te está poniendo al enemigo al alcance de tu mano. Deja que lo clave ahora en tierra con un solo golpe de su misma lanza. Pero David replicó: «No lo mates. ¿Quién puede atentar contra el ungido del Señor y quedar sin pecado?”.

Así no obstante que David era perseguido por Saúl, quien quería matarlo; David muestra su lealtad al Rey Saúl y respeta su vida, pero le deja bien claro, que lo ha perdonado: “cogió David la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl y se marchó con Abisay,… cruzó de nuevo el valle y se detuvo en lo alto del monte, a gran distancia del campamento de Saúl. Desde ahí gritó: Rey Saúl, aquí está tu lanza, manda a alguno de tus criados a recogerla. El Señor le dará a cada uno según su justicia y su lealtad, pues él te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor”.

Con esta ejemplar actitud, David cumplió perfectamente la enseñanza, que Jesús siete siglos después, expresó a sus discípulos, como criterio de vida en el espíritu: “Traten a los demás como quieran que los traten a ustedes; porque si aman sólo a los que los aman, ¿qué hacen de extraordinario?”.

El testimonio que pide Jesús a sus discípulos no es solamente para desarrollar la propia vida en el espíritu, sino para aprender y transmitir el amor que Dios Padre tiene por todos sus hijos. La transmisión contundente de la experiencia cristiana en efecto es, ha sido, y será mediante el testimonio vivo del amor.

Así la evangelización que pide Jesús, no queda limitada a la transmisión de conceptos, lo cual será siempre importante para crecer y desarrollar la fe; sin embargo es indispensable que la vivencia de los conceptos sea expresada en las relaciones interpersonales de forma personal y comunitaria.

Así comprenderemos mejor la recomendación de Jesús: “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará: recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Porque con la misma medida con que midan, serán medidos”.

Celebramos los 25 años de Desde la fe

Hoy que celebramos 25 años de la fundación del centro de comunicaciones de la Arquidiócesis de México, con el nombre “Desde la Fe”, los invito a dar gracias a Dios por el servicio prestado en estos años, y pedirle que seamos cada vez más eficientes para transmitir la vida de la Iglesia, y en particular de la Arquidiócesis.

Deseo que cada vez sean más quienes sigan a “Desde la Fe”, sea en la versión digital o impresa, no solamente como asiduos lectores, sino también participando con el envío de sus testimonios de vida y sus experiencias en favor de los más necesitados.

Imitemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe que supo transmitir el amor de Dios Padre a San Juan Diego, a través de su preocupación e intervención, en favor del tío Juan Bernardino; pidámosle a ella que nos anime y acompañe en la gran tarea de transmitir a nuestra sociedad, la vida de la Iglesia y los diferentes testimonios de generosa entrega de nuestros fieles.

Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en ti y en tu Hijo Jesucristo.

Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios Padre espera de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.

Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.

En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.

Auxílianos para crecer en el Amor, y compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.

A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste.

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

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