Saltear al contenido principal
Arzobispo Carlos Aguiar Retes En La Basílica De Guadalupe. Foto: Cortesía INBG

¿QUÉ SE NECESITA PARA DESCUBRIR LA MANO DE DIOS? – HOMILÍA 18/12/2022

“El Señor le habló a Ajaz diciendo: «Pide al Señor, tu Dios, una señal de abajo, en lo profundo o de arriba, en lo alto». Contestó Ajaz: «No la pediré. No tentaré al Señor.”

Ajaz tiene razón al afirmar que no hay que tentar a Dios pidiendo señales; sin embargo cuando Dios mismo ofrece una señal no hay que menospreciarla. Es gracia, que será siempre para nuestro bien. Y dejarla de lado, es negarse a la correspondencia de esa gracia, que ofrece Dios.

Hay quienes tienen olfato y sensibilidad espiritual para detectar las intervenciones de Dios, y hay quienes solo consideran las intervenciones milagrosas como intervención divina; sin embargo Dios mediante el Espíritu Santo siempre nos acompaña, y cuando decidimos nuestras acciones, de manera acorde a la voluntad de Dios Padre, siempre intervendrá Él para nuestro bien y para llevar a cabo los proyectos.

¿Qué se necesita para adquirir la sensibilidad espiritual y descubrir la mano de Dios en nuestras vidas? Muy sencillo: Ejercitar la oración y escuchar habitualmente la Palabra de Dios.

Oración habitual ya sea invocándolo con alguna oración como el Padre Nuestro, o también tomando conciencia de su presencia, con un momento de silencio para tener siempre presente que Dios camina a nuestro lado, para crecer así en la confianza de su auxilio, y adquirir la virtud de la esperanza, especialmente ante las dificultades y situaciones dolorosas o trágicas.

La segunda manera es la escucha frecuente de la Palabra de Dios, al menos cada Domingo; y a la luz de esa Palabra, interpretar los signos de los tiempos para descubrir la voz de Dios en los acontecimientos.

Por eso, todo acontecimiento humano debe ser de nuestro interés, y debe siempre cuestionarnos para examinar lo que esa Palabra suscita en nuestro corazón para discernir nuestra conducta ante las distintas situaciones y las relaciones con los demás.

A este propósito consideremos la experiencia de San José, quien amaba profundamente a María, pero no encontraba la manera de proceder en vista de su compromiso matrimonial ante el inesperado e incomprensible misterio del embarazo de su prometida: “Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.”

El evangelio que hoy hemos escuchado expresa cómo José afronta la compleja situación, ante la evidencia de la concepción de María, y de qué manera recibe el auxilio divino mediante un ángel, quien le confirmó a José, la acertada decisión de amparar a su esposa.

Así quedó cumplida en María, la señal, que el Profeta Isaías había ofrecido al Rey Ajaz, quien representaba en ese momento la continuidad de la descendencia del Rey David al frente del pueblo de Israel: “Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta Isaías: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros”.

El desbordamiento de la gracia de Dios en Jesucristo, superó las expectativas mesiánicas del pueblo de Israel, en el sentido de que el Mesías sería un descendiente de la dinastía davídica. Jamás imaginó el Pueblo de Israel, que el Mesías sería la Encarnación del Hijo de Dios; por eso el apóstol Pablo se siente profundamente agradecido por la llamada a ser mensajero y apóstol de esta gran noticia.

“Yo, Pablo, siervo de Cristo Jesús, he sido llamado por Dios para ser apóstol y elegido por él para proclamar su Evangelio. Ese Evangelio, que, anunciado de antemano por los profetas en las Sagradas Escrituras, se refiere a su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor, que nació, en cuanto a su condición de hombre, del linaje de David, y en cuanto a su condición de espíritu santificador, se manifestó con todo su poder como Hijo de Dios, a partir de su resurrección de entre los muertos”.

Ahora todos los bautizados en el nombre de Jesucristo somos llamados también para anunciar y testimoniar, que Jesucristo es el Señor: Camino, Verdad y Vida para la humanidad.

Los invito asumir como nuestra la expresión gozosa de San Pablo: “Por medio de Jesucristo, Dios me concedió la gracia del apostolado, a fin de llevar a los pueblos paganos a la aceptación de la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos, también se cuentan ustedes, llamados a pertenecer a Cristo Jesús.”

¿Me he alegrado de esta enorme don que Dios me ha dado, y puedo expresar, como el apóstol Pablo, la alegría y el entusiasmo de ser miembro de la comunidad de los discípulos de Cristo, de ser miembro del Pueblo de Dios que peregrina en este mundo, de ser miembro de la Iglesia?

Preguntémonos si he tomado conciencia de mi vocación y si he ejercitado la misión de darlo a conocer a los demás, para que también ellos obtengan la gracia y la ayuda divina a lo largo de su vida, y alcancen así la vida eterna en la Casa de Dios Padre.

Este tiempo del Adviento es muy propicio para redescubrir mi vocación y celebrarlo en mi familia, con mis amigos y vecinos en la ya próxima Navidad. Sin duda alguna, será el mejor regalo, que podamos ofrecer a quienes amamos y con quienes convivimos.

Nuestra Madre, María de Guadalupe nos recuerda con su amor y su ternura la misericordia divina, y nos acompaña para ofrecernos su auxilio; por eso invoquemos su ayuda para ser discípulos comprometidos con su Hijo Jesucristo.

Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes del tiempo tan desafiante que vivimos ante tanta ambigüedad y confusión de mundo actual, donde ha crecido la violencia y el odio, y aunque los acontecimientos de nuestra existencia parezcan tan trágicos y nos sintamos empujados al túnel oscuro y difícil de la injusticia y el sufrimiento, ayúdanos a mantener el corazón abierto a la esperanza, confiando en Dios que se hace presente, nos acompaña con ternura, nos sostiene en la fatiga y, orienta nuestro camino para estar vigilantes, buscando el bien, la justicia y la verdad.

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos en este tiempo del Adviento para que al contemplar el misterio de la Navidad, que manifiesta tu dócil obediencia al Espíritu Santo, sea para nosotros consuelo y esperanza, y aprendamos a transmitir la Fe en Jesucristo, tu Hijo amado; a crecer y transmitir la esperanza, recordando la inmensa confianza en el amor a Dios Padre, que mostraste al aceptar engendrar, bajo la sombra del misterio, a tu Hijo Jesús.

Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.

Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino, como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

Volver arriba
×Close search
Buscar