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Expresémosle A Dios, Nuestro Padre, Nuestra Gratitud Por El Gran Don Que Hemos Recibido En La Persona De Jesús

Homilía 6 de agosto, la Transfiguración del Señor.

“Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de éste, y los hizo subir a solas con él a un monte elevado. Ahí se transfiguró en su presencia: su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve. De pronto aparecieron ante ellos Moisés y Elías, conversando con Jesús”.

El evangelio de hoy refiere esta escena, en la que tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan, elegidos por Jesús para que lo acompañaran a orar, son testigos de una increíble e inesperada experiencia, que los convierte en testigos de la naturaleza divina de Jesús. Siempre que nos encontramos en una hermosa experiencia de vida, en una agradable compañía, deseamos que se prolongue, y no miramos el tiempo transcurrido. Además deseamos que momentos así se prolonguen y se repitan.

Sin embargo en esta ocasión, apenas Pedro reaccionó sugiriendo: «Señor, ¡qué bueno sería quedarnos aquí! Si quieres, haremos aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”; una voz del cielo lo interrumpe y los deja perplejos, asombrados ante lo que acontecía: “Cuando aún estaba hablando, una nube luminosa los cubrió y de ella salió una voz que decía: Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo. Al oír esto, los discípulos cayeron rostro en tierra, llenos de un gran temor”.
Pero inmediatamente desaparecen Moises y Elías, y escuchan la voz del Maestro, quien les dice: “Levántense y no teman. Alzando entonces los ojos, ya no vieron a nadie más que a Jesús”. La experiencia termina con celeridad y sin duda, dejándoles múltiples interrogantes.

Indudablemente ya habían considerado a Jesús como el profeta esperado, como el Mesías anhelado, habían sido testigos de los milagros, que Jesús era capaz de realizar: curaciones de ciegos, leprosos, enfermos de distinta naturaleza. También de liberación de endemoniados, y de la maravillosa multiplicación de cinco panes y dos pescados para dar a comer a una inmensa multitud.

Lo de ahora, es plenamente superado, han quedado sorprendidos ante el gran misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, de su naturaleza divina, que es capaz de dialogar con dos grandes líderes del pueblo elegido: Moisés y Elias, pero les señala de inmediato: “Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No le cuenten a nadie lo que han visto, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos”. Van pues de sorpresa en sorpresa sin acabar de comprender lo que van viviendo.

Además deberán esperar el inimaginable final de la vida de Jesús, quien deberá sufrir la pasión, la injusta muerte en cruz, y ser sepultado. Así serán testigos privilegiados de su Resurrección de entre los muertos; pero para participar en la gloria de Cristo, será preciso compartir su pasión. No pueden permanecer en el monte de la transfiguración porque Jesús antes tiene que subir al monte De los Olivos y sobre todo al Calvario. Por tanto, no hay otro camino que el de la cruz, el de la entrega a la voluntad de Dios Padre, para entender y alcanzar la gloria de la vida eterna, compartiendo la vida divina de Dios Trinidad.

Jesús va preparando así a los discípulos, que serán la cabeza del resto y cuidaran del rebaño de los demás discípulos ante las adversidades y las persecuciones, ante las descalificaciones y las injustas acusaciones como lo verán en la pasión, muerte y resurrección del mismo Jesús.

Unos días antes habían sido interrogados sobre lo pensaban y consideraban sobre la identidad de Jesús, y Pedro en nombre de todos había respondido firmemente: Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios Vivo.

Ahora era necesario entender, que el camino de Jesús Mesías es semejante al camino, que deberemos recorrer todos nosotros los discípulos de Jesucristo.

Por eso hemos escuchado al Apóstol Pedro en la segunda lectura afirmar contundentemente: “Hermanos: Cuando les anunciamos la venida gloriosa y llena de poder de nuestro Señor Jesucristo, no lo hicimos fundados en fábulas hechas con astucia, sino por haberlo visto con nuestros propios ojos en toda su grandeza….cuando la sublime voz del Padre resonó sobre él, diciendo: Este es mi Hijo amado, en quien yo me complazco. Y nosotros escuchamos esta voz, venida del cielo, mientras estábamos con el Señor en el monte santo”.

Por tanto, será siempre necesario, que los cristianos caminemos juntos, sinodalmente, dándonos la mano, y ayudándonos a recorrer el camino de la cruz, que nos corresponda a cada uno, con la esperanza cada vez más firme, que después de cada experiencia dolorosa o adversa, desarrollaremos una espiritualidad, que fortalecerá nuestra voluntad, y confirmará nuestra decidida y convencida opción, de seguir a Jesús, el Maestro por excelencia, porque El es el Camino, la Verdad , y la Vida.

Hoy constatamos las divisiones frecuentes de familias, cuyos padres se separan por motivos de conflicto entre sí, sin tener en cuenta el desarrollo de sus hijos. La relación de la familia es el primer momento en que el ser humano debe percibir el acompañamiento, el apoyo, la ayuda ante cualquier adversidad, aunque sea mínima. Y de esa manera, también a la par, si se acompaña con la fe, entonces seremos hombres capaces, fuertes para afrontar cualquier adversidad. Pero si estamos solos, si estamos separados, si estamos desunidos, si no nos une la fe en el Señor, todo se hará más difícil.

Para eso ha venido Nuestra Madre, María de Guadalupe, y en consonancia con Ella. Los Presbíteros capellanes, y los miembros del Cabildo Guadalupano, tienen esa misión.

Hoy tres Presbíteros de nuestra Arquidiócesis, reconocidos por el buen ministerio sacerdotal, realizado ya por varios años en la Arquidiócesis, colaborarán como miembros del Cabildo Guadalupano en bien de todos ustedes los peregrinos, que acudan a saludar y a encontrar el amor tierno y consolador de Nuestra Madre, María de Guadalupe. A ella encomendémoslos para que con esta misión sean beneficiados, tanto ellos al cumplir sus tareas, como los fieles que les corresponda atender.

Acudimos a tí Madre Nuestra, y a Nuestro Padre Dios para que nos ayuden a ser conscientes, que es nuestra responsabilidad heredar en buenas condiciones nuestra Casa Común a todas las criaturas y especialmente a las generaciones futuras.
Tú, Madre querida, bien conoces que Dios es amor, y que nos ha creado a su imagen para hacernos custodios de toda la creación. Abre nuestras mentes y toca nuestros corazones para que respondamos favorablemente al don de la creación.
Asiste a los líderes de las naciones, para que actúen con sabiduría, diligencia y generosidad, socorriendo a los que carecen de lo necesario para vivir, planificando soluciones sociales y económicas de largo alcance y con un espíritu de solidaridad.

Ahora, que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, ayúdanos a ser capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres; para que que todos los actuales sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.
Enséñanos a ser valientes para acometer los cambios que se necesitan, en busca del bien común de toda la humanidad.

Te encomendámos de manera especial a estos tres presbíteros, que a partir de este día comenzaran a servir a los fieles en ésta, tu Casita Sagrada del Tepeyac.
Y todos los aquí presentes, nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

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