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Homilía Dominical – Domingo II de Cuaresma

“Dios le puso una prueba a Abraham y le dijo: ¡Abraham, Abraham! El respondió: Aquí
estoy. Y Dios le dijo: Toma a tu hijo único, Isaac, a quien tanto amas; vete a la región de
Moria y ofrécemelo en sacrificio, en el monte que yo te indicaré”.
Este pasaje de la vida de Abraham que, en su ancianidad, recibió la felicidad de tener
un hijo con Sara, su esposa, Dios le pide que siga la costumbre de aquellos tiempos,
especialmente de esa región, donde ofrecían el primogénito a Dios, pensando que
vendrían más hijos, para que les fuera bien a todos.
Para Abraham ya no había un futuro posible de tener más hijos, pues Sara era mayor y
haber tenido a Isaac fue un caso excepcional; Por tanto Dios le pedía su hijo único y
Abraham obedece. Se va con su hijo, e Isaac a su vez también obedece a su padre,
sabiendo a lo que va: a ser entregado a Dios. La prueba es extrema, algo difícil de
aceptar y entender, pero la obediencia se impuso.
Abraham estaba a punto de ofrecer a su hijo cuando recibe la voz del Ángel: «No
descargues tu mano contra tu hijo ni le hagas daño. Veo que temes a Dios porque no le
has negado a tu hijo». Este pasaje tiene un simbolismo extraordinario, prefigurando lo
que se verá realizado en Jesucristo, el Hijo de Dios que se hace hombre. Aunque Dios
Padre, no perdonara a Jesús, quien es sacrificado en la cruz de una manera
escalofriante y terrible.
Simbólicamente, esta primera lectura nos habla de la importancia de la obediencia,
que consiste en escuchar la voz de Dios y aceptarla. Segundo, implica discernir. ¿Qué
es lo que hay que hacer? Abraham prepara todo para el sacrificio. Y tercero, ejecutar
en plena confianza lo que hemos escuchado como voz de Dios. Estos son los tres
elementos de la obediencia a Dios: escuchar su voz, discernir su voluntad y
ejecutarla con plena confianza. ¿Cómo podemos ser obedientes a Dios de la
misma manera?
¿Para qué están ustedes aquí? Estamos escuchando la Palabra de Dios, ha sido
proclamada en su nombre en esta Celebración Eucarística en la que Jesús se hará
presente en el pan y en el vino consagrado. Su hijo, Jesús, estará entre nosotros. Pero,
escuchamos primero su palabra. ¿Cuál es hoy lo que reacciona en tu corazón ante
esta Palabra de Dios?
Continuemos con la segunda lectura y el Evangelio que completan muy bien el
mensaje de Dios. Consideremos ese primer estímulo, que hemos recibido en nuestro
interior, con la pregunta, ¿he sido obediente a Dios, he escuchado su voz?
Recordemos que vengo a misa precisamente para escucharlo a él, y no solamente
para que él me escuche a mí. Aunque habitualmente lo que nos pasa, es que venimos
a pedir cosas. Pero también Dios nos pide en correspondencia, ¿nos pide algo? ¿qué
me pide?
El Evangelio hoy narra que Jesús tomó aparte a Pedro, a Santiago y a Juan. Sucede
algo maravilloso para estos tres, de sus 12 discípulos, Jesús los elige para que sean
testigos de su interioridad, de su condición divina. Es la primera muestra de algo más
a su ser humano, algo asombroso descubrieron en la persona de Jesús: Observan
cómo se aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. En ese diálogo, los
discípulos sintieron una inmensa alegría.
Estaban felices, por eso le dicen a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos
tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Fíjense, ellos no piensan en
ellos mismos, sino que reaccionan favorablemente a lo que está sucediendo.
Proponen hacer una tienda para Jesús y sus dos acompañantes, mostrando una
actitud de generosidad y apertura.
¿Qué nos pide Jesús siempre? Pensar más en los otros que en nosotros mismos.
Que nuestros ojos y nuestro corazón vean por el bien del otro, por encima de mi propio
bien. Aunque parezca difícil como la petición de Dios a Abraham, debemos obedecer.
Si hacemos como estos 3 discípulos, ¿será posible? ¿Será posible aprender este
estilo de vida de Jesucristo? Nosotros somos discípulos de Cristo. Así nos ha
incorporado Dios desde nuestro bautismo. Somos sus discípulos; venimos aquí a esta
Eucaristía para encontrarnos con él, con su palabra y con su alimento. Estaban muy
contentos, pero se formó una nube, los cubrió con su sombra y escucharon una voz
que decía: «Este es mi hijo Amado. Escúchenlo.»
La escucha es fundamental. Lo que están haciendo ustedes en silencio y escuchando
esta explicación para ver qué se mueve en su interior es fundamental para poder
entender qué es lo que Dios me pide. Los discípulos miraron alrededor y no vieron a
nadie ya, sino a Jesús, que estaba solo con ellos. Pasó ese momento grato. Cómo
pasa la Eucaristía, ustedes regresan a su casa, termina este momento espiritual
litúrgico.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que
habían visto .¿Qué extraño, verdad? Pareciera contrario a lo que se mueve en nuestro
interior. Las inquietudes buenas que pueden ser regalos de Dios para cada uno de
nosotros, de lo que nos está pidiendo en nuestros propios contextos, ya sea en la
familia, la sociedad, la vecindad, la amistad o el ámbito laboral, lo deseamos compartir.
Pero no siempre se pueden realizar inmediatamente, aunque uno lo quiera. No siempre
se puede desarrollar con rapidez. Van muy despacio.
Hay que entender los tiempos de Dios. Jesús les pide a sus 3 discípulos que todavía
no cuenten nada de esto. Tendrán que esperar, llegará el momento en que los otros
también tendrán la oportunidad de intimar con Jesús de esta forma. Tenemos aquí un
mensaje muy importante de respetar los tiempos de Dios para cada persona, cada
comunidad y cada pueblo. Los tiempos de Dios son distintos a los nuestros. Ese es el
mensaje de esta lectura, sobre la escena de la Transfiguración. Por tanto, ¿cómo
adquirir esa obediencia, casi ciega que tuvo Abraham?
En la segunda lectura el Apóstol San Pablo afirma: “Si Dios está a nuestro favor, ¿quién
estará en contra nuestra? El que no nos escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó
por todos nosotros, ¿cómo no va a estar dispuesto a dárnoslo todo, junto con su Hijo?
¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Si Dios mismo es quien los perdona, ¿quién
será el que los condene?”
Debemos tener, entonces, plena confianza en los planes de Dios que van a dar fruto,
sembrándolos en nuestro corazón. Pidámosle, pues, a Dios, la capacidad para
escuchar la voz de Dios, descubrir qué ha sembrado en mi interior, tener paciencia
para llevar a cabo esas inquietudes buenas que descubra. Pero con la esperanza
cierta de que Dios me va a acompañar con el Espíritu Santo para realizarlas.
Y consejos sentimientos presentémosle nuestra oración, agradecidos en esta
Eucaristía, en un breve momento de silencio. Y abramos nuestro corazón a quien
entendió desde pequeña, desde joven, desde madre, a su hijo Jesús. Que fue
prudente acompañante hasta la muerte en el Calvario. Pidámosle a María que nos
ayude a también nosotros a ser como ella, fieles discípulos de su hijo Jesucristo.
Tu madre querida, bien sabes que Dios es amor, y que nos ha creado a su imagen
para aprender a amar y ser amados; para valorar y apreciar nuestra casa común, y así
convertirnos en custodios de toda la creación. Acompáñanos para responder
positivamente a ésta, nuestra común vocación: amar a nuestros prójimos, y cuidar
nuestra Casa común.
Ayúdanos a recordar siempre que Dios es amor, y a capacitarnos para descubrir que el
Espíritu Santo nos acompaña, nos auxilia y nos fortalece. Que podamos responder con
confianza, al igual que tú lo hiciste al acompañar a tu hijo Jesús, durante toda su vida y
especialmente en los momentos mas dolorosos del Calvario.
En este Tiempo de la Cuaresma, el Papa Francisco nos ha invitado a detenernos en
nuestras habituales ocupaciones, y adentrarnos en nuestro interior para examinar
nuestras actitudes y nuestras maneras de relacionarnos con Dios, Nuestro Padre, y
con quienes convivimos, nuestros hermanos. Te pedimos, Madre Nuestra, María de
Guadalupe, que nos acompañes en esta propuesta, y aprendamos de ti a mirar a
todos nuestros prójimos, como nuestros hermanos.
Con gran confianza, encomendamos al Papa Francisco en tus manos. Fortalécelo y
acompáñalo en su ministerio pontificio. Ayúdanos a responder a su llamado para
renovar nuestra aspiración a ser una Iglesia sinodal, donde aprendamos a
escucharnos, discernir la voluntad de Dios Padre, ponerla en práctica y transmitir esa
experiencia a nuestros semejantes.
Todos los fieles aquí presentes nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino
como signo de salvación y esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen
María de Guadalupe! Amén.

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