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Misa De La Cena Del Señor

¿Qué me quiere decir Dios a mí? Homilía Misa de la Cena del Señor 2025 Cardenal Carlos Aguiar Retes

El día 10 de este mes tomará cada uno un cordero por familia. Será un animal sin defecto, macho de un año, cordero o cabrito. La sangre les servirá de señal que pondrán en sus casas donde habitan ustedes…Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo y no habrá entre ustedes plaga exterminadora”.

En estos breves elementos que nos presenta el libro del Éxodo, podemos entender por qué llamamos a Jesús el Cordero de Dios. Siempre decimos: “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.”

La segunda consideración es del apóstol San Pablo, cuando narra en la segunda lectura: “El Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía. Este cáliz es la nueva alianza, que se sella con mi sangre. Hagan esto en memoria mía.”

De esta manera, estableciendo esa cena con sus apóstoles, queda instaurada la Eucaristía, por mandato del mismo Jesús: “Hagan esto en memoria mía.” ¿Para qué? Para que nos encontremos con Él y conozcamos sus enseñanzas. Por eso celebramos hoy Jueves Santo, la institución de la Eucaristía. Escuchamos su Palabra, dejamos que entre en nuestro corazón y respondemos, reaccionamos ante esa Palabra: ¿Qué es lo que me quiere decir Dios a mí? Después de discernirlo, podemos saber el camino y las decisiones que debemos tomar.

En el evangelio, “sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

En el transcurso de la cena se levantó de la mesa, se quitó el manto —el manto era una costumbre judía que significaba autoridad—, y tomando una toalla, propio de los servidores, se la ciñó. Luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a sus discípulos, y a secárselos con la toalla que se había ceñido.

Simón Pedro replica, y Jesús le dice: “Lo que estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.” Dar la vida por los demás. Dar la vida por amor. Entregar lo que uno es, en servicio de la caridad, en el ejercicio de ser discípulos de Jesús, el Maestro.

También a nosotros hoy nos dice Jesús: “¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?” Piénselo cada uno de ustedes: ¿Qué es la Eucaristía? ¿Qué es esta Cena del Señor? ¿Qué es lavar los pies, servir a los demás?

Los misterios como la Eucaristía son un misterio. ¿Cómo, en ese pan y ese vino, está presente Jesús cuando pronunciamos las palabras que Él nos dejó? “Tomen, esto es mi cuerpo.” “Beban, esta es mi sangre.”

Como todos los misterios, vamos poco a poco comprendiéndolos. Para eso es la vida. En esta vida terrena, poco a poco vamos comprendiendo el misterio de la misma vida y de lo que nos sucede en ella, si estamos iluminados por la fe, por las enseñanzas de Jesús, y las practicamos como buenos discípulos. Entenderemos  así, cada día mejor, que Cristo sigue viviendo en medio de nosotros, pero que cada uno tiene que cargar sus propias adversidades, sus propios problemas, y ayudar a los demás para afrontar también los suyos.

El ministerio sacerdotal es para conducirnos siguiendo las enseñanzas de Jesús. Por eso la Iglesia exige y mantiene el celibato sacerdotal en el orden ministerial: en el grado de presbíteros y, desde luego, también a los obispos, para que estemos destinados plenamente al servicio de todos ustedes.

No es simplemente una característica favorable para la vida, como si no tuviera de quién depender o a quién obedecer. Obedezco al Señor Jesús, y le sirvo a Él plenamente. En esto consiste el ministerio sacerdotal: para fortalecerme, para fortalecernos, con la celebración de la Eucaristía, que es presencia real de Jesucristo. ¿Misteriosa? ¡Sí, misteriosa! Pero cuando lo creemos, Jesús camina con nosotros. Lo descubrimos. Efectivamente Jesús camina con todos, con cada uno de sus hijos, de sus hermanos, de los hijos de Dios, aunque no lo perciban.

Y finalmente, lavar los pies a sus propios discípulos. Bien escucharon ustedes cómo Pedro reaccionó: “Señor, ¿esto a mí? Tú eres el Maestro…”.Ah, ¿no quieres que te lave los pies? No tendrás parte conmigo. Entonces lávame todo el cuerpo”. Jesús le responde: basta solo con los pies.

Es decir, poner en camino, limpiar tus intenciones, saber cómo conducirte en la vida, en el servicio de la caridad, para la ayuda al prójimo, en el camino del amor.

Por eso en Jueves Santo, en esta Eucaristía, se tiene siempre el lavatorio de los pies, y como les dije al inicio, para ayudar a estos doce hermanos a que descubran que Jesús camina con ellos, a pesar de las adversidades que les ha tocado vivir.

Sí, caminando así, garantizamos en la vida que Dios nos acompaña, y somos conducidos, con toda certeza, a la vida eterna para la cual fuimos creados.

En un breve momento de silencio, cada uno dé gracias a Dios por tener la fe en Jesucristo: Camino, Verdad y Vida. Que así sea.

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