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Homilía Domingo VI del Tiempo Ordinario – Ciclo B

Homilía Dominical – Domingo I de Cuaresma

«Mientras le dure la lepra a un leproso, seguirá impuro y vivirá solo fuera del
campamento.»
Deberá vivir separado, esto es lo que marcaba la ley. En cambio, vemos en el
Evangelio a Jesús que se le acerca un leproso, se arrodilla delante de él y le dice:
«Si tú quieres, puedes curarme». Jesús se compadeció de él y, extendiendo la
mano, lo tocó y le dijo: «Sí, quiero; sana». Inmediatamente se le quitó la lepra y
quedó limpio.
Claramente vemos un contraste tremendo, mientras que la ley marcaba que,
quien tuviese lepra debería abandonar la población y estar en descampado, solo,
y él buscaría la forma de sobrevivir. Jesús, en cambio, lo escucha, deja que se le
acerque, lo toca y lo sana.
¿Qué nos dice esta Palabra de Dios hoy, en esta jornada mundial por los
enfermos, cuál es la forma en que debemos actuar ante quienes se
encuentran enfermos?
San Pablo nos recuerda: «Sean pues, imitadores míos, como yo lo soy de Cristo».
Por, tanto, nosotros, como discípulos de Cristo, en vez de seguir esa ley antigua
del Levítico, debemos actuar conforme lo hizo Jesús. Por eso oramos por los
enfermos, invocamos a Dios y tratamos de estar cerca de ellos, pendientes para
remediar sus males.
Hoy me acompaña el padre Joel, quien es el encargado de nuestra Arquidiócesis
para la Comisión de la Salud. En días pasados estuvimos visitando el hospital de
La Magdalena de las Salinas. Percibimos cuántos son los enfermos, y cómo están
multiplicados los servicios, y cómo nuestros hermanos médicos, enfermeras y
todos los dependientes oramos por y con ellos, como lo dijo Jesús, invocando la
ayuda a Dios Padre, porque queremos estar cerca y seguir, como dice San Pablo,
ser imitadores de Cristo.
Seguramente, todos ustedes que están aquí presentes, alguna vez un miembro de
su familia ha estado enfermo, y por ello, ha surgido en su corazón la
preocupación por su salud. En efecto, es cuando más debemos orar por su salud,
y mostrar así nuestro cariño y nuestro amor.
Por eso, en esta ocasión, les comparto cuatro párrafos del mensaje del Papa
Francisco para la Cuaresma que inicia el próximo miércoles, y uno más de la
Jornada Mundial por los enfermos que hoy celebramos.
El Papa respecto a la Cuaresma afirma y aconseja: “Existe, una nueva humanidad,
la de los pequeños y humildes que no han sucumbido al encanto de la mentira.
Mientras que los ídolos vuelven mudos, ciegos, sordos, inmóviles a quienes les
sirven (cf. Sal115,8), los pobres de espíritu están inmediatamente abiertos y bien
dispuestos; son una fuerza silenciosa del bien que sana y sostiene el mundo”.
“Es tiempo de actuar, y en Cuaresma actuar es también detenerse. Detenerse en
oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el
hermano herido. El amor a Dios y al prójimo es un único amor. No tener otros
dioses es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo. Por eso la
oración, la limosna y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único
movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera
los apegos que nos aprisionan. Entonces el corazón atrofiado y aislado se
despertará. Por tanto, hay que desacelerar y detenerse”.
Esta es la primera consideración que hace el Papa: Tenemos que estar abiertos
y bien dispuestos a servir a quien lo necesita, particularmente a nuestros
enfermos.
Luego continúa: “La dimensión contemplativa de la vida, que la Cuaresma nos
hará redescubrir, movilizará nuevas energías. Delante de la presencia de Dios nos
convertimos en hermanas y hermanos, percibimos a los demás con nueva
intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeras y
compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que
marchamos cuando salimos de la esclavitud”.
“La forma sinodal de la Iglesia, que en estos últimos años estamos redescubriendo
y cultivando, sugiere que la Cuaresma sea también un tiempo de decisiones
comunitarias, de pequeñas y grandes decisiones a contracorriente, capaces de
cambiar la cotidianeidad de las personas y la vida de un barrio: los hábitos de
compra, el cuidado de la creación, la inclusión de los invisibles o los despreciados.
Invito a todas las comunidades cristianas a hacer esto: a ofrecer a sus fieles
momentos para reflexionar sobre los estilos de vida; a darse tiempo para verificar
su presencia en el barrio y su contribución para mejorarlo”.
El Papa remata al final de su mensaje para la Jornada Mundial por los enfermos:
«Los enfermos, los frágiles, los pobres están en el corazón de la Iglesia y deben
estar también en el centro de nuestra atención humana y solicitud pastoral. No
olvidemos esto y encomendemos a María Santísima, salud de los enfermos, para
que interceda por nosotros y nos ayude a hacer artífices de cercanía y de
relaciones fraternas, especialmente con nuestros enfermos”.
Tu madre querida, bien sabes que Dios es amor y nos ha creado a su imagen para
aprender a amar y ser amados. Valorar y apreciar nuestra casa común, así como
convertirnos en custodios de toda la creación. Acompáñanos para responder
positivamente a nuestra vocación común.
Hoy celebramos, junto con toda la Iglesia, la Jornada Mundial de los Enfermos.
Ayúdanos, madre nuestra, a acompañar a aquellos que sufren enfermedades,
discapacidades o graves accidentes. Permítenos ser capaces de animar a
quienes se encuentran sumidos en el dolor y de fomentar la esperanza para
recuperar la confianza en la ayuda divina ante cualquier adversidad.
Ayúdanos a recordar siempre que Dios es amor y a capacitarnos para descubrir
que el Espíritu Santo nos acompaña, nos auxilia y nos fortalece. Que podamos
responder con confianza, al igual que tú lo hiciste al acompañar a tu hijo Jesús en
el Calvario.
Con gran confianza, encomendamos al Papa Francisco en tus manos. Fortalécelo
y acompáñalo en su ministerio pontificio. Ayúdanos a responder a su llamado
para renovar nuestra aspiración de ser una Iglesia sinodal, donde aprendamos a
escucharnos, discernir la voluntad de Dios Padre, ponerla en práctica y transmitir
esa experiencia a nuestros semejantes.
Todos los fieles aquí presentes nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro
camino como signo de salvación y esperanza. Oh clemente, oh piadosa, dulce
Virgen María de Guadalupe. Amén.

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