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Homilía Domingo de Ramos – 24 Marzo 2024

“Judas Iscariote, uno de los 12, se presentó ante los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le prometieron dinero. Él andaba buscando una buena ocasión para entregarlo”.

A veces nos fijamos más en los personajes que reflejan bondad, a quienes llamamos Santos, y que son un testimonio y un ejemplo a seguir. Pero también de aquellos que se comportan negativamente, podemos aprender, si observamos las características, que los llevan a esa mala conducta, para que así nosotros no caigamos en lo mismo. Este primer punto que comparto con ustedes trata de entender qué le pasó a Judas Iscariote, que perdió la ilusión y la esperanza en su maestro Jesús.

Después veremos en un segundo momento la reacción de Jesús, que también es muy importante para que, cuando veamos a una persona, que ha caído en mala conducta, tengamos cautela y prudencia propia.

El texto afirma claramente que Judas se presentó ante los sumos sacerdotes por iniciativa propia y ellos se alegraron y le prometieron dinero. El texto también indica, que quienes ofrecieron el dinero lo hicieron porque pensaban que Judas estaba haciendo un favor. A veces se ha señalado que Judas, quien era el administrador de lo recaudado en el grupo de los doce apóstoles, entregó a Jesús por dinero, pero no fue exactamente así. Él era miembro, antes de ser discípulo de Jesús, del grupo de los “zelotas”.

También Simón, quien se mantuvo como fiel discípulo de Jesús, procedía de este grupo guerrillero, que había hecho una alianza de espionaje con la intención de derribar al Imperio Romano que tenía sometido al pueblo de Israel. Querían la liberación de su pueblo, algo bueno, pero habían elegido el camino de la violencia, la delincuencia, la guerrilla y la muerte.

Cuando Simón, al igual que Judas, quienes procedían de ese grupo, descubrieron en Jesús una figura relevante que atraía multitudes, que generaba expectativa, y que poco a poco se hacía llamar el Mesías, los zelotas también encontraron atractivo en él.

Simón entendió perfectamente las enseñanzas del discípulo. Si ustedes oyeron con atención la primera lectura dice: «El Señor despierta mi oído para que escuche yo como discípulo. El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia ni me he echado para atrás».

El verdadero discípulo es aquel que acepta las enseñanzas de Jesús por encima de sus propias expectativas, y de su propia ideología.

¿Qué pasa con nosotros cuando, creyendo en Jesús, nos dirigimos a Él en oración para que nos cure una enfermedad o ayude a un miembro de nuestra familia a superar un problema económico, moral o un comportamiento negativo, y parece que Dios no nos escucha? Podemos desilusionarnos, claro, pero debemos estar atentos para no caer como Judas Iscariote, que una vez desilusionado, cuando la expectativa que él esperaba no se cumplió, ya no escuchó y dejó de lado las enseñanzas de Jesús.

Como dice el texto: el discípulo debe escuchar las palabras del maestro, y yo no debo oponer resistencia, “ni me he echado para atrás». Es decir, que la manera como yo entiendo a Dios debe ser siempre atenta y abierta, porque la misma concepción de Dios, que he formado en mi mente puede ser equivocada, y tengo que aprender a descubrir al verdadero Dios, que Jesús reveló en su vida. Por eso es tan importante meditar y escuchar la Palabra de Dios, porque esa Palabra nos va conduciendo a descubrir al verdadero Dios.

Judas Iscariote mantuvo su ideología, pensó siempre que Jesús iba a iniciar una revuelta. Cuando vio que no iba a ser así, que Jesús dijo que la violencia no era su camino, sino el camino de la paz, se desilusionó porque no correspondió a su manera de pensar, a su ideología, a su manera de concebir las cosas, y de las circunstancias culturales y religiosas de su vida. Es decir, Judas Iscariote no fue un buen discípulo porque no aceptó las enseñanzas de Jesús, de caminar por la vía de la paz, de la concordia, de la buena relación y de dejar las armas a un lado.

Necesitamos siempre estar atentos en nuestra relación con Dios, para que nuestra propia concepción, nuestra propia ideología no nos impida hacer nuestras las enseñanzas de Jesús Maestro.

Hoy hay muchas y diversas ideologías no pongamos en ellas nuestra esperanza. Cuidemos que nunca estén por encima de mi fe, de mi experiencia como discípulo de Cristo, quien camina con nosotros en las buenas y en las malas, que nos sorprende cuando dejamos de lado nuestras percepciones, y nos sorprende con maravillas que no esperábamos. Eso es caminar bajo el misterio de la voluntad de Dios, como lo pedimos en el Padre Nuestro: «Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo».

Ahora veamos cómo reacciona Jesús ante la traición de Judas: La reacción de Jesús es discreta, procura que los demás sepan, sin descubrir a quien se refiere: «Yo les aseguro que uno de ustedes, uno que está comiendo conmigo, me va a entregar». No dice quién, pero llama la atención para que no les sorprenda. ¡Qué delicadeza por parte de Jesús! Nosotros deberíamos actuar como Jesús, es decir, cuando vemos la conducta equivocada de otro, no debemos ponerlo en evidencia o en ridículo, ni señalar con dureza su error, sino con cautela, con cariño, pretendiendo que él descubra que anda mal.

Esta reacción de Jesús es verdaderamente hermosa. No es fácil que la adquiramos, pero estamos llamados como buenos discípulos a seguirlo. Por eso Jesús les dijo: «Todos ustedes se van a escandalizar por mi causa, pero cuando resucite, iré por delante de ustedes a Galilea». Les da esperanza.

Y así es como debemos de aprender, que Dios jamás nos falla, pero sus respuestas muchas veces no serán como esperamos, otras veces tardan más o son inesperadamente rápidas, y con frecuencia distintas.

Que Dios Padre nos ayude en estos días santos a contemplar a Jesús, a escuchar su Palabra, y a aprender de él, cómo ayudar a mis hermanos caídos a quienes van por una conducta equivocada, sin ofenderlos, sin lastimarlos, sino amándolos como nos ama Jesús, y por eso nos perdona siempre que pecamos, y cuando nos equivocamos. Pidámoslo así al Señor en un breve momento de silencio.

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