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“Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor” • HOMILÍA XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CARDENAL CARLOS AGUIAR RETES – 11 AGOSTO 2024

Elías sintió deseos de morir y dijo: Basta ya, Señor, quítame la vida, pues yo no valgo
más que mis padres. Un ángel del Señor llegó y le dijo: Levántate y come. Elías abrió
los ojos y vio a su cabecera un pan cocido en las brasas y un jarro de agua”.

Al igual que este suceso que nos narra hoy la Palabra de Dios en la persona del
profeta Elías, ante la frustración y la desesperación del sentido de: ya para qué quieres
vivir y no tengo ya nada que hacer aquí en esta vida, o porque algún encuentro o
acontecimiento le hizo mucho mal y se sintió pésimo; ante tales situaciones con
frecuencia perdemos el sentido y el ánimo de llevar a cabo nuestras habituales
actividades.
Estas situaciones, hoy comúnmente se les llama “depresión”. Dios, nuestro Padre
nos ofrece a su hijo Jesús, el pan de la vida. Jesús ha bajado del cielo para
ofrecerse a nosotros como alimento.
Por ello, Jesús con toda claridad afirma en el pasaje del Evangelio de San Juan: “El
que cree en mí tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida, el pan vivo que ha bajado del
cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre.”
Jesús es, pues, la Encarnación del amor. Dios es amor, y la Trinidad Divina vive el
amor. La presencia de Dios Trinidad es lo que Jesús transmitió al encarnarse en el
seno de nuestra Madre María. Jesús también expresó a sus discípulos en la Última
Cena: “Este es el pan vivo; el que coma de este pan vivirá para siempre”, y desde
entonces nace la Eucaristía.
Por esta razón, se les pide a todos los católicos bautizados, hijos de Dios, que
los domingos nos alimentemos de la Eucaristía, escuchando la Palabra de Dios que
orienta e ilumina las situaciones que vivimos durante la semana, y que recibamos al
menos espiritualmente, por su palabra, su Espíritu; y lo mejor aún,
sacramentalmente, comiendo el pan vivo bajado del cielo, que es el pan
eucarístico.
Así, seremos buenos discípulos de Cristo, buenos hijos de Dios, y solamente así
podremos hacer realidad en nuestras vidas lo que el apóstol San Pablo, en la segunda
lectura, les recuerda a la comunidad católica de Éfeso, y actualmente a nosotros: “no
le causen tristeza al Espíritu Santo, destierren de ustedes la pereza, la ira, la
indignación, los insultos, la maledicencia y toda clase de maldad”.
El buen discípulo de Cristo se comporta con una conducta afable hacia todos los
demás, en su relación con cualquier prójimo. Por ello, dice San Pablo: “Sean buenos y
comprensivos, perdónense los unos a los otros, como Dios los perdonó por medio de
Jesucristo.”
Jesús en la Eucaristía nos ofrece precisamente el Espíritu Santo y, con su auxilio,
seremos buenos y comprensivos, siempre capaces de perdonar. Esta es la enseñanza
que hoy nos deja la palabra de Dios.
Por ello, lo que cantábamos en el salmo ahora es nuestra conclusión para unos y
otros, para los que estamos aquí presentes y para que animemos a otros a vivir esta
experiencia. Habíamos dicho cantando: “Haz la prueba y verás qué bueno es el
Señor”.
¿Quién ha tenido esta experiencia? ¿Quién está aquí con nosotros que ha tenido
esta experiencia de manera espléndida, completa y cabal? María de Guadalupe,
¿de acuerdo todos los aquí presentes?
Pues entonces, a ella, que vino a estas tierras para ayudarnos para que también
nosotros experimentemos, hagamos la prueba y veamos en nuestra propia vida: qué
bueno es el Señor. Los invito a ponerse de pie y, en un breve momento de silencio,
pedirle a ella que hagamos la prueba y experimentemos qué bueno es el Señor.
Madre nuestra, María de Guadalupe, con tu cariño tierno y cercano abre nuestro
corazón para amar la Eucaristía y participar en ella, recordando siempre, que es aquí
donde encontraremos a Jesús, el Pan vivo que ha bajado del cielo.
Necesitamos tu intercesión para lograr, vivir y transmitir que Jesús es el “Pan de la
Vida”, que nos permite superar la frustración, la adversidad, o la desesperación al caer
en experiencias del “sin sentido”, que deprimen el espíritu. Así nutridos y fortalecidos,
sin duda, seremos capaces de auxiliar a nuestros prójimos, cuando se encuentren
sufriendo una depresión.
Tu Madre querida, experimentaste en la obediencia a Dios, y viviste en plenitud, que tu
Hijo Jesús es la Encarnación del amor, camino para descubrir al “verdadero Dios por
quien se vive”.
Intercede por nosotros ante tu Hijo, para que envíe el Espíritu Santo y nos guíe, nos
acompañe, y nos ilumine para que caminemos bajo la luz de la Fe hacia la casa del
Padre, dando testimonio con nuestra conducta.
Todos los fieles aquí presentes nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino
como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen
María de Guadalupe! Amén.

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