¿Cómo podremos elegir siempre el bien? · HOMILÍA XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CARDENAL CARLOS AGUIAR RETES – 22 DE SEPTIEMBRE 2024
“Los malvados dijeron entre sí: Tendamos una trampa al justo, porque nos molesta y se opone a lo que hacemos.”
Así, el libro de la Sabiduría preveía, lo que la autoridad judía haría a Jesucristo, sin saberlo, porque este libro fue escrito muchos siglos antes. ¿Y por qué lo predijo? Porque esto ya sucedía; es decir, cuando una persona se porta bien, con su conducta pone de manifiesto al que se porta mal. Y el que se porta mal no quiere que nadie se entere de sus maldades. La presencia del mal ciertamente es una realidad constante en nuestra sociedad; ya que Dios nos ha creado dándonos la libertad para elegir el bien o el mal.
¿Cómo podremos elegir siempre el bien? En la segunda lectura, el Apóstol Santiago lo expresa al decirnos: “Hermanos míos, donde hay envidias y rivalidades, ahí hay desorden y toda clase de obras malas.” Entonces, lo primero que debemos hacer cada día es evitar caer en la envidia, hay que superar los celos y las rivalidades. Nadie es superior al otro, y todos somos distintos, porque ahí está la riqueza con la que Dios ha creado a la comunidad humana.
Por eso también nos dice el apóstol Santiago: “¿De dónde vienen las luchas y los conflictos entre ustedes? ¿No es acaso de las malas pasiones que siempre están en guerra dentro de ustedes?» Es decir, el examen de nuestro interior es lo que debemos revisar cada día: ¿qué ha surgido en mi corazón? ¿Qué sentimientos ha habido? ¿Cuáles son buenos? ¿Cuáles son malos? Entonces es cuando podemos dar un primer paso hacia la superación del mal.
Santiago sigue diciéndonos el segundo paso: “Y si no lo alcanzan, es porque no se lo han pedido a Dios.” Porque nuestras fuerzas humanas son débiles y frágiles. Entonces, una vez que nos damos cuenta de que algo malo está en nuestro interior, debemos orar y pedirle a Dios su ayuda. La oración es imprescindible para recibir la ayuda divina; Dios nos dice: «Abre tu corazón a mí y yo te ayudaré.» Pero si no lo abrimos, esa ayuda, esa gracia, no llega.
Termina el apóstol Santiago señalando las características que nos van a dar la confirmación de que vamos por buen camino: “Sean amantes de la paz, comprensivos, dóciles, llenos de misericordia y buenos frutos, imparciales y sinceros.”
Aquí es donde conectamos con el Evangelio de hoy, en el que Jesús reprende a sus discípulos. Mientras iban de camino les enseñaba, y más adelante les preguntó: “¿De qué discutían por el camino?”. Jesús se dio cuenta de que venían discutiendo, pero ellos se quedaron callados porque habían discutido sobre quién de ellos era el más importante.
Les dio vergüenza decirle: Queremos saber quién va a ser el mandamás después de que no estés tú. “Entonces Jesús tomó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo:
El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.”
De esta forma, Jesús instruye a sus discípulos. Padres de familia, hay que atender a sus niños, hay que entender a sus jóvenes. Hay que abrir nuestro corazón unos con otros y poner en común lo que sucede en nuestro interior.
El proceso para ser buen discípulo de Cristo también requiere participar en comunidad. No solo en la familia, que es un primer paso fundamental, sino también en la comunidad, auxiliándonos mutuamente con la oración. Es lo que estamos haciendo aquí en este momento, en la Eucaristía. Por eso es tan importante participar los domingos en la Eucaristía de mi parroquia, porque escucho a Dios, y Dios se va conmigo a mis circunstancias y a mi vida para ayudarme.
Por eso, debemos aprender a orar. Nuestra Madre, María de Guadalupe, así lo hizo. Cuando recibió el anuncio que sería Madre, quedó desconcertada, pero con la firmeza de la fe fue a visitar a su prima Santa Isabel para compartir con ella lo que estaba viviendo en su interior. Ese encuentro fue formidable para ambas, se llenaron de alegría.
Hoy nosotros estamos aquí, en esta casita sagrada, donde estos dos sacerdotes servirán, siendo ya canónigos. En un momento, les daremos los instrumentos significativos de su encomienda, junto con los demás canónigos, para ir construyendo esta casita sagrada, que formamos todos al incorporarnos en la comunidad de Cristo.
Pidámosle a nuestra Madre, en un breve momento de silencio, que nos ayude a compartir nuestros sentimientos, proyectos, preocupaciones y angustias con quienes compartimos la vida todos los días, en familia, en el ambiente laboral y social. Digámoselo de corazón y pidamos su compañía en un breve momento de silencio. Nos ponemos de pie.
Madre nuestra, María de Guadalupe, tu que supiste cuidar tu corazón para ser capaz de asumir la voluntad divina, ayúdanos a descubrir lo que el Espíritu Santo haya sembrado en nuestro corazón, y confiando en su acompañamiento, superemos las malas pasiones, que tanto nos dañan.
Intercede por nosotros para que aprendamos a invocar el Espíritu Santo y con su auxilio seamos comprensivos, dóciles, imparciales, sinceros, promotores de la Paz.
Tu que experimentaste la alegría de compartir con tu prima Santa Isabel lo que el Angel Gabriel te anunció, acompáñanos para seguir tu ejemplo y que siempre compartamos en familia o con amistades nuestras penas y alegrías en clima de oración.
Y así lleguemos a la convicción de la importancia para participar cada Domingo de la Eucaristía, y alimentarnos con la presencia de tu Hijo: “Pan vivo que ha bajado del Cielo”.
Ayúdanos también a ser conscientes, que estamos llamados por tu hijo para servir, y podamos siempre superar la tentación de buscar los primeros lugares. Enséñanos a ser como los niños transparentes y sinceros para lograr ser fieles discípulos de tu Hijo Jesús.
Todos los aquí presentes nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María de Guadalupe! Amén.