Homilía Domingo I de Adviento- Cardenal Carlos Aguiar Retes , 01 Diciembre 2024
“Se acercan los días, dice el Señor, en que cumpliré la promesa que hice a la casa
de Israel… Yo haré nacer del tronco de David un vástago santo”.
Esto es lo que escuchábamos en la primera lectura del profeta Jeremías, quien
vivió siete siglos antes de la llegada de Cristo. Con estas palabras, anunciaba la
primera venida del Hijo de Dios hecho hombre. Se encarnó para testimoniar con su vida y sus enseñanzas el camino que debemos seguir.
En el Evangelio de hoy encontramos que Jesús dice a sus discípulos: «Verán venir
al Hijo del Hombre en una nube, con gran poder y majestad”. Y advierte: “Habrá
señales prodigiosas,… angustia y miedo por el estruendo de las olas del mar; …
hasta las estrellas se bambolearán y caerán”. Esta será la segunda venida, que
deberá ocurrir en algún momento, aunque no sabemos cuándo ni cómo.
En la primera venida, Jesús vino para hacerse como uno de nosotros, Jesucristo
en el seno de María, para mostrarnos cómo debemos proceder en nuestra
conducta y en nuestro corazón a lo largo de nuestra vida. Pero la segunda venida
advierte claramente: «Estén alertas para que no los sorprenda ese día», porque ahí
ya no vendrá como este hombre que perdona, que consuela, que asume las
mismas condiciones nuestras. Sino que vendrá para invitarnos a sumarnos
eternamente a la vida divina, a la vida de Dios, a participar de la santidad, porque
eso es el cielo. Pero no todos serán admitidos, sino aquellos que hayamos
caminado, buscándolo para seguirlo como buenos discípulos.
Por eso, Jesús mismo recomienda: «Estén alertas, para que los vicios, con el
libertinaje,(querer hacer cada uno lo que quiera), la embriaguez, y las
preocupaciones de esta vida, no entorpezcan su mente”. Son tres aspectos muy
complementarios en el sentido de ser buenos discípulos de Cristo: evitar los vicios
y el libertinaje. Debemos vivir la libertad para discernir entre el bien y el mal, pero
no un libertinaje de hacer lo que me plazca, independientemente de lo que yo vea
que necesitan mis prójimos. En tercer lugar, la embriaguez: perder la conciencia
de uno mismo debido a la adicción a las drogas, al alcohol, etc. Estas cosas nos
impedirán que, a la segunda venida de Jesús, lo acompañemos a la casa del
Padre.
San Pablo, en la segunda lectura, afirma precisamente que debemos conservar
las enseñanzas de Jesús en nuestros corazones. Nos dice que conviene que
vivamos para agradar a Dios, “según aprendieron de nosotros, a fin de que sigan
ustedes progresando”. San Pablo menciona dos elementos muy interesantes: el
primero, vivir para agradar a Dios. Debemos estar en esta actitud cuando
queremos tener una buena relación con alguien, nos mostramos empáticos,
afables y corteses; así debemos serlo también con las enseñanzas de Jesús:
afables, empáticos, dándole al otro su lugar, sin pisotearlo ni agredirlo, sino
reconociéndolo como mi hermano, caminando juntos al mismo destino: la casa del
Padre.
Así dice San Pablo: «Vivamos hasta el día en que venga nuestro Señor Jesús». Él
mismo da su testimonio: «Vivan como conviene para agradar a Dios, según
aprendieron de nosotros». La transmisión no solo de la doctrina, sino también de la
vida, de cómo nos comportarnos; es importante que los padres y los abuelos lo
transmitan a los hijos. No dejen que los cautiven las redes digitales, tratando de
hacer lo que les guste, sino que les enseñen lo que es recto.
Abuelos y padres, recuerden su gran encomienda que tienen de Dios, al haber
dado a luz a sus hijos. No los dejen ir por malos caminos. Hay que aconsejarlos
constantemente, de buena manera, no regañándolos, sino recomendándoles por
su bien. Cuando regañamos, no nos hacen caso, pero cuando les recomendamos
algo por su bien, ahí sí llega a su corazón y puede moverlos a seguir el buen
camino.
Por todo esto, entre la primera venida de Jesús y la segunda que esperamos,
conviene mantenernos, nos dice el mismo Jesús al final del evangelio: «Velen y
hagan oración continuamente».
Es decir, nuestra fortaleza está en estar en comunión con Dios. Allí nos da la
gracia de ser fuertes, constantes y valientes, como lo fue nuestra madre, María de
Guadalupe. Por eso, con ternura y cercanía, acudimos a ella y le pedimos que nos
ayude, que nos auxilie, que nos acompañe, que nos muestre su amor y su ternura.
En un breve momento de silencio, nos vamos a poner de pie, le vamos a abrir
nuestro corazón y le vamos a pedir aquello que más está diciéndonos nuestro
corazón, y que necesitamos para cumplir nuestra misión en esta vida.
Pongámonos de pie ante ella:
Madre nuestra María de Guadalupe, en este Adviento que hoy iniciamos,
ayúdanos para prepararnos ante la venida de tu hijo, nuestro Señor Jesucristo, y
a decidirnos a transmitir mediante nuestro testimonio de vida que El camina y vive
en medio de nosotros.
Danos el ánimo y la necesaria convicción de que somos discípulos de tu hijo,
discípulos de Jesús, y por ello, debemos dar a conocer a nuestro querido maestro
a todos los hombres de buena voluntad, a todas las personas. Que tomemos
conciencia de que necesitamos conocer y meditar más a tu hijo, leyendo y
meditando los evangelios.
Invocamos tu auxilio por todas las familias en nuestra patria querida, para que
encontremos los caminos de reconciliación y logremos la paz en el interior de cada
familia y en la relación de unas con otras, en las vecindades, cotos y
departamentos, y especialmente en nuestra manera de comportarnos al transitar
por las calles y los comercios.
Con gran confianza, ponemos en tus manos al Papa Francisco, fortalécelo y
acompáñalo en su ministerio pontificio. Ayúdanos a responder a su llamado para
que renovemos nuestra aspiración de ser una Iglesia sinodal, donde todos seamos
capaces de escuchar, discernir la voluntad de Dios Padre y ponerla en práctica,
transmitirla a nuestros prójimos.
Todos los fieles aquí presentes este domingo nos encomendamos a ti, que brillas
en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. Oh clemente, oh
piadosa y dulce Virgen María de Guadalupe, Amén