Homilía Card. Carlos Aguiar Retes tercer domingo de Adviento
“El Señor ha levantado su sentencia contra ti; … el Señor, tu Dios, tu
poderoso salvador, está en medio de ti… Él te ama y se llenará de
júbilo por tu causa”
.
Con estas palabras, el profeta Sofonías pone el punto de partida que
también hoy necesitamos: es el perdón que Dios nos ofrece. Y hay que practicarlo, con nuestros prójimos, reconciliarnos; porque en esta reconciliación es donde estará la fuente de la alegría.
Por eso, al inicio, el profeta afirma: “da gritos de júbilo, gózate y regocíjate de todo corazón”. Porque el Señor ha levantado su sentencia, que tenía en contra tuya; te ha perdonado. El perdón es el escalón indispensable
para aprender a amar. Quien nunca ha perdonado a nadie, no ha comenzado a experimentar el amor. Sólo el que perdona se capacita para amar.
Por eso es tan importante en nuestras familias —padres y madres— estar pendientes de los hijos o esposos entre sí, a perdonarse, no consiste en reclamar, como decir: “No estuve de acuerdo con esto que hiciste o con
aquello otro”. Sino aceptarlo, sin tratar de justificarse, que es la reacción natural de defensa. De alguna manera, se busca excusarse. No, mas bien hay que aceptar lo que hice, reconocerlo, saber que no está bien haberlo
hecho y pedir perdón. Así comenzamos a experimentar el amor.
También en nuestra sociedad debemos reconciliarnos; es urgente para alcanzar la paz social. Pero además, una vez que se tiene esta experiencia inicial del perdón, entonces sí surge la alegría: la alegría no es sólo del que es perdonado, sino también de quien concede el perdón.
Así lo expresa San Pablo en la segunda lectura: “Alégrense siempre en el
Señor… no se inquieten por nada; Él está cerca”.
¿Y esa presencia de Dios para qué es? Para que lo tengamos en cuenta en nuestras vidas, mediante la oración y la súplica, llenos de gratitud.
Quien ha sido perdonado y quien perdona obtiene siempre la capacidad de agradecer. De la reconciliación surge la gratitud, y ella es generadora de una alegría que no es simplemente un regocijo, sino una paz interior
que da la fortaleza para desarrollar mi espiritualidad, para hacer crecer mi espíritu.
Está bien que comamos todos los días para fortalecer nuestro cuerpo, pero también hay que fortalecer nuestro espíritu, que es el que le da vida a nuestro cuerpo, y que nos glorificará para entrar en relación con Dios en
su casa.
Por eso también es importante la lectura de hoy del Evangelio, que nos dice cuáles son las actividades cotidianas en las que debemos estar
pendientes. Se fijan ustedes: la gente le preguntaba a Juan Bautista, “¿Qué debemos hacer?” Él les responde que debemos dar algo de lo que tenemos al que no tiene nada. Compartir, entonces, es clave; no tratar de
poseer sólo para mí, sino también para compartirlo con otros.
Por eso el texto menciona que los publicanos también le preguntaban:
“¿Qué debemos hacer?” El Evangelio se refiere a aquellos que tienen una autoridad de servicio, una autoridad en la que tienen que procurar el bien de toda la sociedad, y les dice: “No cobren más de lo establecido”.
También los soldados le preguntaron: “¿Qué debemos hacer?” Y les dice:
“No extorsionen a nadie”. Han oído esa palabrita hoy, que está muy de moda. Se está dando mucho la extorsión para conceder un permiso o una autorización. Eso es un daño social que no solo causa tristeza en quienes
lo sufren, sino que también genera la ambición en quienes lo llevan a cabo.
Por eso tenemos que formarnos desde la familia, desde la cotidianidad de nuestras vidas. Entonces se cumple aquello que profetiza Juan Bautista al decir que el Mesías “los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego”. Que
arda ese amor de Dios en nosotros, que sea una pasión para el bien, porque eso es lo que genera el irnos comportando de esa manera.
Por eso la alegría de saber que el Mesías ya ha venido al mundo, nació, y hoy, en 2024, estamos a punto de iniciar el Año Jubilar. Debemos también aprender a caminar como lo dice el profeta Juan Bautista, y entonces
estaremos llenos del Espíritu Santo. Estar acompañados del Espíritu Santo es gracias a Jesucristo, quien vino al mundo.
Por eso es la alegría de la Navidad: gracias a Él estaremos siempre alegres y seremos gente generosa que se ha acostumbrado a compartir y a proceder con justicia en sus relaciones sociales. Que el Señor nos dé la
alegría de este domingo para que así podamos prepararnos.
Ya mañana inicia el tiempo de las Posadas en nuestra práctica y tradición mexicana, para que se vaya alegrando nuestro corazón con la venida del Señor Jesús, que recordamos. Que así sea. Dirijamos nuestra súplica a
Nuestra Madre María de Guadalupe: Madre nuestra María de Guadalupe, al prepararnos en este Adviento ante
la venida de tu hijo, nuestro Señor Jesucristo, auxílianos para tomar conciencia de nuestras faltas y y con humildad pedir perdón con plena confianza, reconociendo el inmenso amor de Dios, Nuestro Padre.
Habiendo experimentado el perdón, surgirá sin duda la inmensa alegría de ser amados y la firme convicción, que somos discípulos de Jesucristo, y por tanto, tomaremos conciencia de que necesitamos conocer y meditar
los Evangelios.
Siguiendo el fuerte testimonio de tu hijo Jesús, seremos capaces de compartir con los más necesitados, y de proceder con justicia en todas nuestras responsabilidades.
Madre nuestra invocamos tu auxilio por todas las familias en nuestra patria querida, para que encontremos los caminos de reconciliación y logremos la paz en el interior de cada familia y en la relación de unas con
otras, en las vecindades, cotos y departamentos, y especialmente en nuestra manera de comportarnos al transitar por las calles y los comercios.
Con gran confianza, ponemos en tus manos al Papa Francisco, fortalécelo y acompáñalo en su ministerio pontificio, especialmente por su cumpleaños el próximo martes. Ayúdanos a responder a su llamado para que renovemos nuestra aspiración de ser una Iglesia sinodal, donde todos seamos capaces de escuchar, discernir la voluntad de Dios Padre, ponerla en práctica, y transmitirla a nuestros prójimos.
Todos los fieles aquí presentes este domingo nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.