Homilía – Aprendamos de san Francisco de Asís – 04/10/2020
“Voy a cantar, en nombre de mi amado, una canción a su viña” (Is. 5,1).
El poema sobre la Viña que escuchamos del Profeta Isaías y la Parábola que hoy Jesús propone para nuestra reflexión, conviene interpretarlas a partir del amor de Dios por su pueblo, y que a pesar de la pésima correspondencia que históricamente ha recibido Él mantiene su infinito amor. Sin duda por ello, el mismo Jesús, alude a Isaías, para relacionar el poema y su Parábola.
La relevancia del mensaje a través de la Parábola es el envío del Hijo a cuidar y proteger la Viña, es decir, el pueblo de Israel, el pueblo elegido para rendir fruto, para dar testimonio del amor que Dios tiene por su Viña amada, por su pueblo elegido.
Jesús pretende manifestar que Él es el enviado del Padre, y que su misión es cuidar de la Viña. El Padre lo ha decidido porque los viñadores, que deberían haber cumplido su misión, han fallado y se han aprovechado, haciendo suyos los beneficios, y explotando a quien deberían cuidar y ayudar a dar fruto. Por eso las duras palabras de Jesús dirigidas a los Sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “Por esta razón les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos”.
A pesar de los malos viñadores y de la muerte del propio Hijo, la viña seguirá, el Señor llamará a otros viñadores, y continuará dando frutos, testimoniando el amor de Dios, pero dependiendo de la fidelidad de los viñadores.
Esta parábola ofrece la posibilidad de dos interpretaciones muy importantes y oportunas para la vida de la Iglesia:
Una sobre la responsabilidad de los viñadores de cuidar los vides para que den fruto, y en su tiempo rendir buenas cuentas al dueño de la vid, por eso advierte: “¿Ahora, díganme: cuando vuelva el dueño del viñedo, ¿qué hará con esos viñadores?. Ellos le respondieron: Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo”.
La otra sobre los viñedos mismos, cuya responsabilidad es dar uvas maduras y sabrosas, y no uvas agrias, que no tienen buen sabor, al contrario destemplan los dientes: “Él esperaba que su viña diera buenas uvas, pero la viña dio uvas agrias”.
La primera interpretación la refiero a los pastores, conductores de la comunidad eclesial: Obispos, Presbíteros, Consagrados, Diáconos y Agentes de Pastoral, que en su nivel de servicio, cumplimos nuestra misión, cuidando la Viña del Señor, y cultivándola para que dé los mejores frutos posibles. Para ello es indispensable ofrecer todos los elementos que necesita cada persona y cada comunidad parroquial para rendir buenas cuentas al Dueño de la Viña, es decir, lograr que conozcan y descubran el gran amor que nos tiene Dios Padre, y corresponder a ese amor de la mejor manera, que es reconocer y aceptar al prójimo como mi hermano, miembro de la familia de Dios.
Pidamos por esta razón con insistencia por los nuevos viñadores que somos nosotros los pastores del Pueblo de Dios. Desde el Papa hasta los Obispos, sacerdotes, consagrados, y agentes de pastoral que colaboran en la Viña del Señor. Para que lleguemos a ser como el apóstol Pablo, testimonio convincente y apasionado, que promueva mucho fruto en bien de la misma comunidad eclesial y de la sociedad en general: “Hermanos aprecien todo lo que es verdadero y noble, cuanto hay de justo y puro, todo lo que es amable y honroso, todo lo que sea virtud y merezca elogio”.
La segunda interpretación la refiero a todos los bautizados, cada uno es una vid que debe producir uvas, de la que se obtenga el buen vino que alegra el corazón del hombre; es decir, engendrar y formar personas, que descubriendo su propia vocación cumplan sus responsabilidades, de manera que generen ambientes de vida fraternos y solidarios, que den sentido y razón de ser al gran don de la vida, que hagamos lo que hagamos procuremos siempre el bien de los demás, haciendo caso a la recomendación de San Pablo: “No se inquieten por nada; más bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud”.
Preguntémonos pues, cada uno desde su propia responsabilidad, si hemos cuidado la viña del Señor y hemos dado fruto de uvas dulces y maduras. En otras palabras, conviene revisar, ¿cuáles son las obras buenas que con mi actitud y mis acciones he promovido y cuáles los frutos que se han generado?
Hoy por ser domingo no hemos celebrado la fiesta de San Francisco, pero si podemos recordarlo, pidiendo su intercesión para seguir su ejemplo. Aprendamos de la sencillez y la humildad de San Francisco, para reconocer a todo prójimo como hermano, como hoy nos motiva el Papa Francisco al ofrecer en este día la Encíclica “Fratelli tutti» “todos hermanos”. Los invito a leer y reflexionar su contenido para luego ponerlo en práctica. Construyamos así un mundo que reconozca la común dignidad de toda persona.
San Francisco se caracterizó por vivir y dar una gran testimonio de la Creación como huellas que nos conducen al Creador, camino que todo ser humano tiene a su alcance para descubrir la necesidad de una Inteligencia superior al hombre, ante la grandeza inmensa y la perfección del Universo y de nuestra Casa Común, la Tierra.
Hoy se presenta una gran oportunidad al concluir este domingo la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, convocada por el Papa Francisco, ahora nos corresponde pasar de la oración a la acción, promoviendo con entusiasmo la ecología integral, y recordando el principio fundamental de la Ecología: Somos los administradores de la Creación y no los dueños.
Hagamos lo que nos corresponde, y el Señor hará maravillas de nuestras pequeñas acciones; Así podremos exclamar y dar testimonio, como Nuestra Madre, María de Guadalupe: El Señor, nuestro Dios, ha estado grande con nosotros, y estamos alegres, porque ha hecho maravillas a través de nuestra pequeñez.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.