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El Arzobispo Carlos Aguiar Preside La Misa En La Basílica De Guadalupe. Foto: INBG/Cortesía.

Es hora de ser como Juan Bautista- Homilía- 13/12/20- Domingo III de Adviento

“Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz”.

En este tiempo del Adviento, la Liturgia propone la figura de Juan Bautista, como maestro para señalar lo que debemos hacer, en vista de capacitarnos para reconocer la presencia de Dios en el mundo, y aprender a descubrir la luz, que oriente nuestra vida, para lograr el destino al que hemos sido llamados.

Los textos de hoy presentan varios aspectos fundamentales de la enseñanza de Juan Bautista; el primero que debemos imitar es la claridad de su identidad y la humildad de reconocerse servidor, su misión es preparar la llegada del Mesías. Por eso afirma contundentemente: “Yo soy la voz que grita en el desierto: Enderecen el camino del Señor, como anunció el profeta Isaías”.

Pero, ¿cómo vamos a enderezar el camino del Señor? Este es el segundo aspecto de la enseñanza de Juan señalar la manera de prepararse a la inminente llegada del Mesías para lo cual indica el indispensable arrepentimiento de los pecados cometidos; y quienes aceptan adecuar su conducta a los mandamientos de la ley de Dios, los bautiza con agua. En la época de Jesús se mantenía la tradición de considerar que los pecados los perdonaba solo Dios, y ningún hombre podía absolverlos en su nombre. Por ello, los emisarios de los fariseos lo interpelan diciendo: Entonces ¿por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta?

La pregunta le permite a Juan expresar el tercer aspecto de su enseñanza y cumplir su misión, de anunciar la llegada del Mesías al afirmar: Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”. El anuncio de la inminente llegada del Mesías excedió las expectativas del pueblo, y se incrementó el número de quienes abrieron su corazón y pidieron ser bautizados por Juan.

Cuántos en este Adviento escucharán la voz de la Iglesia que clama en el desierto actual del aislamiento, ahora que se ha incrementado la soledad, la angustia, la incertidumbre, el sufrimiento, y la muerte en el mundo. El Papa Francisco ha declarado que de esta pandemia no saldremos igual que antes, saldremos mejores o peores, y tiene mucha razón porque la experiencia humana manifiesta que de la vivencia de una situación dramática, trágica o de grave injusticia, nunca se sale igual, afecta profundamente el interior del hombre.

Es necesario un acompañamiento adecuado, sea durante la misma experiencia o inmediatamente después, para salir transformado en un ser que descubre la razón de su vida y de la importancia de vivir de manera fraterna y solidaria. De lo contrario, en el aislamiento durante y después de la trágica situación vivida, esa persona sale traumada, desconsolada y con relativa facilidad abre su corazón al odio y la venganza contra quien resultare responsable y contra quien por cualquier motivo lo cuestionara.

Así, una familia, una comunidad, un pueblo o una nación padece esta misma experiencia dramática de forma generalizada queda profundamente afectada y debe ser atendida para sanar su corazón, sus sentimientos, su interior. Con mayor razón está aconteciendo con la actual pandemia mundial. ¿Saldremos mejores o saldremos peores? De nosotros depende.

¿En cuántos cristianos y no cristianos se moverá el corazón, buscando y esperando un consuelo y una esperanza de vida? Es la hora sin duda de ser como Juan Bautista, testigos de la luz, orientadores del camino que lleva a la vida. Es la hora de dar a conocer, que Dios no nos ha abandonado, sino que ha estado a nuestro lado. Esta experiencia queda en nuestras manos promoverla, extendiendo nuestra mano solidaria en favor de los afectados.

Hoy, no solo podemos enderezar nuestra vida para preparar la Navidad, sino que está en nuestras manos recibir, también y sobretodo, el beneficio de la venida de Jesucristo al mundo. ¿Qué hace falta en el mundo de hoy para que el Espíritu Santo nos conduzca, nos acompañe y nos fortalezca como Iglesia, para acompañar a nuestra sociedad, con la serenidad propia de los discípulos de Jesucristo?

La primera lectura recuerda el contenido del mensaje de Isaías, que Jesucristo al iniciar su ministerio pronunciara en la Sinagoga de Nazaret, afirmando que en él se ha cumplido la profecía de Isaías: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres, a curar a los de corazón quebrantado, a proclamar el perdón a los cautivos, la libertad a los prisioneros y a pregonar el año de gracia del Señor”. Después de 21 siglos contamos con la experiencia vivida con tantos cristianos que han creído en Jesucristo y han recibido el Espíritu Santo y sus siete dones, asumiendo así el mismo acompañante que tuvo Jesús en su vida terrestre.

Vivimos de manera sorprendente cuando dejamos que nos conduzca el Espíritu Santo en nuestro peregrinar hacia la Casa del Padre. Por tanto la mejor preparación es dejarnos conducir por el Espíritu Santo, y anunciar su presencia en medio de nosotros, con un estilo de vida solidario, fraterno, y dispuesto siempre a la caridad con el prójimo, que encontramos en el camino de la vida.

Así viviremos la misma experiencia que describe el Apóstol Pablo a los tesalonicences: “Vivan siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en toda ocasión, pues esto es lo que Dios quiere de ustedes en Cristo Jesús. No impidan la acción del Espíritu Santo, ni desprecien el don de profecía; pero sométanlo todo a prueba y quédense con lo bueno. Absténganse de toda clase de mal”.

De esta manera construiremos la casita sagrada, que desea Nuestra Madre, María de Guadalupe para todos sus hijos. Comprometámonos con ella, y asumamos nuestro mejor esfuerzo para salir de esta Pandemia mejores personas, y logremos ser una mejor sociedad. Pidámoslo de corazón a Nuestra Madre, María de Guadalupe.

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

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