Peregrinación de la Arquidiócesis Primada de México- Homilía- 16/01/21
“La palabra de Dios es viva, eficaz y más penetrante que una espada de dos filos”.
La Palabra de Dios es viva. ¿Quién es esa Palabra de Dios? Efectivamente se trata de alguien que es la Palabra de Dios. Se trata de Jesucristo, él se ha encarnado para transmitirnos la Palabra del Padre, él es el mensajero de Dios Padre, que ha venido al mundo para darnos a conocer la voluntad del Padre, no solamente con palabras y conceptos, sino con su estilo de vida personal; nos habla con la palabra y con el testimonio llevado al extremo, de dar la vida y entregarse hasta la muerte, y muerte de cruz.
Por eso es conveniente recordar la capital importancia que tiene leer y meditar los Evangelios. A través de estos 4 escritos conoceremos a Jesucristo, Palabra de Dios Padre. De ahí la necesidad de conocer los Evangelios, ya que a través de la vida de Jesucristo, debemos interpretar el resto de todos los escritos bíblicos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.
La Biblia es más que un simple libro de historia, es la voz de Dios, viva y eficaz que penetra el corazón del hombre como una espada de dos filos: “Llega hasta lo más íntimo del alma, hasta la médula de los huesos y descubre los pensamientos e intenciones del corazón. Toda creatura es transparente para ella. Todo queda al desnudo y al descubierto ante los ojos de aquel, a quien debemos rendir cuentas”.
El diálogo con Dios es posible a través de la persona de Jesucristo. Hay que escucharlo, hay que asumir sus enseñanzas y dejar que nos interpele y nos cuestione. En esto consiste la oración del discípulo de Jesucristo: Escuchar su voz, dejar que penetre mis pensamientos e intenciones del corazón, para que me oriente, me corrija y me ilumine en lo que Dios espera de mí, o también en lo que Dios espera de nosotros comunidad familiar, eclesial, sea parroquial, diocesana, o de toda la catolicidad.
Por eso, es indispensable que todo cristiano transite de la simple oración vocal, del solo recitar fórmulas de oración, o de orar solamente para pedirle a Dios remedie mis necesidades. Si bien, así todos hemos iniciado nuestro aprendizaje para orar, no podemos quedarnos ahí; es necesario aprender a orar como Jesucristo, buscando la voluntad del Padre, interpretando los acontecimientos, y descubriendo la voz de Dios en ellos y en mis inquietudes y buenos propósitos, que surgen en mi interior; y para ello, la lectura y meditación habitual de los Evangelios es indispensable.
Más de alguno puede afirmar que le es muy difícil, seguir el ejemplo de Jesús, como perdonar a los enemigos, y propiciar la reconciliación. Pero recordemos que, “no tenemos un sumo sacerdote que no sea capaz de compadecerse de nuestros sufrimientos, puesto que él mismo ha pasado por las mismas pruebas que nosotros, excepto el pecado”.
La fortaleza y el crecimiento de mi espíritu no son fruto de mi voluntad o de mi querer, en este caso, basta que yo tenga la disposición para vivir como Jesucristo, y él me dará la fuerza del Espíritu Santo para ir desarrollando mi capacidad y para seguir su ejemplo; por eso hemos escuchado hoy: “Acerquémonos, por tanto, con plena confianza, al trono de la gracia, para recibir misericordia, hallar la gracia y obtener ayuda en el momento oportuno”.
Por eso hoy el Evangelio ha recordado la afirmación de Jesús: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido para llamar a los justos, sino a los pecadores”. Nuestra condición humana esta muy condicionada por los contextos en que nos toca vivir, las personas que encontramos en la vida van influyendo en nosotros para bien o para mal; por eso necesitamos recurrir a quien ciertamente nos orientará y nos ayudará a ser personas positivas.
Siempre en el camino de la vida hay quienes ya descubrieron a Jesús como Camino, Verdad y Vida; y han crecido como buenos discípulos, porque han escuchado la Palabra de Dios y la han puesto en práctica. Lo que aspiramos a ser como Iglesia, es ser una comunidad de discípulos, que encontrando a Jesucristo vivo, a través de los Evangelios y a través de los acontecimientos, se alimenta habitualmente en la Eucaristía, y pueda así ejercer una atracción con su vida para quienes andan extraviados, conducidos por la búsqueda de bienes materiales y por la satisfacción de sus sentidos, descuidando alimentar su espíritu.
La Iglesia, la Diócesis, la Parroquia, está llamada a ser una comunidad de discípulos a la manera como la integró Jesús, capaz de invitar a otros con el testimonio de nuestra vida como relata hoy el evangelio: “Al pasar Jesús, vio a Leví (Mateo), el hijo de Alfeo, sentado en el banco de los impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió”. Y con la actitud de Jesús, de aceptar compartir con los no creyentes o no practicantes, desafiando los prejuicios de su tiempo: “¿Por qué su maestro come y bebe en compañía de publícanos y pecadores?” Nosotros, sin temor también como Jesús, debemos aprender a sentarnos y dialogar con ellos: “Mientras Jesús estaba a la mesa en casa de Leví, muchos publícanos y pecadores se sentaron a la mesa junto con Jesús y sus discípulos, porque eran muchos los que lo seguían”.
En esta gran Ciudad de México, nuestra Arquidiócesis viene hoy en peregrinación, virtual pero realmente presente, ante nuestra Madre, María de Guadalupe, para pedirle que como ella lo hizo, llevemos a su Hijo Jesús a los demás, lo demos a conocer a través de los Evangelios y a través de nuestro estilo de vida, fraterno y solidario, para con todos, especialmente con los más pobres y marginados, con los enfermos y los angustiados, con los migrantes y desempleados, con los que han perdido recientemente sus seres queridos, y con los que han sufrido los daños de la Pandemia.
En un breve momento de silencio invoquemos a Nuestra querida Madre su auxilio para que con su ternura y amor, nos anime una y otra vez, a transmitir la buena nueva del Reino de Dios, a los ciudadanos de esta gran Ciudad. ¡Que a todos les demos a conocer: que Cristo vive y camina con nosotros!
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.