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El Arzobispo Carlos Aguiar Preside La Misa Dominical. Foto: Basílica De Guadalupe/Cortesía.

Homilía- ¿Cómo afrontar el miedo a la verdad?- 06/06/21

Respondió Adán: La mujer que me diste por compañera me ofreció del fruto del árbol y comí. El Señor Dios dijo a la mujer: «¿Por qué has hecho esto?» Repuso la mujer: «La serpiente me engañó y comí”.

Según la narración bíblica, Dios Creador les había manifestado su amor y su confianza al darles vida, ubicarlos en un Paraíso, y crearlos a su imagen y semejanza como seres en y para la relación. Sin embargo, Adán y Eva en lugar de corresponder a ese amor, habiendo desobedecido el mandato del Señor, se refugiaron en el miedo, y buscaron descargar en el otro la responsabilidad de la desobediencia.

¿Cuántas veces en la vida hemos sido testigos en primera persona, que se repite la tendencia de Adán y Eva para evitar confesar su culpabilidad, descargando en el otro dicha responsabilidad?

El miedo a la verdad y el temor a la posible pena por la desobediencia, complica siempre nuestro camino de relación con el prójimo; y cuando este proceder se reitera, se va perdiendo la conciencia de la propia culpa, y esa persona caerá en una conciencia de ser siempre víctima, declarará una y otra vez que son los otros los culpables de lo que hizo. Así frustrará su buena relación con los demás, y su propia felicidad, convirtiéndose en una persona que expresará quejas y lamentos en sus relaciones interpersonales.

¿Cómo afrontar el miedo a la verdad y alcanzar la valentía necesaria para afrontar las consecuencias de nuestras acciones incorrectas, imprudentes, o incluso nuestras desobediencias y pecados?

San Pablo hoy, ha dado una clave al afirmar: “Por esta razón no nos acobardamos; pues aunque nuestro cuerpo se va desgastando, nuestro espíritu se renueva de día en día. Nuestros sufrimientos momentáneos y ligeros nos producen una riqueza eterna, una gloria que los sobrepasa con exceso”. La confianza y la experiencia de ser amados por Dios, nos dará siempre la valentía para asumir la verdad, y afrontar sus consecuencias por más dolorosas que sean. Nuestra mirada se irá desarrollando, cada vez con mayor claridad, para visualizar el futuro que nos espera, y no ahogarnos en un vaso de agua.

Recordar con frecuencia y contemplar la mirada del futuro para el cual hemos sido creados, y desarrollar una fuerte convicción de nuestro destino final, nos preparará para expresar lo que hemos escuchado decir a San Pablo: “Nosotros no ponemos la mira en lo que se ve, sino en lo que no se ve, porque lo que se ve es transitorio y lo que no se ve es eterno. Sabemos que, aunque se desmorone esta morada terrena, que nos sirve de habitación, Dios nos tiene preparada en el cielo una morada eterna, no construida por manos humanas”.

Otro aspecto de gran importancia para nuestro crecimiento personal y comunitario es aprender a descubrir la intervención de Dios en los acontecimientos. El Evangelio de hoy narra la falsa interpretación de los escribas, que eran la gente preparada para interpretar las Sagradas Escrituras: “Jesús entró en una casa con sus discípulos y acudió tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes, fueron a buscarlo, pues decían que se había vuelto loco. Los escribas, que habían venido de Jerusalén, decían acerca de Jesús: Este hombre está poseído por Satanás, príncipe de los demonios, y por eso los echa fuera”.

Ante la acción del Espíritu Santo o se acepta y se agradece, o se ignora y rechaza, explicándola como imposible, como una locura, o como cosa del diablo. La respuesta de Jesús es contundente: «Si un reino está dividido en bandos opuestos, no puede subsistir. Una familia dividida tampoco puede subsistir. De la misma manera, si Satanás se rebela contra sí mismo y se divide, no podrá subsistir, pues ha llegado su fin”.

El criterio es claro, si las acciones propician y generan la comunión y la unidad provienen del Espíritu Santo, si las acciones, aun las aparentemente buenas, dividen y confrontan, generando más obstáculos para la comunión y la unidad, provienen de Satanás. Jesús afirmó: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

Finalmente una reflexión de suma importancia para nuestra confianza en Dios y en su amor infinito y misericordioso, particularmente cuando hemos considerado que hemos gravemente pecado, y nuestra conciencia no nos deja tranquilos, consiste en recordar a lo largo de nuestra vida, esta afirmación contundente de Jesús: “Yo les aseguro que a los hombres se les perdonarán todos sus pecados y todas sus blasfemias”. Por tanto, nuestros pecados por más graves que sean, si los reconocemos, y confesamos nuestra culpabilidad, obtendremos siempre el perdón incondicional de Dios.

Solamente aquél que percibiendo la acción sorprendente del Espíritu Santo, como lo fue el ministerio de Jesucristo en favor de los enfermos, indigentes, ciegos, y paralíticos, y ante la evidencia, niegue la intervención divina, y falsee con toda mala intención, lo que ha visto y oído, recaerá en él lo dicho por Jesús: “… el que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón; será reo de un pecado eterno. Jesús dijo esto, porque lo acusaban de estar poseído por un espíritu inmundo”.

Hay que aprender a descubrir la intervención de Dios en la vida, y agradecerle su favor, eso nos dará una mirada de largo alcance, que nos hará crecer en la caridad y en el amor al prójimo necesitado, como lo hizo Jesús. No tengamos miedo, y aprendamos a sorprendernos ante el misterio de la acción de Dios en la historia, dejemos la mirada miope que solo se centra en la rutina de la cotidianidad.

El Pueblo de México, por experiencia generalizada, sabe que aquí en este lugar, la presencia de Nuestra Madre, María de Guadalupe, no deja de hacer maravillas entre sus hijos, que humildemente le suplican ayuda en sus diversas necesidades. Los invito a todos a invocarla abriendo nuestro corazón a su maternal auxilio y protección.

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

Te pedimos nos ayudes a respetarnos unos a los otros, para que los ciudadanos de México participemos responsablemente, cumpliendo nuestra obligación de votar con plena libertad, dando a conocer nuestra voz, y vivamos una jornada cívica ejemplar, que exprese nuestro anhelo de edificar una sociedad democrática, fraterna y solidaria.

Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

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