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El Cardenal Aguiar Impone Las Manos A Un Diácono Recién Ordenado. Foto: Basílica De Guadalupe

Homilía en la ordenación de los diáconos transitorios – 11/06/21

“Cuando Israel era niño, yo lo amé… Yo fui quien enseñó a andar a Efraín; yo, quien lo llevaba en brazos; pero no comprendieron que yo cuidaba de ellos. Yo los atraía hacia mí con los lazos del cariño, con las cadenas del amor. Yo fui para ellos como un padre que estrecha a su creatura, y se inclina hacia ella para darle de comer”.

Qué importante es y será para Ustedes, queridos ordenandos, recordar siempre que el Señor Dios, Nuestro Padre, los eligió, y los llamó a servir a sus hermanos mediante el sacerdocio ministerial, que hoy reciben en el grado de Diáconos, pero que esperan más adelante alcanzar el grado de Presbíteros para ser testigos del amor misericordioso de Dios, proclamadores y conductores del Pueblo de Dios, para hacer presente el Reino de Dios entre nosotros y edificar la Civilización del Amor.

Para ello se han preparado por años, bajo la conducción y ayuda de sus formadores, para en nombre de Jesús, y en comunión con su Presbiterio y su Obispo, enseñar a quien no ha aprendido la manera de seguir a Jesús; a cuidar con afecto y cariño a su comunidad parroquial; a ser padre en la fe, de quienes sean encomendados a su responsabilidad; a darles el alimento de la Palabra de Dios, de la sana doctrina y del magisterio pontificio y episcopal; a orientarlos, motivarlos, y acompañarlos en el servicio de la Caridad, especialmente con los pobres, indigentes, enfermos, migrantes, reclusos, desorientados o angustiados, y desamparados en general.

Para ello, es necesario tener presente, que dicho cumplimiento les será siempre posible realizarlo alegremente, con entusiasmo y esperanza, si lo llevan a cabo en comunión con los demás diáconos y presbíteros, en coordinación con mis colaboradores en las distintas instancias del gobierno de nuestra querida Arquidiócesis, y bajo la conducción de un servidor, como su Obispo. Será así como demos respuesta laudable y eficiente en beneficio de nuestros fieles católicos y de nuestra sociedad en general.

La recepción del Orden del Diaconado en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús les recordará que del costado atravesado por la lanza, brotó «sangre y agua», como expresa San Juan: “Al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza e inmediatamente salió sangre y agua”. Símbolo del «Sacramento» admirable de su Iglesia que nace mediante la entrega de su vida; y en particular, mediante el agua, símbolo del Bautismo, y mediante la sangre derramada en la cruz, de la Eucaristía.

Con esta experiencia de vida, podrán como San Pablo, reconocer y transmitir a sus fieles con su entrega generosa, su confesión de fe: “Me arrodillo ante el Padre, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra, para que, conforme a los tesoros de su bondad, les conceda que su Espíritu los fortalezca interiormente y que Cristo habite por la fe en sus corazones. Así, arraigados y cimentados en el amor, podrán comprender con todo el pueblo de Dios, la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo, y experimentar ese amor, que sobrepasa todo conocimiento humano, para que así queden ustedes colmados con la plenitud misma de Dios”. ¡Que así sea!

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