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El Arzobispo Carlos Aguiar Retes Preside La Misa Dominical. Foto: Basílica De Guadalupe.

Homilía – 3 pasos para ser buen discípulo de Cristo- 19/09/21

Los malvados dijeron entre sí: Tendamos una trampa al justo, porque nos molesta y se opone a lo que hacemos; nos echa en cara nuestras violaciones a la ley, nos reprende las faltas contra los principios en que fuimos educados.

Hablar con la verdad casi siempre molesta a los demás, porque pone de manifiesto los errores y las equivocaciones, las faltas a las normas, o las conductas desviadas, imprudentes o injustas. Si somos honestos y flexibles podemos superar la inicial reacción de los señalamientos, pero si somos autoritarios o soberbios reaccionaremos con facilidad a criticar y a descalificar las opiniones e indicaciones sobre nuestra manera de proceder; y aún peor, es posible desear y promover el castigo o la muerte, a quien ha dirigido las afirmaciones y opiniones que no aceptamos.

Ésta es precisamente la reflexión del libro de la Sabiduría, siglos antes del nacimiento de Jesús de Nazaret, quien sufrió en carne propia lo que expresa el texto sagrado de la Sabiduría: “Veamos si es cierto lo que dice, vamos a ver qué le pasa en su muerte. Si el justo es hijo de Dios, él lo ayudará y lo librará de las manos de sus enemigos. Sometámoslo a la humillación y a la tortura, para conocer su temple y su valor. Condenémoslo a una muerte ignominiosa, porque dice que hay quien mire por él”.

El Apóstol Santiago profundiza en su carta, las raíces de esta negativa actitud, con frecuencia presente en la historia: “¿De dónde vienen las luchas y los conflictos entre ustedes? ¿No es, acaso, de las malas pasiones, que siempre están en guerra dentro de ustedes? Ustedes codician lo que no pueden tener y acaban asesinando. Ambicionan algo que no pueden alcanzar, y entonces combaten y hacen la guerra”.

Así advierte, que debemos aprender de Jesús a conducir nuestra vida conforme los criterios y valores de la fe católica, con que hemos sido educados, y confiando plenamente en la ayuda divina para afrontar las críticas injustas y acusaciones sin sustento en la verdad, que pudiéramos recibir en el transcurso de la vida.

Tres son los elementos que ofrece el Apóstol para prepararnos a seguir el camino de todo buen discípulo de Cristo y colaborar cordial y eficazmente en nuestras relaciones con los demás.

-Lo primero es reconocer y aceptar que cada uno libramos una batalla interna ante las seducciones y atracciones del mal.

-Segundo, descubrir nuestras ambiciones y codicias para identificarlas.

-Tercero, renunciar a todo aquello que supere mis fuerzas y posibilidades, a todo lo que de entrada me sea imposible obtener por caminos honestos, y renunciar a dañar y perjudicar a mi prójimo.

Al inicio no somos capaces de entender cómo recibiremos la ayuda divina ante la injusticia, pero a medida que avanzamos en la vida, siguiendo las enseñanzas de Jesús, experimentamos cercana la presencia y el auxilio del Espíritu Santo, que nos fortalece y nos hace capaces de afrontar las adversidades.

Así le pasó a los discípulos, según narra el Evangelio de hoy: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará. Pero ellos no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones”. Jesús percibió su ignorancia y su temor a preguntar y los confrontó: “Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntó: ¿De qué discutían por el camino? Pero ellos se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre quién de ellos era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.

El servicio y la mirada puesta en ayudar a nuestros semejantes es la clave para adquirir la confianza y la fortaleza espiritual. ¿Cómo podemos ser servidor de todos? Para dar respuesta a esta pregunta y facilitar nuestra disposición y colaboración de servicio, la Iglesia propone una institución diocesana y parroquial a través de Caritas, para coordinar los servicios necesarios para los necesitados, en el entorno de nuestras colonias y barrios. Es bueno recordar que el ejercicio de la Caridad también auxilia nuestro desarrollo solidario y fraterno al descubrir la transparencia de nuestras aspiraciones, percepciones y sueños.

Por eso Jesús recomienda, que debemos aprender a compartirlos como lo hacen los niños, por eso pone en el centro a uno de ellos y señala la obligación de cuidarlos y protegerlos: “Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado”. Ésta es una entre otras muchas razones, del señalamiento que constantemente hace la Iglesia de cuidar a los menores, y de promover la responsabilidad de los Padres y de la familia para orientar y educar a los niños, en estos valores que Jesús expresó.

A la luz de esta Palabra de Dios, conviene preguntarnos, si he expresado alguna vez a mis padres, hermanos, familiares y amigos, mi gratitud por el cuidado, que tuvieron en mi infancia, la educación que me ofrecieron en mi adolescencia y juventud, y el testimonio de sus vidas cristianas para consolidar los valores humanos y espirituales de nuestra fe. De la misma manera es provechoso revisar, mediante un examen de conciencia y de oración, mis propias actitudes y criterios, conforme a los cuales he orientado mi vida, y agradecer a Dios, Padre de toda bondad, cuando haya vivido situaciones ante adversidades injustas y acusaciones sin fundamento en la verdad, y en ellas hubiera yo percibido la intervención del Espíritu Santo.

Si acaso me encuentro actualmente en una dura experiencia, hagamos nuestra las expresiones del salmo, que hoy hemos cantado: “Sálvame, Dios mío, por tu nombre; con tu poder defiéndeme. Escucha, Señor, mi oración y a mis palabras atiende. Gente arrogante y violenta contra mí se ha levantado. Andan queriendo matarme. ¡Dios los tiene sin cuidado! Pero el Señor Dios es mi ayuda, él, quien me mantiene vivo. Por eso te ofreceré con agrado un sacrificio, y te agradeceré, Señor, tu inmensa bondad conmigo. El Señor es quien me ayuda”.

Y claro, que crezca nuestra devoción a María, quien con San José supo cuidar a su hijo en su infancia, y acompañarlo en su adolescencia y juventud, y especialmente en los momentos difíciles de la Pasión y Crucifixión de Jesús.

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén

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