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El Arzobispo Carlos Aguiar Retes Preside La Misa Dominical. Foto: Basílica De Guadalupe.

Homilía- Dios se vale de su Palabra para entrar en el corazón- 23/01/22

Esdras, el sacerdote, trajo el libro de la ley ante la asamblea,… y se le dió lectura desde el amanecer hasta el mediodía, en la plaza que está frente a la puerta del Agua, en presencia de los hombres, las mujeres y todos los que tenían uso de razón. Todo el pueblo estaba atento a la lectura del libro de la ley… Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicaban el sentido, de suerte que el pueblo comprendía la lectura”.

Después de 70 años de esclavitud en Babilonia, Esdras convocó al pueblo de Israel, de nuevo en Jerusalén, para recordarle mediante la lectura del libro de la ley, que por amor y gracia de Dios, había logrado la libertad y regresado a la tierra prometida. Esta solemne jornada provocó el llanto en toda la asamblea, como escuchamos en la primera lectura: “todos lloraban al escuchar las palabras de la ley”. Es decir, el pueblo tomó conciencia en ese momento, que la destrucción de Jerusalén y el templo y el destino en Babilonia, había sido consecuencia de su infidelidad a la alianza con Dios.

Es lo mismo que sucede, tanto personal como comunitariamente, cuando nos arrepentimos de algo que provocó mucho daño, y reconocemos nuestros errores,   y con grata sorpresa vemos que somos perdonados y auxiliados para recuperarnos. Nos sentimos entonces, amados y dispuestos a reiniciar con alegría y esperanza nuestras responsabilidades.

Así comprenderemos la indicación de “Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote…, y los levitas que instruían a la gente, dijeron a todo el pueblo: Este es un día consagrado al Señor, nuestro Dios. No estén ustedes tristes ni lloren. Vayan a comer espléndidamente, tomen bebidas dulces y manden algo a los que nada tienen, pues hoy es un día consagrado al Señor, nuestro Dios”.

Los participantes en la asamblea aprenden a llorar de alegría, al recordar el amor de Dios por su pueblo. Esta misma experiencia es la que pretende la Iglesia, al proponer como obligatoria la participación de todos los católicos a la misa dominical. Por eso tiene dos partes: la primera inicia con la toma de conciencia de pecadores, luego continua con la proclamación de la Palabra de Dios y la explicación en la homilía por el sacerdote celebrante; y la segunda consiste en la participación en la mesa del Pan Eucarístico, presencia de Jesucristo, que comienza invitando a los fieles a unir sus propios condicionamientos de vida, sus preocupaciones o satisfacciones a la ofrenda, que hace el sacerdote del pan y del vino, que serán luego consagrados, por mandato de Jesús a sus Apóstoles, para ser El mismo, alimento y consuelo de todos los participantes. Por eso, el Domingo es el día del Señor, de ahí viene su nombre, “Dominus” en latín, significa “Señor”.

El Evangelio de hoy narra, que Jesús inicia su ministerio en Galilea, y va a su comunidad de Nazaret, donde se presenta en Sábado, día consagrado a Dios en el pueblo de Israel, asumido en razón que fue el día, en que Dios Creador descansó, según la narración del libro Génesis, y se levanta para hacer la lectura que le indican: “Jesús… impulsado por el Espíritu, volvió a Galilea. Iba enseñando en las sinagogas… Fue también a Nazaret donde se había criado. Entró en la sinagoga, como era su costumbre hacerlo los sábados, y se levantó para hacer la lectura. Se le dio el volumen del profeta Isaías, lo desenrolló y encontró el pasaje en que estaba escrito: El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor. Enrolló el volumen, lo devolvió al encargado y se sentó”.

La sorpresa que causa Jesús es el comentario al texto que leyó: “Los ojos de todos los asistentes a la sinagoga estaban fijos en él. Entonces comenzó a hablar, diciendo: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. Jesús venía ya enseñando en las diferentes sinagogas de Galilea, al llegar a Nazaret, y recibir este texto del Profeta Isaías, proclama que ese anuncio profético lo está cumpliendo en su persona, y que esa es su misión: La misión del Mesías esperado.

La Palabra de Dios proclamada en la Asamblea es la ocasión de la que Dios se vale para entrar al corazón de quienes la escuchan. Así el Espíritu Santo siembra las inquietudes, y de distintas formas promueve, en la persona o en la comunidad presente, las iniciativas para colaborar con los demás miembros y generar la acción común y solidaria ante los diversos problemas, conflictos y situaciones de preocupación, que vive la comunidad o la sociedad en general.

Es la realidad que refiere San Pablo sobre el cuerpo místico de Cristo, que integramos todos los bautizados en su nombre: “Así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros y todos ellos, a pesar de ser muchos, forman un solo cuerpo, así también es Cristo. Porque todos nosotros, seamos judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo, y a todos se nos ha dado a beber del mismo Espíritu”.

Por tanto, la proclamación y escucha de la Palabra de Dios es el motor mediante el cual la Iglesia, y toda comunidad cristiana, podrá dar el testimonio creíble y atractivo de comunión y unidad, de servicio y expresión de la caridad; en una palabra, podrá hacer presente a Cristo en medio de nosotros, y manifestar así la presencia del Reino de Dios en el mundo de hoy. Esto es lo que se pretende y se logra con la participación en la misa dominical, de ahí la importancia de nuestra participación.

El Papa Francisco ha pedido dedicar cada año, este tercer domingo para tomar conciencia de la indispensable proclamación y escucha de la Palabra de Dios. Como un signo visible de esta celebración hemos dejado el Evangeliario en este atril para recordar su importancia, y pedir la gracia de aprender a escuchar la voz de Dios y discernirla ante los acontecimientos que nos toca vivir, como lo es la actual Pandemia.

Quien supo abrir su corazón a la Palabra de Dios y acogerla fue Nuestra Madre, María de Guadalupe, acudamos con plena confianza a pedir su ayuda e intercesión para saber corresponder a las inquietudes que mueva en nosotros el Espíritu Santo, al escuchar la Palabra de Dios.

Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza.

A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste.

En ti confiamos, Madre del Divino Amor, para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.

Ayúdanos a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.

Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios quiere de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

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