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El Arzobispo Carlos Aguiar Retes Preside La Misa Dominical. Foto: Basílica De Guadalupe/Cortesía.

¿Cómo es el consuelo que nos da Dios? Homilía 06/11/22

“Hermanos: Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y nuestro Padre Dios, que nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, conforten los corazones de ustedes y los dispongan a toda clase de obras buenas y de buenas palabras”.

¿Cuál es el consuelo eterno, que Dios nos proporciona en Cristo Jesús?

Estos últimos domingos del año litúrgico, la liturgia presenta textos que recuerdan el destino del hombre, que muestran ese horizonte final, y ayudan a contemplar para qué ha llamado Dios a cada persona; y así orientados por esta luz, podamos mantener el rumbo y fortalecer siempre la esperanza, no obstante las circunstancias en las que se pueda vivir.

La razón de esta vida terrestre, no termina con la muerte, sino al contrario, con la muerte se afianza y se llega al destino final. De ahí la relación indispensable entre lo que se vive y el futuro que se espera.

Por esta razón la mirada del hombre no debe clavarse de manera miope ante las adversidades; tiene que contemplar el más allá, evitando quedarse en el momento presente en que se viven. Es en esos momentos cuando el horizonte de la resurrección de los muertos se vuelve indispensable.

Indudablemente la promesa garantizada, mediante la Resurrección de Jesucristo, de un destino eterno, de una vida que no tendrá fin, que será participar de la vida divina, que es el amor pleno, que relaciona, une y, mantiene el entendimiento y la comunión entre todos los participantes en la Casa de Dios Padre en una eterna alegría, es la roca firme que nos sostendrá con gran entereza y paz interior.

La resurrección de Jesucristo de la injusta y escandalosa muerte en cruz, es la luz que da sentido a la muerte, sea cual sea la manera en que acontezca. La Fe generada al aceptar el testimonio de Jesucristo, mediante los Apóstoles y sus sucesores, proporciona la fortaleza necesaria para afrontar la enfermedad, las adversidades, el sufrimiento, la injusticia y toda clase de males, que hallamos afrontado en esta peregrinación terrestre.

En el Evangelio, Jesús responde a los Saduceos, que no creían en la resurrección y que solamente pensaban que Dios concedía la vida, pero que terminaba con la muerte. Por tanto, consideraban que la relación con Dios era para obtener con su favor, la abundancia de bienes terrenales.

Los Saduceos eran la clase más rica y poderosa en la época de Jesús. Consideraban que cumpliendo con las tradiciones religiosas obtendrían: dinero, riquezas, y poder. Su gran preocupación era satisfacer el presente: sus necesidades, sueños y proyectos, aún más allá de lo ordinario, y por eso justificaban poder extralimitarse con su poder económico, político o social para lograr todos sus deseos, negociando con cualquier tipo de autoridad en la tierra. Se concentraban en el hoy, menospreciando a quienes aceptaban la trascendencia.

El Evangelio de hoy relata cómo los Saduceos, que no creían en la resurrección de los muertos, cuestionan a Jesús con un problema ridículo, ¿cómo va a ser la vida de siete hermanos que sucesivamente se casaron con la misma mujer sin tener descendencia, qué pasará con ellos en la vida futura? Jesús les responde a fondo: la vida futura, no tiene los condicionantes de la vida terrena.

Mientras que aquí la sexualidad y otras categorías de la materia y del cuerpo tienen sentido, en la dimensión de la vida eterna pasarán a una dimensión espiritual como la de los ángeles. Es decir, así como nuestro cuerpo mortal se transformará, también las condiciones de la vida eterna se transformarán para poder entrar en plena relación e intimidad con la vida divina, con la vida de Dios.
Cada persona que está en el mundo es un reflejo, una imagen de Dios, especialmente al ejercer la libertad y desarrollar la capacidad de amar. Estos son los elementos que son primicia de la vida, que se tendrá en el más allá.

De ahí la importancia de centrar la vida en la generosidad, en el compartir, en la solidaridad con los demás, especialmente con los más necesitados; ya que éste es el ejercicio que permitirá aprender a amar. El amor es la naturaleza de Dios, por tanto el hombre debe prepararse para la vida eterna, ejercitándose en aprender a amar.

Jesús también afirma que para Dios todos están vivos. De ahí surge la pregunta, ¿aquellos que hicieron tanto daño a los demás, que pasará con ellos? La Iglesia tradicionalmente ha contemplado tres fases, en el desarrollo de un ser humano para que alcance la vida eterna.

La primera fase es esta vida, la vida terrena. Se le da el nombre de Iglesia peregrinante, la iglesia que camina a su destino. La segunda fase es la etapa intermedia, purificatoria, se le llama Iglesia purgante; es decir, aquellos que no desarrollaron el amor, que no aprendieron a entregarse generosamente en el amor, tendrán una etapa de purificación, para obtener ese aprendizaje indispensable y poder compartir la vida eterna con Dios. La fase final, la definitiva, es la vida eterna. La llamada Iglesia triunfante, la que llega al destino final

Esta consideración ayuda a entender los consejos que da San Pablo, y que recomienda a la comunidad de Tesalónica: Sean unos con otros amables, dense un consuelo fraterno, conforten sus corazones, dispónganse a toda clase de obras buenas, y oren por nosotros, para que Dios nos libre de la maldad. Dios es fiel y les otorga la fortaleza.

Acudamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, quien ha venido para acompañarnos en el aprendizaje de amar, manifestándonos su ternura y su comprensión. Aprendamos de ella, y confiemos con plena confianza en su amor.

«Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa, haznos valientes para generar y promover los cambios que se necesitan en busca del bien común. Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes de la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, ayúdanos para que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible. Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

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