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El Cardenal Carlos Aguiar Retes Celebrando Misa En La Catedral De México El 1 De Enero De 2023 / Foto: Alonso Gutiérrez

Tres condiciones para recibir la bendición de Dios. Homilía del 1 de enero de 2023

“El Señor habló a Moisés y le dijo: Dí a Aarón y a sus hijos: De esta manera bendecirán a los israelitas: El Señor te bendiga y te proteja, haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda su favor. Que el Señor te mire con benevolencia y te conceda la paz”.

¿Qué necesitamos para recibir la bendición de Dios?

Hay tres características fundamentales: la primera es la conciencia de recibir con la bendición, la protección de Dios para conducirnos en la vida, en nuestra peregrinación terrestre.

La segunda, consiste en decidir nuestras actividades, según la voluntad de Dios, esclarecida en el cotidiano proceso de discernimiento espiritual para descubrir lo que Dios nos pide, y no simplemente actuar según mi voluntad y mi querer.

La tercera es desarrollar la confianza en la benevolencia de Dios, así Él nos transmitirá la paz interior, que será la clara señal, de que hemos obrado en consonancia con la voluntad divina; es decir, hemos hecho lo que esperaba Dios que hiciéramos; y por esta razón lo que hagamos tendrá consecuencias muy positivas, y muchas veces de manera inesperada y sorprendente.

“En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa hacia Belén y encontraron a María, a José y al niño, recostado en el pesebre”. Los pastores supieron responder a la bendición de Dios, que mediante el ángel recibieron el anuncio del nacimiento de Jesús; fueron a todo prisa a buscarlo, y encontraron al niño recostado en un pesebre, acompañado de María y de José. Ellos, a su vez, se convirtieron en transmisores de lo que habían visto y oído:

“Después de verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño, y cuantos los oían quedaban maravillados”. Al recibir conscientemente la bendición de Dios podremos, como los pastores, convertirnos en discípulos misioneros, capaces a nuestra vez, de transmitir la presencia de Dios, la paz interior, que solo Dios sabe regalar.

Siguiendo este ejemplo de los pastores, la Iglesia será una comunidad de discípulos, que transmiten la bendición de Dios a sus prójimos, y transforma las relaciones personales y sociales, fortaleciendo a las instituciones, que garantizan el orden y la paz social.

La Iglesia cumplirá así su misión de ser factor de la anhelada paz al interior de una nación, y entre las naciones, superando los conflictos y las guerras, que siempre son producto de intereses egoístas y parciales, que propician el olvido y abandono de la conciencia de ser habitantes peregrinos, que vivimos en una misma Casa Común, que es la Tierra, nuestro planeta.

A este respecto una vez más, el Papa Francisco, nos alienta en el mensaje, enviado a toda la Iglesia y a los hombres de Buena Voluntad, con motivo de la quincuagésima sexta Jornada Mundial por la Paz en el Mundo: “¿Qué se nos pide, entonces, que hagamos? En primer lugar, dejarnos cambiar el corazón por la emergencia que hemos vivido, es decir, permitir que Dios transforme nuestros criterios habituales de interpretación del mundo y de la realidad a través de este momento histórico.

Ya no podemos pensar sólo en preservar el espacio de nuestros intereses personales o nacionales, sino que debemos concebirnos a la luz del bien común, con un sentido comunitario, es decir, como un “nosotros” abierto a la fraternidad universal. No podemos buscar sólo protegernos a nosotros mismos; es hora de que todos nos comprometamos con la sanación de nuestra sociedad y nuestro planeta, creando las bases para un mundo más justo y pacífico, que se involucre con seriedad en la búsqueda de un bien que sea verdaderamente común”.

Con la llegada de Jesucristo ha llegado la plenitud de los tiempos, como lo recuerda San Pablo: “Hermanos: Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de hacernos hijos suyos”. Es decir con Jesucristo, que es la bendición de Dios en persona, hemos recibido la capacidad y hemos conocido el camino para lograr reconocernos hermanos e hijos de un mismo Dios y Padre.

Pero, debemos advertir que no alcanzaremos la plenitud absoluta en este peregrinaje hacia la Casa del Padre, pues aunque ya Dios ha hecho lo que tenía que hacer, depende de cada generación lograrlo. Queda a nuestra disposición y libertad recorrer ese camino, depende de la libertad de cada ser humano y de la conjugación de los esfuerzos puestos en comunión.

El Papa Francisco en su mensaje, citando a San Pablo, permite culminar nuestra reflexión de manera esperanzadora: “Hermanos, en cuanto al tiempo y al momento, no es necesario que les escriba. Ustedes saben perfectamente, que el Día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche” (1 carta a los Tesalonicenses 5,1-2).

Con estas palabras, el apóstol Pablo invitaba a la comunidad de Tesalónica, mientras esperaban su encuentro con el Señor, a permanecer firme, con los pies y el corazón bien plantados en la tierra, con capacidad de una mirada atenta a la realidad y a los acontecimientos de la historia.

Por eso, aunque los acontecimientos de nuestra existencia parezcan tan trágicos y nos sintamos empujados al túnel oscuro y difícil de la injusticia y el sufrimiento, estamos llamados a mantener el corazón abierto a la esperanza, confiando en Dios que se hace presente, nos acompaña con ternura, nos sostiene en la fatiga y, sobre todo, orienta
nuestro camino. Con este ánimo san Pablo exhorta constantemente a la comunidad a estar vigilante, buscando el bien, la justicia y la verdad: «No nos durmamos, entonces, como hacen los otros: permanezcamos despiertos y seamos sobrios» (5,6). Es una invitación a permanecer despiertos, a no encerrarnos en el miedo, el dolor o la resignación, a no ceder a la distracción, a no desanimarnos, sino a ser como centinelas capaces de velar y distinguir las primeras luces del alba, especialmente en las horas más oscuras.

Este primer día del 2023, a los 8 días de la Navidad, celebramos la festividad de Santa Maria, Madre de Dios. A ella acudamos como Madre nuestra y Madre de la Iglesia que nos acompañe y auxilie para seamos la Iglesia discípula y misionera, como ella lo ha sido.

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