Homilía 16 de abril 2023: ¿Cuál ha sido tu experiencia de fe en la resurrección de Jesús?
“En los primeros días de la Iglesia, todos los hermanos acudían asiduamente a escuchar las enseñanzas de los apóstoles, vivían en comunión fraterna y se congregaban para orar en común y celebrar la fracción del pan. Toda la gente estaba llena de asombro y de temor, al ver los milagros y prodigios que los apóstoles hacían en Jerusalén”.
La primera experiencia de vida de la comunidad cristiana manifestó con gran contundencia la convicción de la Resurrección de Jesucristo. Una convicción por la que eran capaces de cambiar su modo de vida, pasando de una conducta desordenada en extremo, que sostenía el habitual ritmo de vida en el Imperio Romano, a un estilo de convivencia social, sustentado en la fraternidad, solidaria y subsidiaria, para auxiliarse recíprocamente en todas las necesidades materiales y espirituales.
Así lo narra la primera lectura: “Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. Los que eran dueños de bienes o propiedades los vendían, y el producto era distribuido entre todos, según las necesidades de cada uno”.
Hoy, por propia experiencia percibimos una constante tendencia a centrar como objetivo prioritario el poseer los bienes. La economía de mercado, que impera en el mundo, conduce a centrar la vida en la búsqueda de poseer la riqueza a toda costa para ser capaz de adquirir las actuales comodidades y satisfactores, que me atraigan.
¿Cuál será la raíz y causa por la que nuestros pueblos y familias en general, batallan para compartir los bienes? Incluso preguntémonos por qué hemos restringido nuestro aporte económico a la Parroquia y la Diócesis, limitando la capacidad para auxiliar a los más necesitados, y no solamente para el cuidado y mantenimiento del templo.
¿A qué se debía que la comunidad cristiana tenía como prioridad el compartir los bienes? Sin duda al encuentro para orar en la Eucaristía, a la escucha de la Palabra de Dios en comunidad, y al desarrollo de su espiritualidad para crecer en su relación con Dios, percibiendo su presencia y auxilio en la vida de todos los días, y descubriendo que somos por el Bautismo miembros de la familia de Dios.
“Diariamente se reunían en el templo, y en las casas partían el pan y comían juntos, con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y toda la gente los estimaba”.
Dicha oración personal y comunitaria, genera una crecimiento en la Fe, que ilumina las situaciones existenciales para superarlas favorablemente, y a la vez fortalece la voluntad. Este camino espiritual conduce al desarrollo de la Esperanza cristiana, y a la Caridad, entendida como expresión del amor al estilo de Dios; este amor brota de la Divina Misericordia y siempre vela comprometidamente por el bien de los demás, y será la vida, que compartiremos con Dios por toda la eternidad.
Por eso San Pedro en la segunda lectura expresa a la comunidad: “Ustedes tienen fe en Dios, él los protege con su poder, para que alcancen la salvación que les tiene preparada y que él revelará al final de los tiempos”. E incluso, continúa alentando la alegría aún experimentando los conflictos, injusticias, o cualquier sufrimiento: Por esta razón, alégrense, aun cuando ahora tengan que sufrir un poco por adversidades de todas clases, a fin de que su fe, sometida a la prueba, sea hallada digna de alabanza, gloria y honor, el día de la manifestación de Cristo”.
En la actitud del Apóstol Tomás descubrimos la importancia de transmitir las experiencias vividas, aun a quienes no las quieren aceptar; y la necesidad de mantenerse en relación positiva para encontrarse como comunidad.
Tomás no tuvo miedo a las autoridades judías para moverse por la ciudad. Parece un hombre más libre. Sin embargo no cree, lo que le cuentan sus compañeros, así como sus compañeros tampoco creyeron el testimonio de María Magdalena.
Sin embargo Tomás, a pesar de no creer, siguió valorando la relación con sus compañeros, y por ello, está ahora en medio de ellos. Los escucha pero no cree lo que dicen. No acepta el contenido de la conversación pero si el conversar con ellos. Que importante es mantener las relaciones de amistad y compañerismo, aunque haya momentos en que no se comparta las convicciones.
¿Cuál ha sido tu experiencia de fe en la resurrección de Jesús? ¿La has compartido alguna vez? ¿Qué efectos ha producido el compartirla? El estar con la comunidad permitió a Tomás tener el encuentro con Jesús, quien se dirige personalmente a él, y lo interpela no para expulsarlo por no creer, sino para compartir el acontecimiento más importante de todos los tiempos: «Trae aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente».
¿Comprendo a los distintos Tomás, que me he encontrado en mi vida, y tengo paciencia y esperanza con ellos? La escena de la incredulidad se repite una y otra vez a lo largo de los siglos. Para superarla siempre será indispensable la experiencia del encuentro personal con Jesucristo, solamente así se asume con certeza la fe en su resurrección, y la aceptación de que nuestro destino es la vida eterna.
¿Agradezco a Dios con frecuencia el don de mi fe en la resurrección de Jesús, y en la resurrección que me espera? La experiencia de Tomás narrada en este Evangelio ha permitido a muchos hombres de distintas generaciones vivir la bienaventuranza expresada por Jesús: ¡Felices los que han creído sin haber visto!».
Pidámosle a Nuestra Madre, María de Guadalupe, de quien la tradición señala fue la primera en recibir a su Hijo Resucitado, para que adquiramos la experiencia de creer en la Resurrección de los muertos, la fortalezcamos para vivir en consecuencia de la esperanza cristiana, y demos un testimonio convincente mediante la caridad.
Amantísima Madre Nuestra, María de Guadalupe, acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria, dando así testimonio de la Divina Misericordia de Dios, nuestro Padre.
Oh María, Consuelo de los afligidos, abraza a tus hijos atribulados, haz que Dios nos libere con su mano poderosa de nuestras tendencias egoístas y de la seducciones del mal.
Ayúdanos Madre, a descubrir y aceptar la voluntad de Dios Padre y hacer lo que Jesús vivió, El tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo y cargó nuestros dolores para guiarnos a través de la cruz, a la alegría de la resurrección.
Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa, haznos valientes para generar y promover los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en la esperanza cristiana de la vida eterna mediante el servicio al prójimo, y la constancia de orar en familia y en la comunidad parroquial.
Nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Amén.