HOMILÍA 7 DE MAYO 2023: “NO PIERDAN LA PAZ. SI CREEN EN DIOS, CREAN TAMBIÉN EN MÍ”
¿De qué paz habla Jesús? El no saber de dónde venimos y a dónde nos dirigimos se parece a quien se encuentra extraviado en un bosque, en un desierto, o incluso en una gran ciudad, sin conocer a nadie. En su interior experimenta una gran inquietud, y si se acerca la tarde y empieza a oscurecer pierde la paz, es capaz de lanzar un grito pidiendo auxilio, buscando ayuda a alguien, independientemente si lo conoce o no.
La vida es un viaje que tiene un claro objetivo, como lo propone Jesús al decir: “En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones,… ahora voy a prepararles un lugar”. Tener claro el objetivo y saber que tenemos un guía nos da tranquilidad y confianza; sin duda regresa la paz a nuestro interior, y dependiendo del trato y la manera cómo se comporta la persona guía, aumenta la paz interior y renace la esperanza.
Sin embargo siempre hay distintas reacciones en un grupo ante la propuesta de recorrer un determinado camino. Algunos depositan la confianza en el guía, pero otros consideran necesario tener mayor información sobre la propuesta. En el evangelio de hoy hemos escuchado a Tomás, quien quedó desconcertado, y por eso le pregunta: “Señor no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”.
Esta experiencia se repite a lo largo de la historia; así tenemos quienes aceptan a la primera, que hay vida eterna; otros que dudan como Tomás; y otros más necios exigen constancia inmediata para creer en la existencia de la vida eterna. Por eso debemos aceptar la existencia de las diversas reacciones y tener la paciencia para transmitir la propia convicción, y los contenidos de la fe cristiana.
Esta es la tarea que Jesús cumplió: dar un testimonio contundente de la vida eterna a través de su Resurrección. Esto es lo que celebramos y profundizamos intensamente durante el Tiempo Pascual, 50 días; como lo hizo Jesús con sus discípulos, desde su resurrección hasta su Ascensión a los cielos, a la Casa del Padre.
La tarea de la Iglesia es dar ese testimonio con nuestra manera de proceder, siguiendo las enseñanzas de Jesús, pues él le aclaró a Tomás en presencia de los demás discípulos: “Yo soy el camino, la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, si no es por mí”. Además aclaró “Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto.”
Todavía le preguntó Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta. Jesús le replicó: Felipe tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”.
Queda así muy claro que Jesús en su encarnación, al asumir la condición humana, con su testimonio de vida, manifiesta a Dios Padre; y por tanto, quienes lo imitemos siguiendo sus enseñanzas y procediendo como el vivió, transmitiremos a Jesús, Camino, Verdad y Vida. Este es el objetivo de la comunidad de discípulos que formamos la Iglesia: mostrar, como comunidad en nuestro estilo de vida, la coherencia entre nuestro creer y nuestro actuar.
Lamentablemente cuando no se descubre esta vida en relación con la vida eterna, el ser humano busca la felicidad pero no la encuentra, ni en el dinero, ni en el poder, ni en el placer; siempre aparece el deseo de algo más que no ha descubierto, una ansiedad que crece y que trata de satisfacerla, para lo cual se deja conducir por los instintos, las pasiones y tendencias corporales; pero siempre se queda peor que antes y se origina la adicción.
Este dinamismo genera en la sociedad el estilo creciente de una vida superficial, estresante, cuyo derrotero está llevando a muchos a vivir un individualismo egoísta y estéril, que perjudica a él mismo y a quienes entran en relación con él.
Solamente la muerte en cruz y la resurrección de entre los muertos abrirá la mente y el corazón para entender, lo que ahora no comprendemos: Esta vida es camino para la eternidad. Esta convicción es fundamental, para encontrar el sentido de la vida terrena. Genera la esperanza para afrontar con valentía las afrentas, las injusticias, el sufrimiento, y cualquier adversidad.
Por eso es necesario preguntarnos, ¿descubro la importancia de la trascendencia para entender la vida presente?¿Soy consciente que para descubrir la relación de esta vida con la eternidad es indispensable conocer, meditar, vivir y compartir la lectura de los Evangelios para conocer y seguir a Jesús?
En nuestro tiempo es indispensable convocar pequeñas comunidades en nuestras Parroquias para la práctica habitual del método de la “Lectio Divina”, que es leer la Palabra de Dios a la luz de la vida, y compartirla con los demás en la pequeña comunidad. Igual que lo hacía la Iglesia naciente, la cual se extendió y creció por todo el mundo. De esta manera surgirá la respuesta generosa de los fieles para testimoniar la Caridad, entendida como la práctica del amor al prójimo en sus necesidades, sean materiales o espirituales.
Entonces se cumplirá en nosotros, como Iglesia, lo que afirma el apóstol San Pedro en la segunda lectura: “Dichosos pues, ustedes, los que han creído. En cambio, para aquellos que se negaron a creer, vale lo que dice la Escritura: La piedra que rechazaron los constructores ha llegado a ser la piedra angular, y también tropiezo y roca de escándalo. Tropiezan en ella los que no creen en la palabra, y en esto se cumple un designio de Dios”.
Creyendo en Jesucristo podremos afirmar, como la Iglesia en el primer siglo: “la palabra de Dios iba cundiendo. En Jerusalén se multiplicaba grandemente el número de los discípulos”. Pidámosle a nuestra Madre, María de Guadalupe, que como Iglesia nos anime y acompañe para revitalizar la Fe en Jesucristo, Hijo de Dios vivo, en nuestras Parroquias y en nuestra sociedad.
Madre amantísima, María de Guadalupe, acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Oh María, Consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, haz que Dios nos libere con su mano poderosa del rechazo a tu Hijo Jesús, y que la vida de nuestra sociedad alcance la anhelada Paz social y la Paz interior de cada familia y de cada ciudadano.
Anima la firmeza en la fe, la constancia en la oración, y la perseverancia en el servicio; así seremos una comunidad de discípulos de tu Hijo Jesucristo, capaz de transformar nuestras conductas personales para generar una convivencia social, respetuosa y cordial.
Especialmente te pedimos por todos los maestros, para que vean coronados sus esfuerzos al constatar que sus alumnos son ciudadanos que promueven la Paz Social, y también auxílianos para transmitir que tu Hijo Jesús es el Camino, la Verdad, y la Vida.
Nos encomendamos a Ti, que iluminas nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Amén.