Homilía 14 de mayo 2023: “No los dejaré desamparados, sino que volveré a ustedes.”
“Veneren en sus corazones a Cristo, el Señor, dispuestos siempre a dar, al que las pidiere, las razones de la esperanza de ustedes. Pero háganlo con sencillez y respeto, y estando en paz con su conciencia”.
¿Cómo podemos venerar en nuestro corazón a Cristo, el Señor? Indudablemente descubriendo su presencia en nuestro interior, examinando las sanas inquietudes que surgen en mi corazón, y reconociendo por la bondad de las mismas, que han sido sembradas por Jesús, mediante la acción del Espíritu Santo, que he recibido por mi bautismo, confirmación, y que retroalimento mediante la escucha de la Palabra de Dios y las pongo en práctica con fortaleza y esperanza, alimentándome con el Pan de la Vida, que es Jesús Eucaristía.
Esta experiencia me conduce inexorablemente a reconocer la necesidad de participar en la Iglesia, de reconocerme hermano de los demás fieles, que asisten a la Celebración Eucarística.
Jesús indica la necesidad de amarlo, y en la correspondencia a su amor obtendremos la fortaleza y la alegría interior para cumplir sus enseñanzas. Con esta orientación fuimos educados los católicos en nuestro país; sin embargo ahora los niños y especialmente los adolescentes y jóvenes experimentan, y viven afrontando una profunda crisis cultural, influenciados por antivalores, que se presentan como si fueran valores.
Por esta situación ya no es posible ni conveniente transmitir la fe, imponiéndoles los mandamientos, ya que por la imposición lo único que se logrará es vacunar al joven en contra de la misma fe.
¿Cómo debemos afrontar esta fractura de la transmisión de la fe presente en nuestra sociedad?
Afirma Jesús con toda claridad: «Si me aman, cumplirán mis mandamientos”, en consecuencia si no lo amamos no podremos cumplirlos, por más que se nos insista en vivirlos. ¿Y, cómo se puede amar a alguien que no se le conoce? Para dar a conocer a Jesús, no hay otro camino, que a través de nuestra conducta y de nuestro testimonio del porqué lo seguimos, y viviendo acorde a sus enseñanzas.
El amor hacia una persona resulta por una relación empática, un desarrollo en el conocimiento personal recíproco; así surge una relación de amistad y de amor. Hay que amar para poder transmitir a Jesús y suscitar la necesidad de conocerlo.
En los inicios de la Iglesia, Jesús resucitado les dejó a sus discípulos la experiencia de su victoria sobre la muerte, y les anunció la vida eterna en la casa de Dios Padre, a la cual estamos destinados. Los primeros cristianos afrontaron vivir el amor no solamente entre ellos como comunidad, sino actuando socialmente, amando al prójimo en sus diversas situaciones, y ofreciendo un testimonio sobre su convicción en las enseñanzas de Jesús y en la fe de la resurrección, a la que estamos destinados.
El camino eclesial de comunión y solidaridad, es posible sostenerlo aún en nuestras experiencias dolorosas de crítica injusta o de clara persecución, si mantenemos nuestra firme convicción, desarrollando nuestra experiencia comunitaria en la liturgia y en la práctica de la Caridad, especialmente con los que padecen alguna necesidad sea material o espiritual, sea por la enfermedad o por la consecuencia de sus acciones, sea por las injusticias sociales o por la aspiración a una vida digna.
Las palabras de advertencia de Jesús a sus discípulos les fortaleció en el difícil inicio de la comunidad eclesial, y a lo largo de los siglos ha sido frecuentemente testimoniada por la Iglesia, siguiendo la indicación del Apóstol Pedro:
“Así quedarán avergonzados los que denigran la conducta cristiana de ustedes, pues mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal. Porque también Cristo murió, una sola vez y para siempre, por los pecados de los hombres: él, el justo, por nosotros, los injustos, para llevarnos a Dios; murió en su cuerpo y resucitó glorificado”.
La primera lectura recuerda que el inicio para ser discípulos de Jesucristo es conocerlo y aceptarlo como el Hijo de Dios Encarnado, y recibir los primeros Sacramentos del Bautismo y la Confirmación:
“Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén se enteraron de que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan. Estos, al llegar, oraron por los que se habían convertido, para que recibieran el Espíritu Santo, porque aún no lo habían recibido y solamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces Pedro y Juan impusieron las manos sobre ellos, y ellos recibieron el Espíritu Santo”.
El camino de la Iglesia, de la comunidad de discípulos, donde quiera que residan necesita la asistencia del Espíritu Santo, invocándolo con la convicción de las palabras de Jesús:
“yo le rogaré al Padre y él les enviará otro Consolador que esté siempre con ustedes, el Espíritu de verdad”. Teniendo en cuenta su advertencia: “El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; ustedes, en cambio, sí lo conocen, porque habita entre ustedes y estará en ustedes”.
Y claro, depositando en Jesús toda nuestra confianza en su promesa: “No los dejaré desamparados, sino que volveré a ustedes. Dentro de poco, el mundo no me verá más, pero ustedes sí me verán, porque yo permanezco vivo y ustedes también vivirán”.
Los invito a mirar a Nuestra querida y tierna Madre, María de Guadalupe, y abrirle nuestro corazón para que todos asumamos con fe y esperanza las enseñanzas de su hijo Jesús, y las compartamos especialmente mediante nuestra relación de amor a nuestros prójimos.
Madre amantísima, María de Guadalupe, acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Oh María, Consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, haz que Dios nos libere con su mano poderosa del rechazo a tu Hijo Jesús, y que la vida de nuestra sociedad alcance la anhelada Paz social y la Paz interior de cada familia y de cada ciudadano.
Anima la firmeza en la fe, la constancia en la oración, y la perseverancia en el servicio; así seremos una comunidad de discípulos de tu Hijo Jesucristo, capaz de transformar nuestras conductas personales para generar una convivencia social, respetuosa y cordial.
Especialmente te pedimos por todos los maestros y educadores de las nuevas generaciones, para que vean coronados sus esfuerzos al constatar que sus alumnos son ciudadanos que promueven la sana convivencia y la Paz Social.
Nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Amén.