Homilía 25 de junio 2023. XII domingo Tiempo Ordinario
“Denunciemos a Jeremías, denunciemos al profeta del terror. Todos los que eran mis amigos espiaban mis pasos, esperaban que tropezara y me cayera, diciendo: Si se tropieza y se cae, lo venceremos y podremos vengarnos de él”.
Señalar las consecuencias de la conducta corrupta, como denunciaba habitualmente el Profeta Jeremías en su tiempo, es un testimonio, que cuesta trabajo aceptar especialmente por quienes disfrutan de esa situación, o se ven afectados de alguna manera en sus posiciones sociales.
Sin embargo, ésta es la vocación del auténtico profeta, que sabe discernir entre el bien y el mal, y ante su percepción no puede callar, y por eso anuncia y denuncia, no para ofender, sino para advertir y proponer un cambio de conducta.
Quienes se empecinan en mantener su mala conducta, anhelan y buscan cualquier oportunidad de criticar y atemorizar al profeta, y aprovechan cualquier oportunidad para desacreditar ante los demás sus palabras.
Lo mismo que vivió Jeremías en su tiempo, lo sufrió también Jesús. El profetismo cristiano debe ser valiente y libre, consciente de lo que enfrenta, al señalar en su contexto social los males y daños morales que descubre.
Por el bautismo hemos sido ungidos y aceptados como hijos de Dios, y como discípulos de Jesucristo. Y como Él debemos ser profetas, que hagamos presente el camino a seguir en nuestra conducta para expresar y manifestar el Reino de Dios, presente en nuestro tiempo.
Por eso es muy conveniente, recordar, que la tentación estará siempre presente en la humanidad: quienes han sido seducidos por el mal, y han caído en situaciones de las cuales, o no quieren salir ya que disfrutan gracias a sus maldades, o no pueden ya que el mal conduce siempre a la esclavitud del espíritu, a la pérdida de mi libertad espiritual.
Además es muy importante advertir, que al aceptar con plena conciencia y voluntad llevar una conducta malévola y perversa, de una u otra forma encadena y hunde a la persona, generando en ella una pérdida de la propia dignidad y, de la dignidad de las demás personas; lo cual acontece independientemente de la edad o de la condición social o económica.
Por esta razón Jesús advierte hoy en el Evangelio: “No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman, más bien, a quien puede arrojar al lugar de castigo el alma y el cuerpo”.
Sin embargo en cualquier condición de muerte espiritual el Apóstol Pablo recuerda la inmensa misericordia de Dios, por ello afirma en la carta a la comunidad de Roma: “Ahora bien, el don de Dios supera con mucho al delito. Pues si por el pecado de un
solo hombre todos fueron castigados con la muerte, por el don de un solo hombre, Jesucristo, se ha desbordado sobre todos la abundancia de la vida y la gracia de Dios”.
Y no solamente Dios perdona nuestras faltas y pecados cuando los reconocemos y los confesamos, sino que además otorga con el perdón, la gracia para renovar el espíritu, y descubrir el camino de la verdadera y constante alegría: “Quienes buscan a Dios tendrán más ánimo, porque el Señor jamás desoye al pobre ni olvida al que se encuentra encadenado. Que lo alaben por esto cielo y tierra, el mar y cuanto en él habita”.
Dios, Nuestro Padre, a su vez, confía y espera que demos testimonio de nuestra fe en el mundo de hoy, en nuestros contextos de vida: familiar, vecinal, laboral, político, o social.
Claramente lo expresa Jesús, recordando que la verdad aparece siempre, y por ello no hay que dejarnos intimidar por quienes pretenden ocultar la verdad: “No teman a los hombres. No hay nada oculto que no llegue a descubrirse; no hay nada secreto que no llegue a saberse. Lo que les digo de noche, repítanlo en pleno día, y lo que les digo al oído, pregónenlo desde las azoteas”.
Y más adelante nos exhorta, recordándonos que Él mismo, nos presentará y reconocerá ante su Padre: “A quien me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré ante mi Padre, que está en los cielos; pero al que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre, que está en los cielos”.
¿Qué significa reconocer y qué significa negar a Jesucristo?
El contexto del pasaje explica la afirmación de Jesús teniendo en cuenta, la relación de esta vida terrena con la vida eterna; es decir, quien crea y confiese su fe en Jesucristo aquí en la tierra, Jesús le garantiza que él lo hará entrar a la Casa del Padre; pero quien, habiendo recibido el anuncio de la fe, no lo acepta en su tránsito por este mundo, Jesús no intercederá para que entre a la Casa del Padre y participe de la vida eterna.
Cómo cambiaría nuestra patria, si todos los católicos estuviéramos evangelizados y conociéramos a Jesucristo y al verdadero Dios que nos ha revelado; cómo mejoraría nuestra sociedad si todos los cristianos reconociéramos a Jesucristo delante de los hombres en cualquier situación de nuestra vida.
Ésta es la misión que trajo a nuestras tierras a Nuestra Madre, María de Guadalupe, y es la razón de su permanente presencia entre nosotros.
Con el amor que le tenemos y con la ternura y confianza que nos suscita, pongamos en sus manos nuestro compromiso de evangelizar a México, reconociendo a Jesucristo delante de los hombres.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para lograr la reconciliación nacional, y contribuyamos a generar la Paz en el mundo.
Acrecienta el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Especialmente te encomendamos a los migrantes que buscan refugio y vida digna, a las personas desaparecidas y a sus familias, y también a las familiares de los fallecidos a causa de la violencia; para que a todos ellos tu Hijo Jesús les conceda la paz interior, y el Espíritu Santo los consuele ante tanto sufrimiento y dolor.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.