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El Arzobispo Carlos Aguiar Retes Preside La Misa Dominical. Foto: Basílica De Guadalupe

Homilía 2 de julio 2023. XIII domingo Tiempo Ordinario

“Yo sé que este hombre, que con tanta frecuencia nos visita, es un hombre de Dios. Vamos a construirle en los altos una pequeña habitación. Le pondremos allí una cama, una mesa, una silla y una lámpara, para que se quede allí, cuando venga a visitarnos”.

En esta página de la Historia del Profeta Eliseo vemos confirmada la palabra de Jesús: “Quien diere, aunque no sea más que un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, yo les aseguro que no perderá su recompensa”.
En efecto, la generosidad del profeta Eliseo, de visitar habitualmente una casa en Sunam, donde era invitado a comer, y con ello propiciaba la oportunidad de conversar y recibir consejos de parte del Profeta, recibe Eliseo no un vaso de agua, sino una cama, una mesa, una silla y una lámpara para que se quede allí. La Señora de la casa con la venia de su marido le ha ofrecido: “una pequeña habitación para que se quede allí, cuando venga a visitarnos.”

Pero además de la recompensa al Profeta, ella a su vez es bendecida con una hermosa promesa jamás esperada: “el año que viene, por estas mismas fechas tendrás un hijo en tus brazos.” Así es el proceder de Dios cuando practicamos la generosidad, compartiendo con nuestros prójimos para facilitarles una vida más digna.
La vida nueva del Espíritu es la Paz interior del alma, que facilita la generosidad y propicia la fortaleza para practicar la Caridad en favor del prójimo. Así somos favorecidos, tanto el que da como el que recibe.

Debe pues movernos hoy el Señor con su Palabra para generar la confianza de ser siempre acompañados por el Espíritu Santo, cada vez que procuramos el bien de los necesitados. ¡Qué importante! Jesús no solamente está pendiente de quienes lo aceptan abiertamente y se integran como sus discípulos. ¡Jesús está también atento a quienes van a recibir el beneficio de la acción evangelizadora de sus discípulos!

Esta vida cristiana, es un proceso evangelizador, que llevado de manera consciente me ayuda a descubrir que el principal actor no soy yo, sino el Espíritu Santo que actúa a través de mis acciones.
A Jesús le basta con que le abran esa pequeña ventanita de su alma, esa apertura aunque sea a medias, incipiente, a lo mejor todavía con incertidumbres o con desconfianza, y ahí ya entra Jesús, en la vida de esa persona. Por eso nosotros tenemos que ser muy pacientes con el proceso misionero de ir por nuestros católicos alejados, distantes, o incluso no católicos. Debemos tener en cuenta esta observación de Jesús. Basta que los visitados ofrezcan un vaso de agua en el nombre de Jesús para abrirle la puerta a Jesús.

¡Es suficiente que te reciban y me reciben a mí, afirma Jesús! Así inicia la revolución interna que estremece al ser humano, cuando experimenta la presencia del Espíritu de Dios en él. Y por eso constantemente, a lo largo de la historia de la Iglesia, se han dado las conversiones, los cambios de persona; de cómo estando heridos, distantes, indiferentes de creer en Dios y de conocer a Cristo, ¡regresan! Basta que abran el mínimo de su corazón para que Jesús entre. ¡Eso es lo único que Jesús espera! Una mínima apertura.

Por eso nosotros tenemos que ser muy pacientes en nuestro trabajo evangelizador, porque muchas veces quisiéramos que en poco tiempo se conviertan en cristianos comprometidos y responsables, integrados en nuestras pequeñas comunidades, los quisiéramos trabajadores, entusiastas y entregados en plenitud. En contraste ¡Dios, Nuestro Padre tiene una Paciencia misericordiosa sin límite!

Aprendamos a dar la pausa y el ritmo que necesita la respuesta de los incipientes evangelizados para que la experiencia sea profunda, y no sea como popularmente decimos “llamarada de petate”, que se enciende y luego se apaga. Es indispensable un ritmo que permita descubrir a Jesucristo, y generarse la transformación de la persona, y a través de ella, sus ambientes de vida.
Jesús nos ofrece una vida nueva. Esta vida nueva consiste en aprender a afrontar cualquier situación de muerte, no necesariamente la muerta ya última, sino cualquier situación de muerte, de frustación, de adversidad, de drama. Jesucristo comunica el Espíritu Santo que genera vida divina y con ella la esperanza de salir adelante. Esto es lo que le da un gran sentido a cualquier situación humana trágica.

Hoy lamentablemente, tenemos la experiencia constante, de tanta gente en depresión, tanta gente que pierde el sentido de la vida. Una persona de fe que ha conocido a Cristo, saldrá adelante en todas las adversidades, tendrá la fuerza suficiente porque tiene la vida del Espíritu, esa vida nueva que lo hace ver más allá de esta vida terrena.

Esta reflexión propicia una mejor comprensión de la afirmación de san Pablo a la comunidad de Roma: “por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que, así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva”.
Nosotros no podemos clavarnos en la mirada del presente, tenemos que levantar la vista, tenemos que trascender desde lo que hacemos hacia dónde vamos.

Por eso continúa San Pablo afirmando: “Por lo tanto, si hemos muerto con Cristo, estamos seguros de que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya nunca morirá. La muerte ya no tiene dominio sobre él, porque al morir, murió al pecado de una vez para siempre; y al resucitar, vive ahora para Dios. Lo mismo ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús”.
Unámos nuestra gratitud a Dios en esta Eucaristía, y oremos a nuestra Madre, María de Guadalupe, para que tengamos futuros pastores como Eliseo, Pablo, y el mismo Jesús, hombres de discernimiento pastoral, sensibles a la participación laical, y muy conocedores de las necesidades pastorales de nuestro tiempo.

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para lograr la reconciliación nacional, y contribuyamos a generar la Paz en el mundo.
Acrecienta el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Por eso Madre, te pedimos muevas nuestros corazones para ayudar generosamente al Papa Francisco, con la promoción y participación en la Colecta Anual para el “Obolo de San Pedro”, mediante la cual obtenga recursos suficientes para auxiliar en las emergencias a los más necesitados.
Te encomendamos a los migrantes que buscan refugio y vida digna, a las personas desaparecidas y a sus familias, y también a las familiares de los fallecidos a causa de la violencia; para que a todos ellos tu Hijo Jesús les conceda la paz interior, y el Espíritu Santo los consuele ante tanto sufrimiento y dolor.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

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