Homilía del Cardenal Carlos Aguiar Retes, 27 de agosto 2023
“¡Qué inmensa y rica es la sabiduría y la ciencia de Dios! ¡Qué impenetrables son sus designios e incomprensibles sus caminos!
¿Quién ha conocido jamás el pensamiento del Señor o ha llegado a ser su consejero?”.
En efecto, los designios de Dios no solamente son un misterio para el hombre, sino además desconocemos como llevarlos a cabo; es decir, debemos siempre iniciar descubriendo nuestra vocación, y poniendo todo nuestro esfuerzo en ser fieles a ella.
Debemos además desarrollar una actitud constante de discernimiento para descubrir a cada paso lo que es necesario llevar a cabo, para continuar esa vocación y misión ante los nuevos contextos y responsabilidades, que vayan surgiendo.
Por eso es tan importante examinar, de tiempo en tiempo, el camino andado y clarificar las nuevas oportunidades y maneras de conducirme ante ellas. De lo contrario nos podrá suceder lo que a Sebná, mayordomo de palacio del rey Ezequías, quien ejerció su responsabilidad sin procurar el bien del Reino, y solamente le interesaba su propio bienestar, por lo que fue destituido de su importante cargo como primer ministro de gobierno.
“Esto dice el Señor a Sebná, mayordomo de palacio: «Te echaré de tu puesto y te destituiré de tu cargo. Aquel mismo día llamaré a mi siervo, a Eleacín, el hijo de Elcías; le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda y le traspasaré tus poderes”.
La fidelidad fue la virtud que le faltó a Sebná; en contraste, constatamos en el apóstol Pedro una fidelidad a toda prueba en la grave responsabilidad, que Jesús le confiere, al constituirlo en piedra fundamental de la comunidad de los Apóstoles, y le otorga las llaves del Reino de los cielos.
“Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”.
En efecto, Pedro le es fiel hasta dar su vida en el martirio. Sin duda, le dió crédito a la Palabra de Jesús como encargo divino: “Jesús…, hizo esta pregunta a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Ellos le respondieron: Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas. Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Aprendamos de este testimonio de Pedro a iluminar siempre nuestras responsabilidades con la luz de la Fe, ella orienta nuestras acciones y fortalece nuestro espíritu para ser fieles a lo que Dios nos pide.
Creamos pues en la Palabra de Dios como lo hizo Pedro: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos!”.
Seamos también dichosos en toda nuestra vida, no por los éxitos a los ojos humanos, sino por la obediencia a Dios, que siempre nos fortalecerá ante las adversidades que debamos afrontar.
Ya que, como nos recuerda hoy San Pablo: “Todo proviene de Dios, todo ha sido hecho por él y todo está orientado hacia él. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén”.
Para ser fieles en este camino con la luz de la Fe, será indispensable desarrollar la espiritualidad, es decir, preocuparnos y atender la vida interior.
Así como alimentamos nuestro cuerpo de manera sana, así debemos alimentar nuestro espíritu mediante la oración, la asistencia a la Eucaristía, la escucha de la Palabra de Dios, no solo conocer la Historia de Salvación que relata, sino a través de ella, descubrir lo que Dios suscita en mi interior, para darle cauce en mi vida diaria.
Por tanto hoy, esta Palabra de Dios no solamente es historia de Sebná, y de Pedro, está dirigida a mí, a nosotros actualmente, hoy en este domingo, preguntémonos también, haciendo nuestra la pregunta de Jesús: ¿quién es Jesús para la gente de nuestro tiempo?, y ¿quien es Jesús para mí?
Especialmente me dirijo ahora a Ustedes jóvenes participantes y directivos de Scholas Ocurrentes, no dejen de plantearse esa Pregunta, ¿quién es Jesús para mí? y de compartirla entre ustedes para que descubran con mayor facilidad y certeza, para que les ha dado Dios la vida. Y todos los demás aquí presente pidamos por los jóvenes para que visualizando el futuro desarrollen sus potencialidades, mirando siempre el bien de los demás.
Con espíritu agradecido los invito para que hagamos nuestro, el Salmo 137: “De todo corazón te damos gracias, Señor, porque escuchaste nuestros ruegos. Te cantaremos delante de tus ángeles, te adoraremos en tu templo.
Señor, te damos gracias por tu lealtad y por tu amor: siempre que te invocamos, nos oíste y nos llenaste de valor.
Se complace el Señor en los humildes y rechaza al engreído. Señor, tu amor perdura eternamente; obra tuya soy, no me abandones. Señor, tu amor perdura eternamente”.
Finalmente, dirijamos nuestra mirada a Nuestra Madre, María de Guadalupe, abramos nuestro corazón y pidámosle, que sepamos imitarla en su docilidad a la Palabra de Dios y en su obediencia para cumplirla.
Acudimos a tí Madre Nuestra, y a Nuestro Padre Dios para que nos ayuden a ser conscientes, que es nuestra responsabilidad heredar en buenas condiciones nuestra Casa Común a todas las criaturas y especialmente a las generaciones futuras.
Tú, Madre querida, bien conoces que Dios es amor, y que nos ha creado a su imagen para hacernos custodios de toda la creación. Abre nuestras mentes y toca nuestros corazones para que respondamos favorablemente al don de la creación.
Asiste a los líderes de las naciones, para que actúen con sabiduría, diligencia y generosidad, socorriendo a los que carecen de lo necesario para vivir, planificando soluciones sociales y económicas de largo alcance y con un espíritu de solidaridad.
Ahora, que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, ayúdanos a ser capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres; para que que todos los actuales sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.
Enséñanos a ser valientes para acometer los cambios, que se necesitan en busca del bien común de toda la humanidad.
Nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.