Homilía IV Domingo de Cuaresma «Laetare» 10 Marzo 2024
Homilía IV Domingo de Cuaresma «Laetare» – 10 Marzo 2024
“Ustedes han sido salvados por la gracia, mediante la fe, y esto no se debe a ustedes mismos, sino que es un don de Dios.”
Con estas palabras, el Apóstol San Pablo escribe a los efesios una de las primeras comunidades cristianas para garantizar y fortalecer su fe. La fe es la lámpara que nos guía; es la que nos conduce por los procesos adecuados para desarrollar la voluntad de Dios, nuestro Padre, y alcanzar el premio eterno de llegar a su casa.
El primer libro de las Crónicas presenta el proceso engañoso que nos conduce a la esclavitud, es el proceso del mal. Aparentemente, nos atrae porque nos presenta falsas expectativas, que nos van hundiendo hasta llegar a la esclavitud.
Fíjense un poco en estas expresiones de la primera lectura: “Dios los exhortó continuamente por medio de sus mensajeros,… pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios”. En consecuencia fueron llevados cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos. ¿Qué fue lo que sucedió, que tuvo como consecuencia esa esclavitud que nadie quiere?
Todos queremos ser libres porque hemos sido creados para la libertad. Y desde la libertad, corresponderle a Dios. Por eso Dios los exhortó continuamente por medio de sus mensajeros, pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios. Es decir, cuando nosotros cerramos nuestros oídos y nuestro corazón a la Palabra de Dios, a la meditación, a la oración, a venir a misa, todas estas respuestas negativas son no oír a los mensajeros de Dios. Todos, de una manera u otra, somos mensajeros de Dios. Todos llevamos dentro el anhelo de encontrarnos con Dios. Pero si no hacemos caso, si los padres encaminan a sus hijos por el bien y no les hacen caso, lamentablemente se vuelven esclavos.
Hoy tenemos ese ejemplo claro en las adicciones y en la incorporación a la delincuencia organizada de muchos niños, adolescentes y jóvenes. Porque no han sido acompañados suficientemente y han cerrado su corazón a Dios. Este es el proceso que parte de la raíz de la egolatría. Es decir, cuando solamente buscamos el bien para mí como individuo. El esposo se olvida de su esposa, o viceversa, y ahí empiezan los conflictos.
En cambio, cuando yo, en lugar de mirar mi propio bien, miro el bien del otro, entonces viene lo que explica San Pablo, y lo que expresa Jesús a Nicodemo en el evangelio de hoy. Viene la vida, viene la alegría, viene la paz, tanto interior en el corazón, como en las relaciones de unos y otros.
Por eso San Pablo dice con toda claridad: “Estábamos muertos por nuestros pecados”, sí. Y eso es lo que intenta la Cuaresma, tiempo para detenernos y
poder escudriñar nuestro corazón y examinar si hemos muerto, si hemos dejado de caminar a la luz de la fe, si hemos pecado; y si descubrimos que estábamos muertos por nuestros pecados, recordemos llenos de esperanza que Dios, Nuestro Padre nos dio la vida con Cristo y en Cristo, y nos ha resucitado por pura generosidad suya; hemos sido salvados. Ésta es nuestra esperanza. Dios está con los brazos abiertos esperándonos para restaurar en nosotros ese corazón que ame y busque el bien de los demás por encima del bien individual.
Dice también San Pablo claramente: “Que hemos sido salvados mediante la fe”, y la fe es don de Dios. Entonces, cuando caminamos guiados por la fe, como dice San Pablo, seremos “hechura de Dios”. Estaremos desarrollándonos en un proceso que nos llevará a la vida, nos llevará al bienestar, nos llevará al amor.
También Jesús con toda claridad afirma, que la fe genera y conduce el proceso espiritual que da la vida. Dice Jesús a Nicodemo: “El hijo del hombre tiene que ser levantado para que todo el que crea en él tenga vida eterna”. ¿Por qué creen que siempre en los templos católicos encontramos a Cristo crucificado? Lo ven todos, ¿verdad? Ahí está. Véanlo. Él dio su vida para darnos vida a nosotros. Esta es la razón.
Lo dice el mismo Jesús a Nicodemo. La causa de esta condenación es que, habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz. Prefirieron las tinieblas y no vieron la bondad de Jesús, la misericordia que transmitía de parte del Padre y que nos otorga por medio del Espíritu Santo. Sino que vieron en Jesús a uno que estorbaba a sus intereses, que estaba tramando en contra del orden establecido de esclavitud. Prefirieron, dice Jesús, las tinieblas a la luz. Y todo aquel que hace el mal aborrece la luz. No se acerca a ella para que sus obras no se descubran.
Eso lo hemos experimentado hasta en pequeñas cosas, cuando hacemos una travesura, que luego vemos que fue un mal para el otro, tratamos de que no seamos descubiertos. Es como una reacción inmediata que surge en nosotros. Pero en vez de escondernos, hay que aclararlo: sí, lo hice, pero perdóname. Es decir, aprender a pedir perdón y aprender a ser perdonado. Porque todos nos podemos equivocar. Y por eso termina diciendo Jesús en el evangelio de hoy: “El que obra el bien, conforme a la verdad, se acerca a la luz para que se vea que sus obras están hechas según Dios.”
Cuando recitábamos el salmo, entre una lectura y otra, expresaba el salmista: “Que se me pegue a la lengua l paladar, Jerusalén, si no te recordara. O si fuera de ti alguna otra alegría yo buscara.” Jerusalén se convierte no solamente en esa ciudad donde fue crucificado Jesús, sino que se convierte en la Jerusalén celestial, la Jerusalén que sí reconoce a Jesús por la resurrección de los muertos y esa Jerusalén celestial simboliza la casa y la tierra de Dios.