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Homilía – Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, Cardenal Carlos Aguiar Retes – 29/03/24

 

Pasión de Nuestro Señor Jesucristo 2024 Cardenal Carlos Aguiar Retes

“He aquí que mi siervo prosperará”

En esta primera lectura que hemos escuchado del profeta Isaías, quien vivió aproximadamente cinco siglos antes de Jesucristo, presenta de manera figurada al pueblo de Israel. Siendo el pueblo elegido por Dios, por sus infidelidades y por su cambio de conducta en el proceder, no siguieron los mandamientos del Señor y fue destruido el templo de Jerusalén.

Imagínense un templo como esta Catedral, que queda derruida, que queda hecha pedazos, después de toda la solemnidad del edificio. Pero no solo el templo de Jerusalén quedó destruido, sino toda la ciudad, destruidas todas sus murallas, y el pueblo trasladado a Babilonia como esclavos, donde tenían que hacer lo que les exigían hacer, sin libertad; donde muchos cayeron en desgracia.

Fueron muy pocos los que tuvieron habilidad para tener fortaleza en medio de la esclavitud. El profeta se refiere precisamente a esta caída del pueblo de Israel, y la propone como si se tratara de una persona, jamás imaginando que reflejaba en ella, lo que Jesús viviría en carne propia. Por eso es tan interesante esta escena del profeta Isaías. Fíjense bien en estas frases:

“Muchos se horrorizaron al verlo porque estaba desfigurado su semblante, que no tenía ya aspecto de hombre”. “No vimos en él ningún aspecto atrayente, despreciado y rechazado por los hombres”. “Varón de dolores, habituado al sufrimiento”. “Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores”. “Él soportó el castigo que nos trae la paz. Por sus llagas hemos sido curados”.

¿Quién se preocupó de su suerte?”. “Lo hirieron de muerte por los pecados de mi pueblo. Le dieron sepultura con los malhechores a la hora de su muerte, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca”. “Pero por su medio prosperarán los designios del Señor”. “Fue contado entre los malhechores cuando tomó sobre sí las culpas de todos e intercedió por los pecadores”.

Como dije, Isaías se refería a ese dolor común de todo un pueblo, pero en la persona de Jesús se llevó a cabo ese sufrimiento, ese castigo terrible, esa injusticia de condenarlo sin haber hecho nada malo. Soportó todos esos sufrimientos, como el varón de dolores, porque de esa manera nos manifestaba el gran amor de Dios por nosotros.

Cuando una persona hace el máximo sacrificio por ayudar a otra, ahí ciertamente, hay una convicción de amor, de mirada hacia el que lo necesita. Esta debe de ser la característica de todo discípulo de Cristo, de todo católico, de todo cristiano. Jesús asumió la cruz para que sepamos también nosotros asumir la nuestra. Nunca será tan dolorosa como lo fue para Jesús, y en esa esperanza nos debemos siempre de alentar en medio de las situaciones trágicas.

Hoy vivimos en nuestro país situaciones muy lamentables de inseguridad, de atracos, de asaltos, de no respeto a la persona, particularmente en algunas regiones de nuestra nación. Pidámosle al Señor que tengamos la valentía que nos manifiesta Jesús de mirar por los otros, de pensar en el bien de los demás.

Que también nos unamos en este sentido, no solo a una celebración litúrgica como lo estamos haciendo, que son muy importantes porque nos alimentan espiritualmente para fortalecer nuestro interior, sino a la hora de todos los días de la cotidianidad.

Debemos de manifestar esta capacidad de auxiliar al prójimo, de ejercer la caridad. Que el Señor nos ayude a recordar a Cristo crucificado, cuando nos sintamos que no damos ya un paso más, que sentimos el peso, que no sabemos qué hacer y seguramente el Espíritu de Dios nos inspirará la forma en que debemos de conducirnos.

Esta es la grandeza de nuestra fe. No es simplemente que debamos cargar con penas y dificultades porque hay que sacrificarnos, no. Hay que sacrificarnos porque queremos el bien del prójimo, empezando en la familia, siguiendo en la vecindad, continuando en la sociedad, o donde nosotros nos movamos cada día. Ese es el verdadero discípulo de Cristo que va edificando su identidad cristiana.

Hoy eso es lo que conmemoramos en este Viernes Santo. ¿Hasta dónde llega el amor? El amor lo vence todo. ¿Hasta dónde llega el amor? Hasta poder conducir en la libertad a los demás, no por obligación, sino por convicción interna. Esa es la dinámica espiritual de la comunidad cristiana, que Jesús quiere de nosotros.

Desde nuestra interioridad, desde nuestro corazón, pensemos cómo he actuado: ¿He seguido a Jesús? ¿Es para mí un aliciente, un modelo, o he actuado diferentemente? ¿Me he aislado del camino que marca Jesús, quien es el camino, la verdad y la vida?

Pensémoslo. Y si tenemos algunas fallas, no nos desanimemos porque el amor comienza con el perdón. Dios nos perdona y nos fortalece para superar esos errores. Con esa esperanza y confianza en él, abramos nuestro corazón en un breve momento de silencio.

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