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Homilía Domingo del Buen Pastor – Cardenal Carlos Aguiar Retes. 21 de Abril de 2024

Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da la vida por sus ovejas.”

Sabemos que Jesús es el Buen Pastor. Pero, ¿solamente es Él o ha transmitido también a nosotros, sus discípulos, esta misión de ser pastores? Piensen un momento, porque normalmente venimos de una cultura en donde en la Iglesia se ha reconocido, y es verdad, que los sacerdotes y obispos somos los pastores, ¿pero solamente nosotros?

¿Ustedes son o no son pastores? Papá y mamá son pastores de sus hijos. Respóndanme: ¿por qué cuidan a sus hijos? El pastor es el que da la vida por sus hijos, y también papá y mamá lo dan por sus hijos. ¿Pero qué hay de los hermanos? Los mayores con los menores, son pastores también.

Recordemos ese triste pasaje del Génesis, en donde Caín, después de haber asesinado por celos a su hermano Abel, en lugar de haber sido un buen pastor, por celos asesinó a su hermano Abel. ¿Qué le dice Dios a Caín? ¿Dónde está tu hermano? Con ello le recuerda su pastoreo: “¿Dónde está tu hermano?”; y ¿qué responde Caín? “¿Quién soy yo, para ser el guardián de mi hermano?”. El camino del pastor es cuidar al hermano, Por tanto no sigamos el camino de Caín, que nos lleva a la desgracia, a desconocer nuestra responsabilidad de cuidar a nuestro hermano, al interior de la familia.

Considero que fácilmente ustedes reconocen la responsabilidad que hay de ese pastoreo, ese cuidado por el otro. Pero esto debe extenderse también a la vecindad, a la buena relación entre quienes conviven en un territorio, o también al ambiente laboral donde se trabaja al lado del otro, y desde luego, también la autoridad civil tiene que tener buena relación con los ciudadanos si quieren ser buen pastor.

Y entonces, ¿qué nos queda a nosotros, los sacerdotes, los obispos y al Papa? Nos queda esa responsabilidad enorme de conjugar el pastoreo de todos ustedes, bajo el único pastoreo de Jesucristo: que nadie se nos desvíe, que nadie pierda el camino, y que siempre recuerden esta hermosa responsabilidad de dar la vida por mis ovejas, por mis hermanos que están cerca de mí.

Por ello, el Apóstol San Juan, hoy en la segunda lectura, nos recuerda diciéndonos: “Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre. Pues no solo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos”. ¿Por qué somos hijos de Dios? Por nuestro bautismo. Allí hemos aceptado o han aceptado nuestros padres, que nos llevaron desde niños. Han llevado al niño a bautizar para que sea hijo de Dios, para oficializar, que sea miembro de la familia de Dios.

Entonces, dice San Juan: “Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no solo nos llamamos hijos, sino que lo somos”. Nuestro ser es ser hijos de Dios, hijos adoptivos de Dios, ya que nos adopta por amor. ¿Si Dios tiene ese amor para con nosotros, nos va a faltar su gracia para cumplir nuestras responsabilidades? Claro que no. Por el contrario está en la mejor disposición de facilitarnos las gracias necesarias para cumplir nuestro pastoreo.

Y nosotros, Obispos, Sacerdotes, nuestra responsabilidad es recordar a ustedes, que cuentan con el amor inmenso de Dios, nuestro Padre. Porque eso fue, lo que nos mostró Jesús de Nazaret, dió la vida por nosotros.

Y, ¿cuál fue la clave de Jesús? En el Salmo Responsorial, hay una expresión que lo sintetiza: “Más vale refugiarse en el Señor, que poner en los hombres la confianza”. Es decir, al primero que tenemos que obedecer, que aceptar sus enseñanzas, es a Dios, Nuestro Padre, esas enseñanzas, que nos enseñó en el Hijo, que se encarnó en Jesucristo, Buen Pastor, Pastor de pastores, y en el Espíritu Santo.

Recuerden que Jesús les dijo a sus discípulos y a través de ellos, a nosotros: “Cuando yo vuelva a casa de mi Padre, le pediré que los acompañe a ustedes el Espíritu Santo”. Eso es lo que se nos confiere en el Bautismo y en el sacramento de la Confirmación para hacer ese pastoreo, esa responsabilidad de auxiliar a mi prójimo, porque es mi hermano.

Hoy esta Jornada Mundial por las vocaciones, el Papa nos pide: hay que orar para que tomemos conciencia de nuestra condición de pastores. Entonces, ¿qué mejor que pedirle a quien ejerció esa misión espléndidamente? Que es María. ¿Por qué creen que vino a estas tierras? Porque los pueblos originarios vivían totalmente divididos en todo nuestro territorio, unos peleados contra los otros, en lucha constante, y predominaba el más poderoso que sometía a los otros.

Llegaron los misioneros y, a pesar de que venían muy bien preparados, no lograban la conversión de los pueblos, con dificultad tocaban su corazón para que se hicieran discípulos de Cristo. Y entonces, María de Guadalupe, habló a través de este ayate a su pueblo, con todos los signos para expresarle, que ella es nuestra madre, tierna y amorosa, que nos acompaña. Por eso es que se suscita en el corazón de nosotros esta alegría de venir aquí a su casita sagrada.

En esta Jornada Mundial de oración por las Vocaciones al pastoreo, pidamos a nuestra madre que nos conduzca, que nos acompañe, que nos muestre ese amor tierno en esas situaciones concretas que hoy vivimos, y que no son nada halagadoras: un mundo que se desgarra en guerras de una nación contra otra, alarmando al resto de las naciones. O en una situación como la nuestra, en donde hay tantos problemas de inseguridad, de falta de respeto a la condición digna de toda persona, y de la limitada responsabilidad de vigilancia en la seguridad pública.

Todo esto pongámoslo en manos de María de Guadalupe en un breve momento de silencio. Nos ponemos de pie ante ella, y le hablamos desde nuestro interior, desde nuestro corazón a ella, nuestra madre:

Tu madre querida, eres un ejemplo y fuerte testimonio del amor del “verdadero Dios por quien se vive”. Por eso has venido a nuestras tierras para mostrarte como madre tierna y cercana, que está siempre dispuesta para escucharnos y auxiliarnos en nuestras diversas necesidades.

Ayúdanos a recordar siempre que Dios es amor, y a capacitarnos para descubrir que el Espíritu Santo nos acompaña, nos auxilia y nos fortalece para afrontar con esperanza las adversidades, al igual que tú lo hiciste al acompañar a tu hijo Jesús durante toda su vida, tanto en los momentos más dolorosos del Calvario como en los gozosos de la Resurrección.

Necesitamos tu intervención amorosa para que todos los bautizados tomemos conciencia de nuestra misión de pastores para cuidar y auxiliar a nuestros prójimos, y especialmente surja la inquietud vocacional al ministerio sacerdotal, en los niños, adolescentes y jóvenes de nuestro país, y especialmente en nuestra Arquidiócesis de México.

Con gran confianza, también encomendamos al Papa Francisco en tus manos, fortalécelo y acompáñalo en su ministerio pontificio. Ayúdanos a responder a su llamado para renovar nuestra aspiración a ser una Iglesia sinodal, donde aprendamos a escucharnos, discernir la voluntad de Dios Padre, ponerla en práctica y transmitir esa experiencia a nuestros semejantes.

Todos los fieles aquí presentes nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y esperanza. 

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