¿Cuál es la misión del Espíritu Santo? Cardenal Carlos Aguiar en Pentecostés
Homilía Cardenal Carlos Aguiar Retes en la Solemnidad de Pentecostés
“Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes”.
Con estas palabras y con las lecturas de hoy descubrimos la misión del Espíritu Santo para la cual nos envió Dios Padre, a petición de su Hijo Jesús, al Espíritu Santo.
El Espíritu Santo lo hemos recibido tanto en el bautismo para hacernos hijos de Dios, como en la Confirmación para convertirnos en misioneros proclamadores del Espíritu Santo. Y constantemente lo renovamos en cada Eucaristía en que lo recibimos sacramentalmente. Porque al recibir a Cristo en la Eucaristía recibimos también el amor del Padre, y la comunión del Espíritu Santo. Hoy lo afirma claramente: reciban el Espíritu Santo para perdonar. La primera razón de recibir el Espíritu Santo es para perdonar, perdonar en todos los aspectos.
Los seres humanos, sin excepción, tenemos una característica: nos equivocamos. Erramos a veces en nuestras percepciones, en nuestras concepciones, en la manera de relacionarnos con los demás. Pero hay que reconocerlo y pedir perdón. Hay que también ofrecerlo a quienes nos han ofendido. Perdonar es una experiencia fundamental. El que sabe perdonar tiene una presencia del Espíritu, que se transmite aún sin que él lo perciba, simplemente con su actitud y su persona. Perdonar es siempre lo primero.
Lo segundo que sucede cuando perdonamos, es que nos podemos encontrar unos con otros, hacer grupo, hacer comunidad. Por eso, el día de Pentecostés, dice el libro de los Hechos de los Apóstoles, todos los discípulos estaban reunidos en un mismo lugar.
¿Por qué estamos todos aquí reunidos en torno a nuestra madre? Es también una expresión de que hemos sabido perdonar y ser perdonados, es una expresión de que hemos dejado que entre en nuestro corazón el Espíritu Santo. No lo duden, si están aquí es porque han experimentado el amor de Dios Padre al perdonar, al encontrarse con quien también pudieron haber ofendido y haber sido perdonados.
Y dice el texto que entonces se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otros idiomas. ¿Cuál es el idioma que nos une a todos y que podemos también realizar? ¿El inglés, el francés, el italiano o las lenguas orientales, japonés, coreano? No, no, no. El lenguaje es el idioma del amor. Este es el idioma común que nos permite, como les permitió a estos discípulos, que quienes nos oigan hablar sean testigos de que en nosotros habita el amor, y la capacidad del perdón y del encuentro de unos con otros.
Entonces, como afirma el texto: “cada quien los oía hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua”. Así también podremos comunicar esas maravillas de Dios si amamos, aunque no tengamos la misma lengua. ¿No lo han experimentado alguna vez ustedes cuando la reacción de una persona extranjera que se cae y le ayudan a levantarse? Es un encuentro en donde se expresó el amor. Ese es, pues, el segundo aspecto de la presencia del Espíritu Santo en nosotros, discípulos de Jesús.
Y el tercer aspecto lo expresa muy claramente San Pablo en la lectura de hoy, en la segunda lectura. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.
Cuando buscamos más allá de nuestro propio provecho, el provecho de quienes nos rodean, con quienes convivimos, con quienes trabajamos, cuando no solamente de manera egoísta buscamos el bien únicamente para nosotros, sino el bien compartido para el grupo o la comunidad, es entonces una manifestación de que nos estamos dejando conducir por el Espíritu Santo, que habita en nosotros y que por ello nos permite ser altruistas, es decir, pensar en el bien de los demás, en el bien de nuestros hermanos.
Por eso afirma San Pablo,: “Porque todos nosotros… hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo. Y a todos se nos ha dado a beber del mismo Espíritu” para formar un solo cuerpo. En eso se manifiesta este aspecto de la comunión.
Si estamos, pues, convencidos de que Dios nos ha regalado el Espíritu Santo, y eso es lo que hoy celebramos aquí, sabremos perdonar, sabremos encontrarnos con los demás en comunión para reunirnos, y sabremos transmitir las maravillas de Dios en las formas cotidianas de nuestras actividades. Las maravillas de Dios no son cosas extraordinariamente sorprendentes.
Las maravillas de Dios son que en el otro también se genere la actitud de perdón, de comunión. Pidámosle a nuestra madre aquí en su casita sagrada que nos abra también a nosotros el corazón.
Estamos hoy concluyendo una semana muy intensa en nuestra Arquidiócesis de México. Hemos realizado la Asamblea Plenaria de la Arquidiócesis, escuchando las diferentes expresiones de vida en donde necesitamos estar presentes, que son los pobres, los vulnerables, los alejados, los distanciados, pero sobre todo iniciando al interior de nuestras familias y con las nuevas generaciones, niños, adolescentes y jóvenes.
Han sido días en que, escuchando la Palabra de Dios, hemos abierto nuestro corazón. Y hemos asumido la disposición de seguir trabajando para el bien común. Por eso le vamos a pedir a Ella, que nos ayude en nuestra Arquidiócesis a ser una Iglesia en salida, misionera, llevando a Cristo a los demás, dándoles a conocer, que a través de nosotros y el Espíritu Santo, Cristo camina con nosotros, Cristo vive en medio de nosotros.
Nos ponemos de pie para decírselo juntamente desde nuestro corazón a Nuestra Madre:
Tu Madre querida, eres un ejemplo y fuerte testimonio del amor del “verdadero Dios por quien se vive”. Por eso has venido a nuestras tierras para mostrarte como madre tierna y cercana, que está siempre dispuesta para escucharnos y auxiliarnos en nuestras diversas necesidades.
Intercede por nosotros ante tu Hijo Jesús, para que envíe el Espíritu Santo y nos guíe, nos acompañe e inspire, para aplicar en la cotidianidad del servicio pastoral las propuestas de la reciente Asamblea Arquidiocesana; promoviendo la Esperanza y la Caridad en nuestro fieles.
Necesitamos Madre, tu auxilio para continuar abriendo nuestro corazón a la luz de la Palabra de Dios, y compartiendo en familia o en pequeña comunidad, las enseñanzas de tu Hijo Jesús, y así facilitemos, que los niños, los adolescentes y los jóvenes, descubran, valoren y asuman su condición de discípulos de Jesucristo, y miembros de la Iglesia Católica.
Ayúdanos a descubrir que somos amados por Dios Padre, y aprendamos a desarrollar la espiritualidad necesaria para suscitar la esperanza en un mundo mejor, y para ejercitar la Caridad en favor de nuestros prójimos, especialmente en los pobres y vulnerables, en los alejados y distanciados.
Así podremos ser una Iglesia Sinodal Misionera, respondiendo favorablemente al llamado del Papa Francisco, a quien lo encomendamos para que lo fortalezcas y acompañes en su Ministerio Pontificio.
Todos los fieles aquí presentes nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y esperanza.¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María de Guadalupe! Amén.