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Homilía Corpus Christi – Cardenal Carlos Aguiar Retes, 30 de Mayo 2024

“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien, que me ha hecho?”

La primera reflexión que les propongo es preguntarnos: ¿Cuál es mi experiencia? ¿De verdad considero que tengo muchas cosas que no sé cómo pagarle a Dios?

Hoy, la Palabra de Dios nos recuerda, a través del libro del Éxodo, cuando Moisés presenta los Mandamientos al pueblo, y el pueblo responde: “Haremos todo lo que dice el Señor, haremos todo lo que manda el Señor”. Esta fue la primera alianza preparatoria hacia la revelación doctrinal y vivencial de Jesucristo.

En nuestros primeros pasos, cuando somos niños, nuestros padres y familiares nos ayudan a saber dónde ir y dónde no ir. Nos conducen en esa pedagógica etapa. Podemos considerar al pueblo de Israel, bajo la ley de Dios como un niño, que necesita una guía clara y contundente. Por eso Moisés da a conocer los Mandamientos de la ley de Dios. Hay que cumplirlos, hay que ser fieles, y el pueblo se compromete a esto. Esta etapa de niñez duró siglos, Dios esperó el momento propicio para enviar a su Hijo y dar el siguiente paso.

Estamos llamados, como adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos, con nuestra experiencia de vida, a entender, conocer y profundizar en dónde está el punto clave para ser discípulos de Cristo; y por tanto, merecedores y partícipes de lo que en el Evangelio de Marcos ofrece Jesús: “Esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna”. La alianza de Moisés fue la primera, pero la de Jesucristo es la nueva alianza. La primera era preparación, la segunda es el encuentro con Cristo para que sea nuestro Maestro.

Por tanto, tenemos dos elementos fundamentales para estar en relación con nuestro Maestro. El primero es la escucha de la Palabra de Dios. Por eso es importante tener un mínimo de formación, no digo de toda la Biblia, que es más compleja, pero sí, ciertamente, de los cuatro evangelios y los libros del Nuevo Testamento, para entender en qué consiste esta nueva alianza. Éste es el camino evangelizador, que necesita la Iglesia en todas las épocas de la historia de la humanidad, hasta que venga el final de los tiempos.

Precisamente por eso, Jesús deja este mandato a sus discípulos. Jesús, mientras cenaba, tomó un pan, lo partió, y lo dió a sus discípulos diciendo: “Esto es mi cuerpo”. Después, tomando una copa de vino, dijo: “Esta es mi sangre, sangre de la alianza que se derrama por todos. Yo les aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios«. Este vino nuevo, que ofreció Jesús a sus 12 discípulos, ha continuado a lo largo de la historia mediante este hermoso y beneficioso Sacramento de la Eucaristía. Es el encuentro con Él.

Cuando escuchamos siempre las lecturas, es su voz, son sus enseñanzas. Ya que queremos ser buenos discípulos de Cristo, debemos conocer sus enseñanzas y aprender a vivirlas. Para eso es la Eucaristía.

Toda la primera parte de la Eucaristía es escuchar la Palabra de Dios y dejar que penetre en nuestro corazón. Por eso es muy hermoso que también los fieles tengan la costumbre de leer previamente, al venir a misa, las lecturas que corresponden al día. Hoy, además de los misales impresos, hay también en las redes digitales la lectura de cada día. Muchos lo hacen, traen su libro para seguir, porque a veces los sonidos no son claros en algunas iglesias. Si traigo mi texto, voy a entender qué me dice esa Palabra de Dios en mi interior, en mi corazón.

¿Por qué es importantísimo esto? Porque en esto consiste la nueva alianza. Ya los mandamientos de la ley de Dios son secundarios. Nos sirvieron en la niñez, pero ¿quién va a utilizar una cuna para dormir o una andadera para andar siendo adulto? Los mandamientos son para tener una orientación inicial en nuestro seguimiento de Cristo. Pero lo hermoso de nuestra vocación es que entremos en contacto directo con el Señor Jesús, y eso es lo que hacemos en cada Eucaristía. Por eso la Iglesia nos pide que al menos los domingos y las fiestas vengamos a misa. El ideal es que todos los días pudiéramos entrar en esa comunión con el pan y el vino que se convierte en el cuerpo y la sangre de Cristo. Porque al entrar en nuestro interior, Él nos mueve y fortalece el corazón para poder vivir conforme al Evangelio y a su Nueva Alianza.

De manera que, ¿son más importantes los mandamientos? No. Es más importante la celebración de la Palabra de Dios y de la Liturgia Eucarística. Esto es lo más importante. Lo otro me sirve para iniciar, lo segundo me sirve para profundizar mi relación con Dios. En eso consiste, que Jesús diga: «Alianza nueva«. Alianza nueva y eterna. Ya no habrá otra. Este es el camino definitivo.

Pues bien, ¿cuál es mi experiencia? Pregúntense, en un breve momento de silencio, ¿te importa más observar y pensar que debo guardar los mandamientos que escuchar y profundizar de la Palabra de Dios y participar de la Eucaristía? Cada uno puede preguntarse y responderle al Señor.

El tercer aspecto es saborear la vida de la comunidad de los discípulos de Cristo. Las enseñanzas de Cristo siempre fueron a una pequeña o mediana comunidad, nunca fueron una letra escrita sino un diálogo, un encuentro con los demás. Por eso nos ayudan tanto en la Iglesia las distintas organizaciones, asociaciones y movimientos eclesiales que ayudan a nuestros católicos a conocer a Jesús y a poner en práctica lo que aprenden. Así vivimos la sublime virtud de la caridad, del amor al prójimo, del amor a los demás como hermanos.

Si tuviésemos este andar en nuestro País, donde todavía se confiesan católicos cerca del 80 por ciento, y la mayoría la mayoría se queda en observar los mandamientos; por ello, no logramos que se refleje en la sociedad una convivencia social, fraterna, solidaria y subsidiaria.

Por eso el Papa Francisco está iniciando, promoviendo y acompañando a los Obispos, a los Presbíteros y a los Fieles, que han asumido ya el camino de vida espiritual a la luz de las enseñanzas de Cristo para que caminemos, y ayudemos, manifestando que estamos unidos y que vamos en la misma senda hacia la Casa del Padre, haciendo el bien a los demás.

Si así va mi experiencia, todos los que dicen «yo así lo hago«, entonces tienen de qué agradecerle a Dios. ¿Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho, a través de la Eucaristía? Cuánto bien he recibido.

Por eso, al final de la Eucaristía, haremos una procesión meditando en esa presencia misteriosa pero real, de Jesús en la Eucaristía. Y percibir que Cristo vive, camina y entra en el corazón de cada uno de nosotros. Que así sea. 

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