El Señor es Compasivo y Misericordioso – Homilía Ordenaciones Diaconales 2024
«El Señor es Compasivo y Misericordioso.”
Cantábamos en el salmo «El Señor es Compasivo y Misericordioso”. ¿Cómo podemos imitar a Dios? Para eso justamente nos ha creado. Él es nuestro faro, Él es quien nos guía y nos dio la vida. Él es quien nos ha llamado a ser diáconos, a ser compasivos y misericordiosos. Nos lo explica con detalle el profeta Oseas, en un proceso gradual, que no se alcanza de la noche a la mañana.
¿Ustedes realizaron su proceso de formación apenas ayer en el Seminario? No, lleva varios años de formación adquirir ese proceso. Igual lo ha indicado el Rector del Seminario. Ustedes han sido considerados dignos, y así, con fe en su palabra y en sus padres de familia, que también los han acompañado, y sus compañeros sacerdotes.
Ahora bien, ¿qué nos dice el profeta Oseas? Dice que desde niño aprendió a amar a Dios. “Cuando Israel era joven, yo fui quien lo enseñó a andar”. Recuerden cuando los enseñaron a andar. Bueno, ahora es andar en el camino del Señor. Eso es lo que aprendieron en el Seminario, espero. “Yo los llevaba en brazos”. Hoy hay tantos en nuestra comunidad, que necesitan ser abrazados. Hay tanta gente que cae en la apatía de no tener sentido en la vida. Para eso Dios los ha creado, para que tengan los ministerios necesarios, para realizar esta labor que nos indica el profeta Oseas.
Aunque, como él dice, no comprendieron que yo cuidaba de ellos. Es decir, no hay que estar esperando, sobre todo inmediatamente, la respuesta de nuestras acciones y de nuestros servicios. Porque eso a veces desespera. Decimos: Si ya les dije cómo tenían que actuar, cómo tenían que cambiar, y nada. ¡Paciencia! La paciencia todo lo alcanza. «Yo los atraía hacia mí con lazos de amor. Yo fui para ellos como un padre«. A eso están llamados: a ser pastores, padres.
Por eso es que hemos aceptado, y Ustedes se han formado para ello. Hacia el celibato sacerdotal. Para que no tengan hijos propios, sino para que todos sus fieles sean como sus hijos. Aprender a amarlos, cuidarlos, como un padre cuida a sus hijos.
¿Y qué pasa cuando eso lo realizamos? Continúa el profeta: «Mi corazón se conmueve dentro de mí«. No hay que estar haciendo las cosas por obligación, sino por esa relación personal y formal con Dios. Entonces sentiremos esos sentimientos que inflaman nuestra compasión, y diremos espontáneamente: «El Señor es compasivo«. Así se abre nuestro propio corazón a las situaciones de aquellos a quienes servimos como padres.
Esta vocación específica que ustedes han recibido de parte de Dios, porque todos los fieles hemos recibido la vocación bautismal de aprender a ser hijos de Dios, es la finalidad de todo cristiano bautizado. Aprender a ser hijos. Pero Ustedes están llamados a una vocación específica, que es la de servir a esos fieles, como padres: para ir testimoniando y transmitiendo el amor, y ayudando a que también los fieles aprendan a transmitir el amor.
Por eso les decía al inicio de la Eucaristía que es una bendición para Ustedes, porque esta tarde comienza, según la Iglesia, la Solemnidad del Sagrado Corazón. La muestra máxima del amor que Dios Padre nos ha dado, y ahora su Hijo nos pide mostrarlo. Eso es lo que tenemos que aprender: a transmitir el amor y a cuidar que los demás aprendan a transmitirlo, para que se realicen como hijos de Dios.
¿Y qué se necesita también? Nos dice San Pablo en la segunda lectura: la oración. Es decir, esos momentos privilegiados de silencio interior. Ese silencio no es para cerrar nuestro corazón, sino para abrirlo y recibir su gracia. Ustedes, a medida que avanzan en su vocación específica, van necesitando determinadas ayudas para vivirla.
San Pablo dice: «Me arrodillo ante el Padre«. Es hermosa la imagen de arrodillarse, porque al arrodillarnos, mostramos adoración. San Pablo se arrodilla para que su Espíritu los fortalezca interiormente, y que Cristo habite por la fe en sus corazones. Realizado este proceso gradual, con los años va madurando la vocación y la misión. Por eso están aquí sus hermanos sacerdotes, que los conocen, los están acompañando y les sirven de ayuda como hermanos, para que realicen su vida y aprendan de las experiencias de otros.
Así daremos siempre testimonio, como lo hizo Jesús. Nos dice el Evangelio de hoy: hasta el final, hasta donde Dios tenga previsto. No sabemos cuándo será, gracias a Dios. Hay que pensar cómo aprovechar la vida que Dios nos está dando. Y para eso es hermosa la frase final del Evangelio que escuchamos hoy: «Mirarán al que traspasaron«. Porque siempre está la cruz del Crucificado, Jesús, en todas las iglesias. Mirar hacia atrás nuestra vida es ver cómo nos ha amado. Así tendremos esa fortaleza y ese crecimiento espiritual de confiar, porque Él dijo a sus discípulos: «Yo le voy a pedir a mi Padre, que les conceda el Espíritu Santo«.
Con esa disposición de servir, ustedes quieren ser diáconos permanentes. Están en camino, en proceso, y la Iglesia prevé el diaconado como un paso hacia el sacerdocio completo, un trabajo pastoral amplio y completo. Este aprendizaje después del proceso del seminario es vital.
Que el Señor Dios y Padre nuestro los bendiga. Vamos ahora a proceder a esta hermosa liturgia de la ordenación.
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