HOMILÍA – Encuentro Juvenil Provincial, Cardenal Carlos Aguiar Retes, 17 de agosto de 2024
“¿Por qué andan repitiendo este refrán en Israel? Los padres fueron los que comieron uvas verdes, pero son los hijos a quienes se les destemplan los dientes?”
Es una tentación común, cuando nos equivocamos, tratar de buscar al responsable de nuestra equivocación, en otra persona, y no en nosotros mismos.
Es una tendencia natural del ser humano. Por eso, el profeta Ezequiel dice claramente: no le echen la culpa a sus padres. Si ustedes van mal, aunque ellos lo hayan hecho mal, no es responsabilidad de ellos la conducta de ustedes. Si ustedes lo hicieron bien, ustedes han ejercido bien su responsabilidad. Esto significa que: aunque de nuestros padres aprendemos muchas cosas, especialmente sobre el amor y la fraternidad, también debemos en último término debemos asumir las consecuencias de nuestras propias decisiones. En síntesis: las acciones son siempre responsabilidad de quien las obra.
Debemos aprender a desechar lo malo, porque todo ser humano es imperfecto y nos equivocamos no solo alguna vez en la vida, sino con frecuencia. ¿Qué significa esto? ¿Quién podrá entonces orientarnos siempre para bien? Nuestro Dios nos lo dice a través del profeta Ezequiel: “Arrepiéntanse de todos sus pecados, de todas sus fallas, de su modo de proceder incorrecto. Arrepiéntanse de todas las infidelidades que han cometido y estrenen un corazón nuevo y un espíritu nuevo”.
Ese corazón nuevo y ese espíritu nuevo los da el Señor, nuestro Dios, el Señor de la vida. Por eso respondíamos en el salmo: “Crea en mí, Señor, un corazón puro.” Necesitamos ese corazón puro y ese espíritu nuevo que solo el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, nos puede dar en el seguimiento de las enseñanzas de Jesucristo, nuestro Maestro.
¿Cómo podemos lograr esto en la práctica? Sin lugar a dudas, debemos aprender a vivir en la libertad responsable. Es decir, somos libres, y la libertad es un don que Dios le dio a todo ser humano. Pero hay que aprender a vivir libremente, buscando siempre el bien, y procurando el bien a los demás.
Y cuando nos equivocamos, como nos dice el profeta, Dios nos perdonará. Nadie es perfecto, debemos reconocerlo y simplemente arrepentirnos para vivir en libertad responsable. El amor es un trabajo que no se realiza de la noche a la mañana; es un proceso de vida, aprender a ser libres y responsables.
Por eso, en los momentos en que nos encontramos unos con otros, especialmente ustedes, los jóvenes que tienen tantos anhelos y una vida por delante, es muy recomendable abrir nuestro corazón y conversar entre nosotros. De esta manera, podemos tener amigos que nos indiquen cuando nos hemos equivocado, ya que, a veces, no somos conscientes de nuestros errores.
En la amistad se ejercita esa caridad de ayudarnos los unos a los otros. Por ello, en el Evangelio, Jesús nos dice cómo debemos ser: “Como los niños, porque de ellos es el Reino de los Cielos.”
¿Qué tienen los niños que debemos imitar? Normalmente son transparentes; dicen lo que quieren, lo que piensan, y lo muestran en su conducta. La transparencia es entonces algo que debemos aprender a ejercitar sin miedo a mostrarnos como somos. La amistad nos ayuda mucho en esto. Si desde niños practicamos la transparencia, y la mantenemos durante la adolescencia, podremos sentar las bases para ser personas, que ejercitan una libertad responsable.
Por tanto, la conclusión que los propongo asumir de estas tres hermosas lecturas de hoy, tomadas del salmo, del profeta Ezequiel y del Evangelio de San Mateo, se resume en tres aspectos:
1. Fuimos creados para la vida, no para la muerte. Estamos llamados a vivir de manera que nuestra vida nos conduzca a la vida eterna.
2. Necesitamos un corazón puro, evitando las malas intenciones, para así generar un espíritu nuevo, el espíritu del amor.
3. La libertad responsable exige que seamos como los niños: transparentes en la expresión de nuestros deseos.
¿En qué adulto podemos ver reflejada esta transparencia de manera ejemplar? En María, nuestra Madre. Aunque no tenemos muchos datos sobre su niñez o adolescencia, cuando ya tenía conciencia, respondió a Dios, aceptando lo que Él le pedía, aunque no lo comprendiera completamente.
Por eso, los invito a ponerse de pie y, juntos, recitar esa hermosa oración que siempre rezamos en el Rosario. Nos ponemos de pie todos, y decimos:
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Que así sea!