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Homilía Asamblea Internacional Cáritas

“Dios, que conoce los corazones, mostró su aprobación, dándoles el Espíritu Santo, igual que a nosotros”.

Así habló Pedro, y continuó diciendo: ¿Por qué quieren irritar a Dios, imponiendo sobre los discípulos ese yugo…? ¿A qué se refiere ese yugo? A lo que el pueblo de Israel estaba acostumbrado: maneras humanas de entender cómo agradar a Dios.

Y algunos querían que los primeros cristianos siguieran haciendo lo mismo. Esto es lo primero que tenemos que aprender: tener una actitud abierta y, sobre todo, no imponer nunca la fe a nadie. La fe no se impone por la fuerza, en el corazón de un hombre: hay que abrirle el corazón, mostrándole la misericordia divina.

La evangelización, el anuncio de la Buena Nueva, debe comenzar siempre presentando a Jesús y sus enseñanzas. Y entonces, ¿qué es lo que pasa? Que no simplemente consiste en transmitir mandamientos o prescripciones rituales: eso viene después. Lo primero es abrir el corazón y la mente para que conozcan a Jesucristo a través de sus propias enseñanzas. De esa manera recibimos al Espíritu Santo, porque abrimos nuestro corazón a Dios, y Dios nos regala su Espíritu.

Esta renovación por el Espíritu ya está anunciada también aquí por Pedro, quien dice: “Después de estos sucesos, volveré y reconstruiré de nuevo la casa de David que se había derrumbado; repararé sus ruinas y la reedificaré.”

Habla de esta conversión, de dejar aquello que pensábamos nos llevaba a Dios, pero que no era el camino. Es necesario siempre descubrir la verdad a través de Jesús y tener una relación viva con Él. Esto es la renovación gracias al Espíritu Santo.

Cuando recibimos al Espíritu Santo, especialmente en el Bautismo, nos hacemos hijos de Dios. Y con el sacramento de la Confirmación, como la palabra lo dice, se confirma que somos hijos de Dios, y se nos regala el Espíritu Santo.

Esta renovación es la que nos hace comprender que el prójimo es mi hermano. El prójimo también es hijo de Dios, también es criatura de Dios. Por tanto, mi corazón se debe mover cuando veo a un necesitado: se mueve a la caridad por el Espíritu Santo.

La caridad es la palabra que mejor expresa la naturaleza de Dios: amor: Caridad y amor son lo mismo. Porque no es la caridad como a veces la pensamos: dar una limosna, ayudar “un poquito”.La caridad es vivir el amor, entregándonos al servicio de todos, pero especialmente de los más necesitados.

Por eso continúa el apóstol Pedro diciendo: “Yo juzgo que no se debe molestar a los paganos que se convierten a Dios.”No debemos imponerles cargas pesadas desde el inicio. No tienen que hacer desde el principio todo lo que irán aprendiendo poco a poco sobre cómo vivir la vida cristiana.

Este es el mismo camino que recorremos todos: A veces desde niños, los que nacemos en una familia católica. A veces en la juventud, cuando aún no conocíamos bien la fe. A veces en la madurez o incluso en la ancianidad.

El Evangelio también lo dice hoy: ¿cuál es el objetivo de los mandamientos? Jesús afirma: “Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplo los mandamientos de mi Padre.”

Los mandamientos son luz. A veces pensamos: Cometí un pecado mortal, ya me separé de Dios porque no cumplí tal mandamiento. Pero más bien, debemos verlo como una llamada de atención interior: El mandamiento me ilumina, me muestra lo que debí haber hecho y no hice. Y entonces acudo: A la confesión, si fue algo grave; o a la oración, para pedirle a Dios que me ilumine y me guíe mejor en mi comportamiento. Así es como permanecemos en Cristo: cumpliendo sus enseñanzas en nuestra propia vida.

Pero hay una pregunta difícil para todo discípulo de Cristo: ¿Cómo sé lo que Dios quiere de mí? La voluntad divina se descubre a través de los mandamientos, que son como pequeñas luces para discernir el camino. Así permanecemos en comunión con Dios, y aprendemos a amar a los demás como Él nos ama.

Una y otra vez, leyendo los Evangelios, viendo la vida de Jesús y de sus discípulos, aprendemos a amar. Y podemos amar porque Él nos amó primero.

Finalmente, esta reflexión nos lleva a esto la caridad es: Amar a Dios para amar y auxiliar al prójimo. Quien tiene una espiritualidad constante y viva, jamás dejará de ayudar al que ve que lo necesita. Su corazón se moverá —como le pasó a Jesús— y dirá: ¡Esto no puede ser! ¿En qué le puedo ayudar?

Pero lo que uno puede hacer a nivel individual, muchas veces no basta para resolver los grandes sufrimientos. Por eso es necesaria la institucionalización del servicio de la caridad. Esto es lo que promueve Cáritas en distintos niveles: Internacional, nacional, diocesano y parroquial.Para que podamos ayudar más allá de nuestras fuerzas, uniendo nuestros esfuerzos y posibilidades. Así ayudamos a comunidades, a los pobres, a los enfermos, a todo tipo de necesidades que surgen en la vida.

Que el Señor nos ayude en este día a pedir por esta misión: Que la institución de Cáritas en la Iglesia se fortalezca cada vez más, en todos los países, diócesis y parroquias del mundo. “Cáritas” —así se llama en latín— es el amor hecho servicio.

Demos gracias a Dios en esta Eucaristía, por todo lo que Cáritas ya ha hecho y seguirá haciendo en sus distintos niveles de servicio.

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