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¿Cuál es la mejor manera de escuchar a Jesús? Homilía Card. Carlos Aguiar Retes, Jubileo Infantil de la Esperanza

Jesús les dijo: “Dejen que los niños se acerquen a mí, no se los impidan porque el Reino de Dios es de los que son como ellos”. Después tomó en brazos a los niños y los bendijo imponiéndoles las manos.

¿Qué quiere decir estas palabras del Evangelio, según San Marcos? Díganme ustedes, levanten las manos si son conscientes de que Jesús los ama. Las palabras de Jesús son clarísimas: dejen que los niños se acerquen. ¿No les ha tocado ver, en su tiempo de niñez —los que ya somos mayores—, o a los niños ahora, que les dice por ahí su papá, su mamá, su pariente: “váyanse por allá, váyanse, porque esto es para mayores”. Así les impiden entrar en una relación de confianza con los mayores. En cambio Jesús afirma: “conmigo no es así, conmigo que se acerquen, porque ustedes, los niños, las niñas, son muy amados”. Recuérdenlo siempre.

Pero ¿cómo recordar a Jesús? ¿Existe, existió, está en el cielo? La mejor manera de escuchar a Jesús es ir conociendo los Evangelios para escuchar sus enseñanzas. Levanten la mano los que tienen maestros, que están en la escuela, los que ya tienen formación, los que recibieron un consejo.

Pues bien, con Jesús tendrán siempre al mejor maestro. ¿Por qué? Porque siempre tiene cosas nuevas que decirnos, ante situaciones alegres y también ante situaciones desafiantes, en las que no sabemos qué hacer. Si conocemos sus enseñanzas, esas directrices que da en los Evangelios, entonces seremos los seres más felices del mundo.

¿Cuáles son? A ver si pusieron atención. El apóstol San Pablo, en la primera lectura que escuchamos, dice lo siguiente sobre las enseñanzas que aprendió de Jesús y que las transmite así: “Aborrezcan el mal y practiquen el bien”. Parece sencillo, ¿verdad? Pero a veces el mal se disfraza y parece que es un bien para mí, cuando va a ser un mal para toda mi familia. Cuando parece que va a ser un bien para mí, pero va a disgustar a mis maestros en la escuela; hay entonces allí una dificultad. Pero si tenemos la confianza en Jesús, sabremos afrontar esas situaciones.

¿Qué más nos dice San Pablo? “Ámense como buenos hermanos”. Levanten la mano quienes tienen buenos hermanos, y les han ayudado. Y ahora “los mayores han ayudado a los menores”. ¡Claro que sí! Bueno, así fue mi experiencia. Yo soy miembro de seis hermanos y, además, tres mujeres y tres varones, intercalados. Así lo quiso Dios, para que aprendiéramos a tratar bien a la mujer. Tengo mi primera hermana, luego yo, luego mi otra hermana, que por ahí anda. Aprendimos a tratar bien a nuestras hermanas, y ellas nuestras hermanas, vieran qué bien nos tratan. Esta es la enseñanza de Jesús: “Ámense los unos a los otros como buenos hermanos”.

Ay, pero yo tengo malos hermanos, dirá alguno de ustedes. “No, mi hermanita no quiere hacer nada, se la pasa sentada, no me ayuda.” Entonces, por eso dice el apóstol San Pablo: “no sean negligentes”. ¿Qué significa la palabra “negligentes”? Son los que niegan, que tienen que hacer ese quehacer, que lo deberían hacer. Esos son los negligentes, los ojos. Si queremos ser amigos de Jesús, dispuestos a lo que venga: hay que servir y a amar, porque Dios es amor. Por eso arma San Pablo: “que la esperanza los mantenga alegres”.

Decíamos al inicio de la misa: la esperanza es del que espera. Cuando es la virtud de la esperanza, no consiste en esperar cosas malas. Bueno, ahora llovió cuando no queríamos, pero también nos trae un poco de frescura ante tanto calor. Las cosas que parecen malas tienen algo de bondad. Pero dice San Pablo que la esperanza los mantenga alegres. ¿Por qué? ¿Porque se le ocurrió? La esperanza es la virtud de creer en algo, en alguien que tú sabes que dice la verdad, no se equivoca. Y ese es Dios. Entonces tenemos esperanza de que Dios no se equivoca, hablándole a nuestro corazón, a nuestro interior. ¿No han descubierto ustedes que a veces están ahí sembradas, en su corazón, cosas buenas y cosas no tan buenas? Pues hay que elegir las buenas. Y nuestra esperanza es que las podamos realizar con la ayuda de Dios, que nos manda su Espíritu, el Espíritu Santo.

También nos dice: sean constantes en la tribulación, nunca se desanimen. Algo salió mal, hice todo lo que pude ante la tribulación, la tristeza me apaga el ánimo. Hay que tener la esperanza de que vas a poderlo hacer mejor dentro de poco, que no te preocupes, que Dios te va a ayudar.

Finalmente, una cosa fundamental, dice San Pablo: “hay que ser perseverantes en la oración”. ¿Qué significa? ¿Rezar muchas Aves Marías, Padres Nuestros y todas las oraciones que sabemos? No. Orar es hablar con nuestro Padre, hablar con Dios. Las oraciones sirven de instrumento, de medio para hablar con Dios.

“Porque perseverantes en la oración solo podremos ser cuando descubramos a Jesús». ¿Y cómo lo podemos descubrir? Les digo un secreto que yo tuve cuando era niño. Mi abuelita, que se llamaba Laura, ella me llevaba al Rosario y me decía: “Carlitos, ¿ves esa casita que está ahí en el altar?” Yo respondía: “Sí, abuelita.” Y entonces me decía: “Ahí está Jesús. Háblale, cuéntale lo que te pasa, dile lo que deseas, y también cuéntale tus penas. Habla con Él, Él te va a escuchar.”

Allí está Jesús, en el Sagrario. Yo tenía 5 o 6 años, y luego decidí ser monaguillo. Ya vi algunos monaguillos, yo también lo fui. Y a los 11 años decidí ser sacerdote, porque Jesús me habló. Jesús me dijo al corazón: “Te quiero para que me ayudes.” Y aquí estoy.

Entonces, por eso les voy a invitar, porque aquí mi secretario es muy buen cantor, y hay una canción que en mi época la cantábamos los niños del catecismo. Decía: “Vamos, niños, al Sagrario, que Jesús llorando está, pero viendo tantos niños, muy contento se pondrá.”

Hagan feliz a Jesús, niños. Ahí lo encontrarán: en su parroquia, en su capilla. Busquen dónde está el Sagrario. Allí está Jesús. Háblenle de sus penas y de sus alegrías, de sus preocupaciones y de sus proyectos. Y nunca les fallará, porque Él les dijo a sus discípulos, cuando ya se iba al cielo resucitado: “Le voy a pedir a mi Padre, que siempre los asista el Espíritu Santo.”

Así que hay que pedir esa asistencia a Jesús cuando veamos que no sabemos qué hacer, cuando tengamos un problema, o cuando tengamos alegría, decirle: “Gracias, Señor, porque me enviaste tu Espíritu, y estoy feliz, estoy contento de vivir y hacerme hermano de todos.” ¡Que así sea!

 

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