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Sacerdote mediador entre Dios y su pueblo. Ordenaciones Diaconales 2025, Cardenal Carlos Aguiar Retes

“Melquisedec presentó pan y vino, pues era sacerdote del Dios Altísimo, y bendijo a Abraham diciendo: Bendito sea Abraham de parte del Dios Altísimo”.

¿Qué nos indica esta Palabra de Dios, que escuchamos en la primera lectura del Génesis? Nos señala que el sacerdote es el mediador entre Dios y su pueblo. ¿Y cuál es ese pueblo? La Iglesia, la comunidad de los discípulos de Cristo. Es por tanto mediador para presentar el pan y el vino, y consagrarlos en nombre de Jesús para todos los bautizados.

Este es un sacerdocio ministerial, como lo escuchábamos y cantábamos: “Para siempre”, porque Jesús así lo pidió: “Hagan esto en memoria mía”. También San Pablo, en la segunda lectura que escuchamos, lo afirmaba: “Jesús, después de cenar, tomó el cáliz y dijo: Este cáliz es la nueva alianza que se sella con mi sangre. Hagan esto en memoria mía”.

Pero quizá se preguntarán ustedes: ¿por qué comulga primero el sacerdote? Porque una vez consagrado el pan y el vino, quien consagra es el primero en recibirlo, y después lo distribuye al pueblo de Dios. Así lo hemos escuchado en la secuencia, que decía: “Doce eran los que cenaban, y a los doce les dio el pan; entonces lo comieron, y después todos los hombres”. Y así es como el Señor alimenta a su pueblo.

Finalmente, en el Evangelio, Jesús pide a sus discípulos dar de comer al pueblo. La Eucaristía es para alimentar al pueblo de Dios, porque es el Pan Vivo bajado del cielo, y quien lo come vivirá para siempre.

En la escena del Evangelio que escuchamos hoy, con aquella multitud inmensa, Jesús les dijo a sus discípulos: “Dénles ustedes de comer”. Señor, ¿cómo le vamos a hacer? No tenemos alimento suficiente, le respondieron. Y Él les insistió: “Dénles ustedes de comer”.

¿De qué se trata esto hoy, en esta fiesta solemne del Corpus Christi? Nos ayuda a entender lo que en seguida haré con estos 4 candidatos, que voy a ordenarlos diáconos.

Y ustedes, candidatos, tomen conciencia de este paso que están dando hacia el ministerio sacerdotal, en su primer grado. Ya participarán del servicio que darán a los fieles, porque van a poder dar la comunión a los fieles; porque participarán ya de este ministerio sacerdotal en el primer grado. También podrán bautizar, y así acoger como hijos de Dios a los niños, que sus padres presenten, deseando que sean incorporados a la Iglesia por el Bautismo.

Tomen conciencia de este paso tan importante en su vida, para el cual se han preparado durante varios años. Pidamos al Señor, con toda devoción, todos los aquí presentes —familiares, amigos y miembros de la comunidad—, por estos hijos nuestros que van a ser ordenados diáconos. Levanten la mano, quienes son familiares o amigos de alguno de ellos. Veo que han levantado muchas manos.

Conviene considerar con atención qué grado del ministerio van a recibir. Enviados por el Obispo, exhortarán tanto a los fieles como a los no creyentes, enseñándoles la doctrina sagrada. No condenándolos, sino invitándolos a conocer a Jesús.

Así, presidirán oraciones, administrarán el Bautismo, asistirán y bendecirán el Matrimonio, llevarán el Viático a los moribundos y presidirán los ritos exequiales. Consagrados por la imposición de manos, herencia de los apóstoles, y vinculados al servicio del altar, ejercerán también el ministerio de la caridad.

Si algo debe caracterizar este ministerio, es precisamente la caridad. En nombre del Obispo o del Párroco, con el auxilio de Dios, deben trabajar de tal manera que todos reconozcan en ustedes a verdaderos discípulos, de Aquel que no vino a ser servido, sino a servir.

Ustedes, hijos queridos, que serán ordenados diáconos: el Señor les dio ejemplo para que, como Él hizo, así hagan ustedes. Al acceder libremente al orden del diaconado, como aquellos primeros varones elegidos por los apóstoles para el ministerio de la caridad, también ustedes deben dar testimonio del bien, llenos del Espíritu Santo y del gusto por las cosas de Dios.

Ejercerán su ministerio observando el celibato, que será para ustedes símbolo y, al mismo tiempo, estímulo de su amor pastoral y fuente peculiar de fecundidad apostólica en el mundo. Movidos por un amor sincero a Jesucristo, el Señor, y viviendo este estado con total entrega, su consagración a Cristo se renovará de manera más excelente.

El celibato les facilitará consagrarse, sin dividir el corazón, al servicio de Dios y de los hombres. Y con mayor libertad serán ministros de la obra de regeneración sobrenatural.

Vamos ahora a orar por ustedes.

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