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Erección Canónica Santuario San Judas Tadeo, Card. Carlos Aguiar Retes

Hemos escuchado un texto que da cuenta de la historia sobre el origen de las fiestas de nuestros templos, tomado del primer libro de los Macabeos. Estos libros fueron escritos posteriormente a un momento sumamente difícil para el pueblo judío. Habían estado desterrados, exiliados y obligados a vivir como esclavos en Babilonia durante varios años; regresaron a su tierra cuando se les concedió la libertad. Ahí encontramos el contexto de la primera lectura.

Judas era un nombre muy común entre los judíos; de hecho, entre los doce discípulos había dos: Judas Tadeo, Santo, y Judas Iscariote, traidor. Hay de todo en el mundo. Judas Macabeo, junto con sus hermanos, dijo: “Vamos a adornar la fachada del templo… Y restauraron los pórticos y las salas, y les pusieron puertas”. Todo estaba muy abandonado y destruido: “La alegría del pueblo fue grandísima”.

Judas, de acuerdo con sus hermanos y con toda la asamblea de Israel, determinó que cada año, a partir del 25 de diciembre, se celebrara durante ocho días, con solemnes festejos, el aniversario de la consagración del altar. Considero que también ustedes tendrán la fiesta de San Judas Tadeo, siguiendo estas buenas costumbres del pueblo judío del Antiguo Testamento. Y espero que todos los fieles estén, como en aquella ocasión histórica, llenos de inmensa alegría. ¿Están de acuerdo?

Todos de acuerdo, alegres, con el corazón lleno de esperanza, porque tenemos aquí la oportunidad de invocar a un intercesor de entre los doce apóstoles: San Judas Tadeo, a quien nuestro pueblo tiene tanta devoción. Además, este texto nos recuerda que desde entonces se estableció un octavario: no solo el día de la fiesta, sino ocho días para conmemorar.

Pero Jesús nos advierte en el Evangelio y deja clara la naturaleza de los templos: Él entró en el templo de Jerusalén y comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban allí, diciéndoles: “Está escrito: mi casa es casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones”. ¿Verdad que eso no pasa aquí? Aquí tenemos conciencia de que este es un lugar de oración; venimos porque nos necesitamos unos a otros. Y, como escuchábamos en la segunda lectura, según San Pablo, nosotros somos el templo del Señor.

Esta unidad de fe es la que nos reúne y nos hace participar de la alegría. Eso es lo que alegra a Dios nuestro Padre. No es lo mismo que una sola persona venga a orar —Dios, por supuesto, se complace—, pero se complace aún más al vernos reunidos en su nombre y tratándonos como hermanos, hijos del mismo Dios, adoptados desde nuestro bautismo. ¿Hay alguien aquí que no esté bautizado para invitarlo? No, ninguno levantó la mano. Todos, por el bautismo, hemos sido incorporados como hijos adoptivos de Dios.

Pero a veces se nos olvida que, por el sacramento de la Confirmación, somos misioneros enviados, porque se nos da la asistencia del Espíritu Santo, como en Pentecostés para los apóstoles. Eso es lo que ocurre el día de nuestra Confirmación. Pero como el espíritu y el ánimo a veces se apagan, necesitamos la Eucaristía para fortalecernos en Cristo: con su Palabra, como buenos discípulos, y con el alimento de su presencia Eucarística, en el pan y el vino que Él nos ha dejado. ¿Verdad que eso hacemos?

Pues entonces continuemos nuestra Eucaristía con entusiasmo, con esa alegría de formar el templo auténtico. Esto —el edificio— es solo una figura; el templo auténtico somos nosotros. El templo espiritual, como dice San Pablo. Pidámosle al Señor Jesús y a San Judas Tadeo, que siempre seamos una comunidad ardiente, alegre, entusiasta y dispuesta a ayudarnos unos a otros. ¡Que así sea!

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