Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo?
Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo?
Homilía Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de México. Domingo 17 de septiembre 2023.
“Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contestó: «No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”.
El tema central de la Palabra de Dios este domingo es el perdón y la reconciliación. De ello nos dió un testimonio ejemplar Jesús, cuando al afrontar la injusta condena de la muerte en cruz, le expresó a su Padre: “Padre, perdónalos porque no saben los que hacen”, con gran dolor de corazón que no hubieran comprendido su misión salvífica, pero con plena conciencia de lo que había predicado y enseñado, particularmente a sus discípulos.
Cuando un maestro no solamente expresa en su enseñanza una doctrina acorde a la verdad, sino que los discípulos verifican que la practica y la vive de manera habitual, su autoridad moral crece, y sobretodo convence para seguir su ejemplo.
¿Has tenido ya la experiencia de saborear la experiencia de encontrarte con alguien coherente como Jesús y de seguir su ejemplo?
Esta vida Dios nos la ha regalado para aprender a vivir el amor, conociendo que la experiencia de relación humana llevaría consigo posibles mal entendidos, enfrentamientos por las diversas maneras de concebir las circunstancias, y la falta de entendimiento y comprensión sobre la conducta del prójimo, y de los pueblos entre sí, fue ofreciendo una enseñanza sobre el perdón y la reconciliación, e interpretaciones de los contextos socioculturales y de los mismos acontecimientos, por medio de los profetas y de los sabios, como consta en las narraciones del Antiguo Testamento.
Hoy la primera lectura del libro del Eclesiástico afirma: “Perdona la ofensa a tu prójimo, y así, cuando pidas perdón se te perdonarán tus pecados. Si un hombre le guarda rencor a otro, ¿le puede acaso pedir la salud al Señor?”
Perdonar las ofensas es un camino excelente para lograr la convicción de saber pedir perdón, cuando también hayamos cometido una ofensa por cualquier circunstancia.
Constataremos que somos frágiles y podemos equivocarnos, y en vez de tratar de esconder mi falta, o de intentar justificarla, acudiremos espontáneamente a quien hayamos ofendido.
Por eso más adelante afirma el mismo autor: “El que no tiene compasión de un semejante, ¿cómo pide perdón de sus pecados? Cuando el hombre que guarda rencor pide a Dios el perdón de sus pecados, ¿hallará quien interceda por él?”. No hay mejor camino para aprender a amar, que a través de la escucha fraterna para entender al otro, saber perdonar y asumir la reconciliación.
Y si no estamos convencidos de lo anterior, nos recomienda que pensemos en nuestro final, cuando muramos, ya que nuestro destino sería terrible porque seguiríamos odiando por toda la eternidad sin tener ya oportunidad del perdón: “Piensa en tu fin y deja de odiar, piensa en la corrupción del sepulcro y guarda los mandamientos. Ten presentes los mandamientos y no guardes rencor a tu prójimo”.
En el Evangelio vemos que Jesús, comprendió que Pedro había entendido que perdonar era un acto que beneficia al perdonado, pero un sacrificio para quien perdonaba. Por ello, Jesús narró la parábola sobre un hombre que había recibido el perdón, pero no había comprendido, que a su vez, debía perdonar a quien se lo pidiera.
“Entonces el señor lo llamó y le dijo: Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? Y el señor, encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía”.
Esto significaba la expresión de la respuesta de Jesús a Pedro: “No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”, es decir: siempre. ¿Estás de acuerdo con Jesús o te quedas como Pedro?
Efectivamente a esta vida hemos venido para aprender a amar, así entendemos la importancia del proyecto de la familia, que está destinada para ser la cuna del amor, varón y mujer deben amarse, no solamente por la atracción del uno al otro, sino teniendo en cuenta que es necesario mantener dicha relación para aprender a amarse siempre: perdonándose y reconciliándose, y para que de esa unión vengan los hijos, quienes deben de experimentar el amor de sus padres, para facilitar su respectivo aprendizaje. Por eso el matrimonio es una vocación para edificar una cuna y un hogar donde se reciba y se aprenda a amar.
Para vivir la libertad, que nos ha regalado Dios, es indispensable el aprendizaje del amor, y ante los rencores, envidias, y agresiones de toda naturaleza es necesario el perdón y la reconciliación.
Por eso san Pablo en la segunda lectura nos recuerda: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni muere para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Por lo tanto, ya sea que estemos vivos o que hayamos muerto, somos del Señor. Porque Cristo murió y resucitó para ser Señor de vivos y muertos”.
Los invito a recitar juntos el Salmo responsorial de hoy: “El Señor es compasivo y misericordioso. El Señor perdona tus pecados y cura tus enfermedades; él rescata tu vida del sepulcro y te colma de amor y de ternura. El Señor no nos condena para siempre, ni nos guarda rencor perpetuo. No nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados. Como desde la tierra hasta el cielo, así es de grande su misericordia; como un padre es compasivo con sus hijos, así es compasivo el Señor con quien lo ama”.
Y si acaso en alguna ocasión no hayamos perdonado, es oportuno mirar a nuestra Madre, quien nos comprende y nos ayudará a sanar las heridas que hayamos sufrido de nuestro agresor, y nos sanará para que vivamos como buenos discípulos de Jesús, y seamos siempre capaces de perdonar, de reconciliar y de amar a nuestros prójimos.
Acudimos a tí Madre Nuestra, y a Nuestro Padre Dios, invocando el auxilio divino para que el próximo Sínodo en Roma sea una expresión del caminar juntos en vista de lograr una Iglesia sinodal al servicio de la Humanidad.
Tú, Madre querida, bien conoces que Dios es amor, y que nos ha creado a su imagen para hacernos custodios de toda la Creación.
Abre nuestras mentes y toca nuestros corazones para que respondamos favorablemente, y seamos conscientes, que es nuestra responsabilidad heredar en buenas condiciones nuestra Casa Común a todas las criaturas, especialmente a las generaciones futuras.
Asiste a los líderes de las naciones, para que actúen con sabiduría, diligencia y generosidad, socorriendo a los que carecen de lo necesario para vivir, planificando soluciones sociales y económicas de largo alcance y con espíritu de solidaridad.
Particularmente en este mes de septiembre te pedimos por nuestra Patria querida para que encontremos los caminos de la reconciliación y obtengamos la paz anhelada en todas las familias, y en todos los rincones de nuestro país.
Todos los fieles presentes este Domingo nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.